Translate

24 de diciembre de 2013

NORDKAPP.8 LAPONIA. NOS ACERCAMOS AL FIN DEL MUNDO


Bandera de la nación lapona

Dejamos atrás la aduana fronteriza y penetramos en Finlandia. Según nuestro nuevo mapa, hay que recorrer unos cuantos Km. cerca de la costa, hasta llegar a la desembocadura de un río en donde retomaremos la ruta en dirección norte. Quim conduce y yo voy de copiloto, encargado por lo tanto de los mapas, para señalar la ruta a seguir.
Al cabo de casi una hora sin que todavía hayamos hecho el giro a la izquierda que esperábamos, veo algo que me hace dar un salto en mi asiento. Me acabo de dar cuenta de que vamos constantemente ¡hacia el sol! (o sea, al sur).
Algo va mal, ya que entonces debemos estar mucho más abajo de dónde suponemos que está la desviación. Nuestra orientación actual, apuntando completamente al sur, nos indica que ya hemos rodeado completamente el arco de costa que cierra, por el norte, el golfo de Botnia. Comprobamos el nombre de un pueblo que cruzamos y, efectivamente, hay que dar la vuelta para retroceder; nos hemos pasado ya casi cuarenta kilómetros. Gran cabreo, mordacidad extrema por parte del piloto al copiloto, pero bueno, hay que aguantarse, un error lo tiene cualquiera; "que sí hombre, un error, casi aparecemos en Madrid".Por fin tras rodar durante media hora vemos la indicación esperada, esta vez a nuestra derecha: Rovaniemi. Una hora y pico después llegamos a la pequeña y atractiva -por lo moderna- capital de Laponia.  
Tras su destrucción por parte de las tropas nazis, en la segunda guerra mundial, fue reconstruida bajo las instrucciones del famoso arquitecto finlandés Alvar Aalto.
Uno siente curiosidad por conocer de cerca al pueblo lapón, ya que se presiente una mezcla extraña de modernismo con costumbres tradicionales; de vida dura, digo mejor, durísima, con comodidades y nivel de vida muy altos. La Lapona es una de las comunidades aborígenes que quizás tengan mejor resuelta la dualidad que amenaza la supervivencia de los pueblos indígenas, ésto es, mantener su identidad como pueblo, como cultura, como tradición, como forma de vida, pero sabiendo captar lo bueno del tipo de civilización más avanzada que llegó hasta ellos, sin dejarse absorber, aprovechando toda clase de mejoras sociales, culturales y tecnológicas, pero con el objetivo fundamental, como fin último, de preservarse a sí mismos como nación. Y no menos mérito tienen los Estados que no solo no trataron de difuminar el hecho lapón, sino que lo favorecieron.

La presencia de renos es constante en las carreteras, obligando a conducir con mucha precaución. No hay casi automóviles, el peligro son estos animales que vagan líbremente.

Los lapones siguen muy aferrados a sus métodos de vida tradicionales, en especial a su forma de ganarse su sustento, en especial con la pesca y la ganadería del reno, gran fuente de riqueza para esta gente. Sus alimentos típicos se basan en la carne de este animal: Jamón, tuétano, carne frita en su misma grasa...
Sus territorios se reparten entre los países cuyas fronteras llegan hasta estos helados territorios: Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia.
En estos últimos tiempos han descubierto otra importante fuente de riqueza: el turismo. Sospecho que por eso todavía es fácil verlos vestidos con su ropas típicas, los vestidos de color azulón que tanto hemos visto en los documentales. Y creo que esto va a ser la razón principal por la que los lapones mantengan sus tradiciones. Ya no podrán pensar "¿Para qué sirve vestirnos como nuestros antepasados, fabricar su artesanía, inclusive conservar nuestras viviendas, en resumen, seguir manteniendo viva nuestra cultura?". La respuesta es, indudablemente, porque todo éso atrae al turista, y el turismo significa riqueza.
Otro hecho curioso y significativo (en cuanto al origen asiático-europeo de al menos algunos de los pueblos norteamericanos) son las viviendas tradicionales de los lapones, tiendas de pieles exactamente iguales a las que hemos visto en las películas sobre los indios, mejor dicho, los aborígenes de Norteamérica. Sobre unas largas varas enrollan pieles de reno para formar una pirámide cónica, abierta por su parte superior para dejar escapar el humo producido al cocinar. Supongo que ellos ya no viven en ellas, salvo cuando viajan con sus rebaños en las migraciones periódicas que necesitan realizar, para trasladarlos de un territorio a otro.
El turismo va a ser, en definitiva, un importante motivo para que los lapones no se olviden de quiénes han sido, y creo que está causando incluso una revitalización de Laponia como nación.
Cuando salimos de Rovaniemi, según el mapa, a unos ocho kilómetros nos vamos a encontrar con uno de los hitos más importantes de nuestro viaje: el Circulo Polar Ártico.


Recuerdo que no esperábamos localizarlo, pero el caso es que al llegar al punto geográfico concreto, un gran y vistoso cartel nos avisó: "Napapirii - Artic Circle".
Y muy cerca de allí la nota prosaica, un área comercial repleta de artesanía lapona.
Entramos a ver si valía la pena comprar algo, pero el tono general era de artículos excesivamente dirigidos a un turista de gustos no muy exigentes. Compramos algunas cosas de poca importancia y entre ellas una oferta de calcetines de lana, puesto que pensamos que debíamos reforzar nuestra ropa de abrigo, puesto que según hemos venido subiendo la temperatura y el clima han empeorado notablemente.
Pero cuando fui a mirar mas detenidamente los calcetines me entró una risa incontenible. ¡Estaban hechos en Portugal!.
Tras esta visita continuó nuestra ruta por un paisaje monótono, llano y gris, pues nos empezábamos a adentrar en la tundra. Los árboles, abetos en su mayoría, ya no eran tan altos como en Suecia y, como ya dije, el frío estaba haciendo su aparición, favorecido por nuestro internamiento en la zona continental, lejos del mar, y con una meteorología un tanto desagradable.
A media tarde, con la penumbra típica de esa latitud, llegamos al Camping Orakoski, cerca de la ciudad de Sodankylä. Situado al lado de un río, más bien se trataba de un conjunto de cabañas para alquilar. El recepcionista, un muchacho alto y fuerte (bastante alto y fuerte) nos indicó en inglés cuál nos correspondía. Dentro de un bosque de viejos abetos, junto con varias cabañas más, en un lugar todo él bastante sombrío y húmedo, allí aparcamos nuestro Mitsu e inspeccionamos la cabaña. Enseguida nos llamó la atención la rejilla protectora para los mosquitos que, muy pronto, nos daríamos cuenta de que en estas tierras están en su salsa. Estar al aire libre se convierte en una singular tortura, en la que tú mismo pareces auto flagelarte, pegándote manotazos constantemente. Sientes un picotazo breve e intenso, en especial en el cuero cabelludo, puesto que estos bichos parecen sentir predilección por esa zona corporal de los humanos.

La entrada al camping.

En la rejilla que teníamos en nuestra ventana, había no menos de varios millones de cadáveres de estos diminutos insectos (si los comparamos con el tamaño de los mosquitos que nosotros conocemos).
Ante la ausencia de distracciones, para matar el tiempo hasta la hora de cenar y dormir, nos fuimos a dar una vuelta por el río. Me sorprendió ver (porque era la primera vez que veía uno) un pequeño "aircraft", ingenio que navega sobre un colchón de aire, por lo que es un instrumento muy útil en aquellas pantanosas tierras.
Nos acercamos a la sala de estar para ver un poco la televisión y, de paso, preguntarle un par de cosas al recepcionista sobre lo que nos íbamos a encontrar en la jornada del siguiente día.
Amablemente, resolvió nuestras dudas sobre la ruta más conveniente a seguir y nos contó cosas del país, sobre los tremendos inviernos que allí tienen que soportar. Le explicamos que para nosotros, habitantes de tierras meridionales, se nos hacía difícil imaginar esas dificultades, en especial Quim, residente en una isla de clima casi tropical.
El joven nos habló de temperaturas de 40 bajo cero y nieve hasta la cintura. Yo le dije: "En esas condiciones no será posible utilizar los coches". Él hizo un gesto indicando indiferencia, y me contestó: "Tenemos que salir a la carretera, ya que no hay más remedio que seguir la vida, trabajar y continuar con nuestras actividades normales aún en esas condiciones tan frecuentes en la larga estación invernal, que dura casi ocho meses".
Si en pleno Agosto aquello tenía una pinta bastante penosa, meteorológicamente hablando, ¿cómo sería en Febrero, por ejemplo?. Al frío y la nieve intensísimos hay que unir una oscuridad casi total la mayor parte del día.
Al volver a nuestra cabaña vimos aparcadas en el Camping varias autocaravanas, prácticamente todas de italianos. Por entonces ya nos empezábamos a escamar de la gran cantidad de matrículas italianas que estábamos viendo en la carretera, aunque en pocos días conoceríamos la explicación.

Dormimos bien, aunque tuvimos que tomar precauciones por si habían entrado mosquitos en la cabaña mientras cocinábamos con la puerta abierta. El truco que empleamos para echarlos fue el de encender una luz en el exterior, apagando la de la cabaña, para tratar de que salieran los posibles intrusos, al ser atraídos por la luminosidad exterior.




17 de diciembre de 2013

ONDALONGA 2013: PLANTEAMIENTO, APOTEOSIS Y DESENLACE

Foto Jesús Busto

Nunca me gustó hacer surf de madrugada, en las primeras horas de la mañana. Prefiero el mediodía, el sol en lo más alto, como para hacerme la ilusión de que estoy en una latitud más al sur. Tonterías, ya lo sé, pero los humanos vivimos mucho de ilusiones.
Pero esta mañana me levanto a las 6,30 con un propósito. Voy a buscar el longboard que me ha prestado un gran amigo, Edu. Él trabaja y no puede ir. No te preocupes, yo lo haré cabalgar.
Cuando llego al Pedrido ya es de día, los de la organización se han tomado la responsabilidad seriamente, han trabajado desde antes del amanecer y ya hay varias carpas, y unas simpáticas chicas que reciben a los que vamos llegando. La megafonía nos informa de las novedades, y veo que una zodiac nos va a dar seguridad. El Concello de Bergondo también ha asumido que esta iniciativa es magnífica. ¿Quién le iba a decir a sus munícipes que Bergondo llegaría a tener su propio campeonato de surf? INCREIBLE, pero cierto, ahí lo tenemos, tercera edición. Como si fuera el propio Valdoviño. Ayer me decía un amigo que veraneó muchos años en el Pedrido. ¿Pero ahí hay olas? Pues claro que sí. Y magníficas. Como para un reportaje en el Surfer Magazine.


Primera e inevitable mirada. ¿Hoy habrá olas? El mar, afuera, no es muy grande. Creo que es Yago el que me tranquiliza: “Está bien, es suficiente para que nos divirtamos. Al subir la marea se pondrá mejor”
Poco después llega Vicente, menos mal, ya no soy el único veterano. Me encanta verle con ilusión, como un chaval. Pero me advierte: “¡ A las seis salgo pitando, no me pierdo la final del Pipeline Masters por nada del mundo!” Por supuesto Vicente, y yo también. Hoy es un día pleno de surf. Ya va siendo hora de que podamos disfrutar de lo que nos gusta sin restricciones horarias ni de ningún otro tipo. Tanto hemos desenchufado que ya hemos tirado el enchufe al mar. ¡Nos lo merecemos! Y que organicen otros. Sobre todo si lo hacen bien, y esta gente creo que tienen madera de organizadores. Su primera convocatoria data del 2010. En esta edición han conseguido un montón de participantes, sin olvidar que hablamos de longboards. Hace veinte años se contaban en Galicia con los dedos de las manos. Hoy sorprende ver como acuden a este festival casi un centenar. Y los que no pudieron venir.


Los tabloneros son ya una tribu aparte. Hace años, como dije, su presencia en los picos era simbólica, para recordarnos que hubo un tiempo en que todas las tablas eran así. Pero el tablón, longboard o longueirón (como queráis) es como el rock: NUNCA MUERE.
Es algo especial. Es un deslizamiento puro y relajante, en el que parece que todo va a cámara lenta, para un mayor placer.
Pero volvamos a la acción. El altavoz anuncia la partida al pico, y todos bajamos a la arena, en donde nos hacemos esa foto tan espectacular. No estamos todos en ella, y hoy, viéndola, he contado 81 tablas. ¡Impresionante! En la del año pasado cuento solo cincuenta y cinco. Y en el 2010 se pueden ver en la clásica foto 29 tablones.


Comenzamos el viaje al pico, largo y con calma. Es sorprendente ver en medio de la ría un montón de gente caminando, empujando su tabla. Inevitable recordar a Moisés y los israelitas atravesando el Mar Rojo, pero sin Faraón, claro. De buen rollo, la tribu de surfistas.
El primer año se entró al agua desde la playa que hay debajo del puente y hubo algunos que sufrieron mucho para llegar. Ahora, desde aquí es más sencillo.
Tras recorrer unos 500 metros, vamos llegando a la zona de comienzo de las rompientes. Las olas, que parecían pequeñas, no lo son tanto y son ideales para el longboard.
Enseguida me doy cuenta de algo importante: estas olas solo valen para el tablón, aunque es posible que en días extremos sean más radicales. Pero hoy es un día normal de olas aquí. Hay muchos durante el año como éste.




Me sorprende mirar a mi alrededor. Parece imposible que, en donde estamos, se pueda surfear. No se ve el océano por ningún lado. Alguien que no conozca esta ría y nos vea en una fotografía, cogiendo unas estupendas olas de medio metro con una preciosa pared, y rodeados de costas por todas partes, quedaría alucinado. ¿De dónde salen esas olas? Galicia, que es diferente, sería la respuesta.
Surfear esta ola tan singular es una experiencia que ningún surfista debería perderse, alguna vez en su vida. Yo, felizmente, ya la he vivido, y os aseguro que es única. Olas largas, de paredes lisas que nos invitan a surfearlas.



Durante una hora, hacia la media marea, hay un momento mágico, cuando las olas comienzan a dar una caña inesperada, con paredes verticales en las que los tablones alcanzan velocidades endiabladas.
Yo me imagino un día con seis metros fuera -por ejemplo-, un buen off shore y la mañana soleada: tiene que ser un paraíso. Y lo mejor de todo, ¡CABEMOS CIENTOS DE SURFISTAS A LA VEZ!
El ambiente es genial, es una sesión como en los viejos tiempos, nadie pretende las olas solo para él, se comparten, se regalan, yo salto algunas y nadie me grita reclamando la posesión, es más, me animan desde atrás para que la surfee. ¡Increíble! Esto no me pasaba desde los setenta, por lo menos.
Para mi sorpresa, van pasando las horas y a pesar de la temperatura del agua, de que es 13 de diciembre, y de las tremendas remadas de retorno al pico, dan las doceee, la unaaaa, las doooooos... y seguimos en el agua. Cuando llevamos ¡casi cuatro horas! el núcleo duro empieza a retornar a la playita. Parece que nos hemos cansado todos al mismo tiempo, o será que es la hora de comer, quizás. Yo hubiera seguido, pero ya empiezo a notar que cuando cojo una ola, casi ya no soy capaz de ponerme de pié.
Lo que más he disfrutado es de lo relajante que ha sido el baño, del ambiente de camaradería que ya sabía que existía entre estos surfistas, que no son como el común de los surfers, con todos los respetos. Es posiblemente una característica de los longboarders, compartir las olas, el placer de deslizarte sobre ellas como si volaras, retornar al pico y encontrarte caras amigas que notas que se alegran de verte de nuevo arriba, y recibir, además,felicitaciones por la ola que te cuentan que te han visto surfear “con magnífico estilo” . Y yo que creía que todo eso ya había desaparecido... Salgo extenuado y cuando subo al prado veo a Vicente que viene aún remando, me parece que aún más hecho polvo que yo, ja, ja. Luego me dirá: “¡Qué maravilla, todavía soy capaz de aguantar más de tres horas en el agua, que bien me encuentro, cansado pero muy satisfecho” Pues claro Vicente, ¿por qué no?
Vamos a tomarnos una rica comida debajo del puente y a contar nuestras experiencias de hoy. Y luego volvemos pronto a casa para ver casi siete horas de surf alucinante, pleno de momentos de gran emoción, en donde Mick Fanning, en los últimos treinta segundos, consigue lo que parecía imposible, y se proclama campeón del mundo. Y la verdad es que se lo merecía, ha hecho una temporada muy buena, mucho mejor que la pasada, y este año era de justicia que se alzase con la corona del mundial. Y Kelly, tendrá que esperar un año más a retirarse. ¿O no?
Cuando vuelvo a casa el sol se está poniendo y, de pronto, unos reflejos rojizos impresionantemente bellos llenan el cielo. Van cambiando de tonalidad minuto a minuto hasta que la Naturaleza apaga la luz y se despide hasta mañana.
Gracias chicos, gracias miembros de “Galegos asociados polo longboard”, por la magnífica idea que habéis tenido, por favor seguid adelante y mantened el espíritu inicial. Las organizaciones cada año se pueden y se suelen mejorar, pero algo es muy cierto, el espíritu, la ilusión, las ganas con que se inician nunca se van a superar. Por eso es muy importante conservar la filosofía inicial ante todo.
Lo habéis hecho estupendamente, podéis añadir detalles que mejoren la fiesta, pero lo verdaderamente importante, la esencia, creo que la tenéis desde el primer día. NO LA PERDÁIS.
Un abrazo y gracias otra vez, porque si no fuera por vosotros, nunca hubiese disfrutado de esta ola como lo hice el sábado. Y espero, el año que viene, estar en ONDALONGA 2014.


Fotos: Foto de familia tablonera en la playa, Jesús Busto. Restantes, del autor, con un humilde teléfono móvil.

12 de diciembre de 2013

ONDALONGA!!!!!!! (y el Puente del Pedrido)

Una original vista firmada por John Crules
      Cuando empecé a viajar a Ferrol desde Coruña para surfear, desde los primeros viajes a Doniños en el setenta y cinco, o quizás en el 74 (más o menos), al cruzar por el angosto Puente del Pedrido pronto empezaron a llamarme la atención unas olas que los días grandes y bonitos, allá en la lejanía, a la altura de Miño, comenzaban a romper continuando hasta casi debajo del propio puente, o más bien hasta la playita que se extiende debajo de esa estructura y que reduce notablemente la anchura que hasta ese momento tiene la ría.

Alrededor de 1940. Mi madre con mis hermanos. Entonces, las playas estaban casi desiertas todo el año, incluso en verano.

      Después, al vivir ya en Ferrol (desde el 80), mi paso por el Pedrido era frecuente, y en el invierno muchos días se veían esas increibles olas que a veces se forman allí y que parece que quieren llegar hasta el mismo Betanzos.
      En alguna ocasión me paré a mirarlas, porque ese día eran extraordiarias. En mañanas invernales pero soleadas, un metro ó más incluso, con viento terral, se formaban unas olas que se adivinaban poderosas, y que se veían preciosas y sugerentes. Algo así como las curvas de una atractiva mujer, que se insinúa...
Por eso me he pasado años pensando que, algún día, me tenía que meter allí y probar aquella ola.

Somos mi madre y yo, por lo que la foto debe de ser de finales de los cincuenta. Pero ¿y dónde están los coches?  

      Calculaba en dónde comenzaba a romper, y luego hacía más cálculos de en qué sitio sería más conveniente echarse, ya que desde la playita del puente veía una enorme distancia y posibles problemas con las corrientes, lo que también me amilanaba bastante. Y, lógicamente, la soledad que me envolvería en un territorio muy extenso y desconocido. El mar, aunque sea el del Pedrido, siempre me ha impuesto respeto e incluso un temor subconsciente, a mí, nadador de travesías, ya ves...
      También desconocía por dónde entrar más adecuadamente, al igual que por dónde se podría salir (quizás sería difícil o imposible incluso hacerlo por el mismo sitio que había entrado), y por supuesto no sabía qué área de aquella zona de olas sería la más conveniente para surfear y para volver con facilidad. Todo un poco complicado, y nunca me llegué a animar. Solamente una vez mi hija Cris me llevó a una ola cercana, de la que conocía cómo llegar, y que es la que rompe en la boca del río de Ponte do Porco, una derecha bonita pero no una de aquellas olas de que hablo. Incluso en otra ocasión fuimos mi hijo Carlos y yo con la intención de romper el tabú, pero ese día (como le pasa muchas veces) era un maremagnum de ondas sin mucho sentido y nada que ver con los días maravillosos de los que yo recordaba haber sido testigo.
La belleza de esta obra está fuera de toda duda.

      Y así han pasado los años...queriendo pero sin ser capaz de vencer mis reticencias. Grave error, sin duda.
      Porque quizás no soy tan buen surfista en el extenso sentido de la palabra, porque han sido otros, seguramente más ambiciosos que yo, los que han tomado la iniciativa. Y habiendo sido descubridor de algunas olas famosas, me declaro ridículamente incapaz de haber surfeado una de las olas más espectaculares que podemos disfrutar en el norte de Galicia, una ola de ría además, con sus características tan peculiares. Y además, después de ser uno de los primeros en disfrutar de la ola de Santa Cristina que, por cierto, comiendo hace días en uno de los restaurantes de la zona, vi romper como hace cuarenta años, y me puso los dientes largos y me entraron ganas de revivir aquellas tardes de otoño, de lluvia, frío y oscuridad, pero de recuerdos maravillosos, corriendo olas que hasta entonces nunca imaginé que pudiesen existir tan cerca de casa.

Santa Cristina. En el reverso de la foto pone la fecha: 11 de enero de 1972. Era ya el segundo invierno que disfrutába de esta ola. Combatía el frío con la chaqueta de un traje de pescar,
 En aquel entonces, todo un lujo por el que era envidiado (amistosamente) 
      Pero para los que piensan que la vida pasa y las oportunidades se pierden: NO ES TOTALMENTE CIERTO, no siempre se pierden, a veces tenemos una segunda oportunidad que el destino nos quiere regalar, y la lección es que NO DEBEMOS DESAPROVECHARLA.
      Por eso, este fin de semana estaré en el Pedrido como un chaval novato, con la misma ilusión, tendré los mismos escalofríos cuando vea romper la ola (espero) y me echaré a remar con las mismas ganas con las que lo hice, por ejemplo, una tarde de octubre del invierno del 70-71, cuando un amigo reciente al que acaba de conocer, Miguel Camarero, me contó que en Santa Cristina, cuando en el Orzán entraba un mínimo de seis metros, rompía una ola muy bonita que valía la pena ir a probarla.
      Y ese fue el comienzo de una gran pasión...
      Animaros, todos los que os gusta el surf y el mar, a disfrutar de la fiesta que nos preparan los amigos de ONDALONGA FESTIVAL.
      Yo no me lo quiero perder (toca madera) porque tengo que recuperar esa oportunidad que tuve y que desperdicié. ¡NO HAGAS TÚ LO MISMO!




19 de noviembre de 2013

NORDKAPP.7 Otra vez al norte


Cuando salimos de Estocolmo, hacia el norte, llevamos apenas 3.000 Km. Pero aún estamos empezando el viaje.
       
     Luce un sol radiante cuando nos movemos, a primeras horas de la mañana, en el abundante pero fluido tráfico de las afueras de Estocolmo.
     Tomamos la ruta de Uppsala, nombre que nos suena por ser la sede de la famosa Universidad sueca.
     Nuestro propósito es seguir la única ruta práctica hacia el golfo de Botnia, bordeando el mar Báltico.
     Por un paisaje bastante interesante, vamos desgranando los kilómetros. El mar nos es difícil considerarlo como tal, ya que más parece un ancho lago de tranquilas aguas, porque tanto Quim como yo estamos acostumbrados a presenciar la habitual bravura del Atlántico. Además, lo más frecuente es que pasemos por los abundantes vericuetos costeros, más semejantes a lagunas, con abundante vegetación hasta la misma orilla. Realmente cuesta trabajo creer que poco más allá se abre una extensa superficie de agua, en la que en determinadas épocas del año los temporales golpean con violencia inusitada.

La costa sueca del Báltico. La jalonan miles de islitas. 

     La orografía de esta área costera de Suecia es bastante plana, dando lugar a la costa semipantanosa que voy describiendo. Corresponde a la parte baja de ese curioso fenómeno geológico que es la península Escandinava. La separación, posiblemente en el terciario, de esta península de la costa finlandesa -dando lugar a la aparición del mar Báltico- fue posiblemente la causa del plegamiento de la costa Noruega, que se elevó formando una abrupta cadena costera que recorre la península de Norte a Sur, entrando las aguas oceánicas tierra adentro por estrechos, profundos y muy largos corredores terrestres, de inimaginable belleza, llamados fiordos, que hace muchos siglos, en una era glaciar, fueron excavados por gigantescas lenguas glaciares que desembocaban en el Océano. Una prueba de ese levantamiento del terreno son los numerosos ríos que aún hoy se puede ver como desaguan en el mar formando altísimas cascadas, porque aún no han dispuesto de los siglos necesarios para formar cauces profundos con el desgaste producido por sus aguas.

La península Escandinava se ha elevado en Noruega, a lo largo de toda su costa, formándose los profundos fiordos por gigantescos glaciares, especialmente en su parte sur.

     La erosión que sufren esas montañas, visible a simple vista, hace que esos brazos de mar interior se vayan rellenando poco a poco de forma que, dentro de unos cuantos miles de años, los fiordos noruegos serán muy similares a las actuales rías gallegas, geológicamente mucho más antiguas y que seguramente tuvieron el mismo agreste aspecto que hoy presenta la accidentada costa noruega, dulcificándose más tarde -que es tal como ahora las conocemos- por el mismo proceso geológico en el que se halla hoy en día esa zona de Escandinavia.

Uno de los clásicos fiordos que le otorgan a la costa atlántica de la península escandinava -Mar de Noruega y Mar del Norte- una belleza extraordinaria.
     Pero volvamos a la costa báltica, por donde nuestro Mitsubishi devora kilómetros a través de bosques, lagos y pequeñas y tranquilas ciudades.

Típico paisaje de las costas del Báltico. Inmensos bosques entre los que se abren lagos de ensueño.
     Empezamos ya a notar de sobremanera la sensación del crepúsculo ártico, ya que a primeras horas de la tarde nos parece que pronto anochecerá, y sin embargo a las diez de la noche sigue habiendo casi la misma intensidad de luz. Por cierto, circulamos por un país en el que es obligatorio hacerlo todo el año y a cualquier hora del día con las luces de cruce encendidas. Al principio -latinos que somos- pretendemos pasar de la norma, en especial a esas horas diurnas con luminoso sol, en las que parece absurdo encender las luces. Sin embargo terminamos por ceder en nuestra terquedad, ya que prácticamente todos los automovilistas con los que nos cruzamos nos hacen luces, indicándonos ó recordándonos que vamos sin ellas. Ante su insistencia, terminamos cediendo y las ponemos.
     Pronto comprenderemos la necesidad de que esa medida se lleve a cabo con rigurosidad, e incluso que no estaría de más su aplicación en otros países de Europa, incluso en España, al menos en determinadas comunidades como son las del Norte de la Península. La razón es muy sencilla. Las luces de un automóvil tienen dos finalidades, ver y ser vistos. Teniendo en cuenta el altísimo porcentaje de horas de escasa luminosidad que hay en estas latitudes y su variación constante y rapidísima a lo largo del año, se comprende la necesidad aludida, de que siempre se circule con las luces puestas, con lo que es posible divisar a cualquier vehículo a bastante más distancia que si tuvieras que distinguirlo con la luz natural. Imaginad un automóvil como el nuestro, color gris claro: la diferencia de visión, con la frecuente luz crepuscular de esta zona, puede ser de 300 a tan solo 50 metros.
     El tipo de automóvil que más frecuentemente se ve por las carreteras suecas es el coche nacional, el Volvo, en sus diferentes versiones. A mí me recuerda nuestros años del desarrollismo, en los sesenta, cuando en España solo se veían Seats. Se ven Volvos muy modernos, último modelo, pero también coches de los setenta, modelos que, por ejemplo, en Canarias -en donde circulan muchos coches de esta marca- ya desaparecieron o son coches por lo general muy viejos, lo que me demuestra que los suecos cuidan mucho sus vehículos a pesar de la climatología adversa.
     También se ve con frecuencia otro coche fabricado en Suecia, el Saab, pero que parece tener menos aceptación que el popular -como su propio nombre indica- Volvo (significa pueblo, en sueco). Además observamos, como típico coche de importación, numerosos Mercedes.
     Un detalle que me llama poderosamente la atención y que no acierto en un primer momento a explicármelo, es un enchufe que muchos automóviles llevan colgando conectado a un cable que suele salir de la parrilla delantera del radiador. Más adelante, sagaces que somos, nos daremos cuenta de que es un eficaz sistema para encender el coche en invierno, enchufándolo a la red eléctrica doméstica.
     Cuando van ya unos 500 kilómetros el cansancio nos hace mella. Hemos recorrido un buen tramo del camino previsto y nos hacemos acreedores al merecido descanso. Observamos una señal de camping y allá vamos.
     El camping está situado en una pequeña aldeita, de hermosas casas de madera diseminadas por entre los prados y bosques que caracterizan este paisaje. La carretera pasa muy cerca, pero como aquí el tráfico disminuye totalmente durante la noche, no molesta el descanso.

Camping a lo "sueco"
     Por vez primera nos ofrecen alojamiento con un sistema muy útil en estas latitudes, de clima riguroso incluso en el verano. Son unas pequeñas y atractivas cabañas de madera, cuadradas y sencillas pero acogedoras, al menos más que una tienda de campaña. De aquí en adelante las veremos en todos los campings. Tienen entre ocho y quince metros cuadrados, con dos o tres literas, una mesa y una cocinilla eléctrica. Carecen de baño, pero éste suele quedar cerca. Además puedes cocinar, si lo deseas, en una cabaña especial para ello, en donde te proporcionan numerosos útiles para esa tarea.
     Como ya está terminando la temporada de vacaciones -por aquí los colegios empiezan sobre mediados de Agosto- ya no hay nadie prácticamente en el camping, estamos solos y podemos disfrutar de los baños y de la cocina a nuestra total satisfacción. A diferencia del camping de Estocolmo, totalmente saturado de turistas, esta instalación, perdida en medio de la inmensidad campestre, la disfrutaremos en un uso exclusivo.


     Cocinamos en la cabaña-cocina, que dispone además de un pequeño comedor, agradeciendo su abrigo, ya que afuera hace frío y llega a llover ligeramente. Esa noche descansamos mejor, sobre colchones de verdad, en cama dura de tablas, pero que proporcionan un lecho más aceptable que los colchones de aire.
     Nos despertamos más tarde de lo que viene siendo habitual, señal de que hemos descansado a gusto y, después de desayunar gloriosamente, salimos de nuevo a la carretera.
     Hoy me corresponde a mí conducir, ya que ayer fue Quim el piloto de nuestra "nave". Hemos llegado a la conclusión de que lo mejor será hacerlo uno cada día, por dos principales razones, una el cansancio, que al día siguiente se nota, y otra porque a los dos nos apetece conducir y así evitaremos discusiones sobre el tema.
     Desde que salimos de Estocolmo notamos un detalle curioso, y es que nuestra brújula de a bordo no marca correctamente el Norte, parece como si se hubiera vuelto loca. Suponemos que será por la relativa proximidad del Norte magnético. Al principio nos tememos que esté averiada, pero cuando días más tarde al retornar atravesemos los 60 grados norte, ya en dirección sur, volverá a funcionar de nuevo.
     Pasamos por unas ciudades con nombres que riman: Umea, Skelleftea y Lulea y, al mediodía, ya estamos llegando a la frontera con Finlandia.
     Nos surge un problema técnico: el estupendo mapa de carreteras europeas que manejamos ya no sigue más al norte, por lo que tenemos que adquirir uno de esa zona de Escandinavia en un supermercado.
     Dejamos atrás Suecia y entramos en Finlandia, realmente en la Laponia finlandesa.
     Si era difícil entender los letreros en sueco, en finlandés ya se nos cruzan los cables. Es un idioma de raíces absolutamente diferentes del latín, del que más o menos derivan todas las lenguas del Sur y Centro de Europa, incluso el sueco tiene bastante afinidad con el alemán, por lo que no nos es muy difícil deducir palabras escritas sueltas. Pero en Finlandia, a menos que sean voces de moderna creación, como pueden ser todas las tecnológicas, las palabras tienen raíces distintas, irreconocibles. Nos cuesta trabajo identificar hasta el tipo de carburante en las estaciones de servicio. En una de ellas veo un cartel que pone: "KORKEUS 3.00 m.", que deduzco que se trata de la altura máxima, simplemente porque está señalando una cubierta bajo la cual pasan vehículos.


     Sigue haciendo buen tiempo, soleado, pero estamos ya cerca de la tundra, con clima continental, y el viento que sopla en estas llanuras es desagradable, a pesar de que estamos en Agosto.
     Realmente se aprecia la diferencia entre las temperaturas que hay en el interior del continente y las de la costa Atlántica noruega, mucho más suaves.
     Entramos en un supermercado para hacernos con provisiones. Es de pequeño tamaño, pero bien surtido, aunque no más de lo que pueda estarlo un "super" español.
     Creo que no voy a encontrar frutas y hortalizas como en la Europa meridional, pero me llevo una sorpresa, porque sí las hay, aunque no con la abundancia de nuestro país y, por supuesto, más caras, aunque su aspecto es apetecible. Manzanas francesas, tomates italianos, hasta lechugas.
     Por supuesto nos llaman la atención los típicos alimentos de esta parte del planeta, pescados salados y ahumados -arenque, salmón, etc.-, fiambres de reno, muy rico por cierto, gambas congeladas y muchas otras cosas. Los precios más altos, pero no tanto que no nos sea asequible el comer bien. Por aquí es caro irte a un restaurante, pero comprar tú la comida es un recurso relativamente barato.
     En Haparanda entramos ya en Finlandia, y decidimos seguir una de las varias rutas que hay hacia Rovaniemi, la capital de la Laponia, ciudad moderna y digna de ser visitada, que se sitúa a tan solo ocho kilómetros al sur del Círculo Polar Ártico.

Llegando a la frontera de la Laponia finlandesa vimos el primer reno, presencia constante a partir de ese momento, muy agradable pero con alto riesgo.


                               

10 de noviembre de 2013

NORDKAPP - Estocolmo (2ª parte)

                                                       
El actual palacio real sueco, construido al estilo "Versalles", lo que demuestra el afán de antaño de estas monarquías por asemejarse a las realezas dominantes en Europa.
 
En estas aguas es posible (dicen las guías de turismo) pescar salmones. Al menos una fuerte corriente sí que hay, como se percibe en la foto.


    Otra feliz coincidencia en nuestro viaje fue la de que se celebrase, durante nuestra visita, la Fiesta del Agua. La ciudad de Estocolmo está edificada sobre catorce islas, por lo que es una urbe en la que el mar y todo lo referente a la navegación es un aspecto muy importante.

A pesar de la escasa calidad de esta foto merece ser conservada, pues recoge una zona céntrica de Estocolmo, en la que muchos de sus vecinos aparcan su coche y, al lado, su barco de recreo, a los que pueden llegar desde su domicilio con solo cruzar la calle.

  Esta fiesta tradicional, con un ambiente popular que me recordó nuestras
romerías, se hace en Agosto, en pleno verano, y es toda una exaltación del mar y todo lo que le rodea.

Embarcaciones de recreo de todo estilo y época navegan por estas aguas. Obsérvese el "vapor" de principios de siglo, y su cuidada conservación.

     Es casi imposible ver una orilla de las numerosas bahías de esta ciudad libre de embarcaciones, en especial las de recreo. Están por todas partes, multitud de barcos de todo tipo, desde los más humildes botes, hasta los más refinados yates, pasando por los más hermosos veleros que yo haya visto nunca. Y, por supuesto, una embarcación cuanto más antigua es, más cuidados se le prodigan para su conservación, por lo que es frecuente observar todo tipo barcos de diversa antigüedad. Lanchas motoras de maderas nobles, oscuras, con formas casi ya de museo naval. Yates que parecen sacados de una romántica aventura de principios de siglo. Lanchas rápidas de la Segunda Guerra Mundial, etc., etc. Y todos en disposición de navegar. Toda una cultura de la náutica.

Fiesta del Agua. Regatas de traineras a la "sueca" en las que, más que competir, los participantes "se hacían el sueco" mejor que nadie, obviamente. El colorido era la nota dominante en sus tripulaciones. 
En una curiosa y flotante cafetería merendamos disfrutando del singular espectáculo de la "Fiesta del Agua".
La "Fiesta del Agua" es el motivo de esta demostración de salvamento de un náufrago.

     Pues bien, ese día, el de la Fiesta del Agua, se realizan multitud de actividades, exhibiciones y deportes náuticos. La gente acude a merendar a la orilla de las ensenadas en donde se celebran carreras de unas embarcaciones de remo muy parecidas a nuestras traineras, cuyos remeros van disfrazados de diversas y grotescas formas y que no parecen estar muy entusiasmados en ganar la carrera, sino en hacer reír a los miles de espectadores.
     Rescates con helicópteros, carreras de lanchas rápidas y desfiles de diversos navíos engalanados, cubren todo un día de espectáculos navales.
     Pude observar, con asombro, que en donde habían merendado miles de personas, familias enteras con niños, no quedaba absolutamente ningún resto de tal fiesta. Es más, si caminas por el borde del agua, en zonas totalmente urbanas, no encontrarás prácticamente ninguna basura flotante atrapada en las ramas de la vegetación de la orilla. Dicen incluso que se puede pescar un salmón frente al Palacio Real. Eso nos demuestra el grado de urbanidad y de respeto por la Naturaleza de esta gente, gran ejemplo a seguir por muchos de nosotros.     
Esta mujer con atuendo rockero-heavy, muy común entre los moteros suecos, intenta infructuosamente encender su máquina, la cual a pesar de su enfado se resiste tercamente a sus esfuerzos. Quim y Carlos Hafner no aguantan la tentación de acercarse solícitos para intentar ayudar, aunque disimulando -no muy bien- la risa, lo que no parece gustarle a la motorista, que ni se digna dirigirles la mirada. 
Esta gente, que sufre uno de los inviernos más duros y oscuros del mundo civilizado, imaginaos lo que disfrutan de estas tardes estivales, con lo que -quizás por eso mismo- aman tanto "su" Naturaleza. Y yo mismo fui testigo de que al terminar la "romería", nadie dejaba ni la más minúscula basura en la pradera que llenaron cientos de personas durante varias horas. 
Otra visita obligada: el "Skansen", museo al aire libre sobre costumbres del ámbito rural en la Suecia del siglo XIX, que también posee un pequeño pero interesante "zoo" de animales de esta parte del planeta. El recinto se asienta sobre toda una colina, cerca del centro de la ciudad. En esta foto vemos una granja reconstruida, en la que se muestra el original tejado aislante de que la dotaban sus moradores. Colocaban una capa de tierra, y favorecían el crecimiento de estas hierbas.
El tipo de construcción de la vivienda rural es el mismo que se utilizó por los colonos suecos en Norteamérica. 
En este área rocosa comparten hogar osos y lobos.
               

En uno de los rincones del parque, una banda de música tradicional interpreta piezas de baile folclórico cuyo ritmo siguen numerosas parejas de "veteranos" y "veteranas", con gran alegría.

     Después de tres días visitando la capital del Reino de Suecia, necesitamos emprender de nuevo la marcha para aprovechar los pocos días que tenemos para este viaje.
     Esa noche procuramos descansar bien. Al día siguiente emprenderemos de nuevo el camino, con el firme propósito -tomado unas horas antes- de llegar hasta el Cabo Norte. Analizadas las diversas posibilidades que tenemos, ir hacia el Este a Finlandia, o al Oeste directamente a Noruega atravesando la tundra sueca, o bien seguir subiendo hacia la Laponia con la intención de llegar hasta el Cabo Norte, decidimos que esta última alternativa era la más lógica, haciendo caso además del consejo de nuestro buen amigo y guía en Estocolmo, Carlos Hafner. Alcanzar los 71 grados de latitud Norte es algo no se puede hacer todos los veranos. Aunque, realmente, lo cierto es que aún estamos muy lejos del Nordkapp, más de lo que pensábamos, como ya se iba a comprobar en las próximas y agotadoras jornadas.
       Curiosamente, notamos que la brújula del coche ya no funciona correctamente. Estamos ya a 59 grados de latitud norte, y la aguja magnética lo empieza a acusar. A partir de aquí, estará inservible, y solo recuperará su marcación correcta cuando a la vuelta volvamos a traspasar esa latitud. 
     Mientras Quim y yo estudiamos las posibles rutas, sentados a la luz de las estrellas y disfrutando de una agradable temperatura nocturna, nos llaman la atención las numerosas estrellas fugaces que cruzan la límpida oscuridad de la noche, acrecentando aún más si cabe la magia del momento.