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29 de diciembre de 2014

NORDKAPP 18 - 2ª parte: Perdidos en la autopista


          Hacía ya bastante rato que la luz de la reserva de combustible me tenía intranquilo. Habíamos previsto repostar cuando entrásemos en aquella autopista, pero el caso es que llevábamos unos cuarenta kilómetros y no aparecía una estación de servicio por ninguna parte. Es más, aquella ruta no tenía ningún parecido con lo que estábamos acostumbrados a ver durante los miles de kilómetros recorridos. Una desolada carretera, apenas algún pequeño caserío alejado y con pobre aspecto, nada de las frecuentes áreas de servicio que invaden las autopistas europeas, en resumen, más parecía que rodábamos por otro continente.
          A medida que transcurrían los kilómetros me iba poniendo nervioso. Quim conducía, y comenzó a disminuir la velocidad para economizar consumo como medida de precaución. Además, tampoco veíamos circular muchos vehículos, realmente muy pocos.
          En definitiva, estábamos comenzando a sentirnos muy desorientados. Conocíamos de antemano, obviamente, qué país íbamos a recorrer, pero no habíamos previsto que fuera tan grave la cosa. Es más, creo que inconscientemente habíamos pensado que el simple hecho de suprimir la frontera con el Oeste era un acto definitivo, y no tan solo un simple comienzo. Estábamos siendo incómodos testigos de ello.
          La tarde iba transcurriendo, los kilómetros también, nuestro depósito se iba vaciando, y cada vez era más consciente de que la solución seguía estando lejos. Lo que veía a través del cristal de la ventanilla me iba transportando a la cruda realidad. Aquello no tenía la menor pinta de que apareciese, de un momento a otro, una lujosa y bien dotada estación de servicio.
          Cuando iban transcurridos unos ochenta kilómetros en la reserva, decidimos tomar iniciativas de emergencia.
          En la RDA, a pesar de todo, circulaban coches, y esos coches repostarían combustible en algún sitio. Entonces, probablemente sería necesario salir de la autopista.
          De pronto vemos, en una carretera local adyacente, un remolque bar con unos cuantos parroquianos disfrutando de la suave temperatura veraniega. Aviso a Quim y tomamos una salida que nos conduce al bar de carretera.
          Nos detenemos y les interrogamos en inglés. Sonriendo a medias, hacen ademán de no entender lo que les decimos. Insistimos un poco más explícitamente, pero es inútil, se encogen de hombros y niegan con la cabeza.
          Me parece tan sorprendente el que aquellos hombres no nos comprendan, que me siento totalmente desconcertado y por un momento no sé que hacer. Quim, en un alarde de imaginación y de capacidad de expresión, se dirige a la toma de combustible, la abre, y la señala con vehemencia.
           La primera persona que interpreta lo que pasa es la mujer que atiende el bar. Con aire de dirigirse a una panda de burros, les explica a sus clientes que lo que queremos es, simplemente, llenar nuestro depósito de gasoil (en la tapa pone claramente el nombre del combustible: “diesel”).
           Pero asombrosamente, aquello no parece resolver de manera definitiva las cosas. Se miran entre ellos, como si les preguntásemos por algo muy fuera de lo habitual, hasta que un hombretón con aire amable y tranquilo intenta explicarnos -en alemán- que sigamos por la autopista, y nos indica una distancia  y el nombre de una localidad: 20 km., Waren. En el colmo de la confusión, yo me hago el listo e interpreto que se refieren al nombre de la autopista, en alemán, y que nos quieren decir que más adelante, a veinte kilómetros, encontraremos un área de servicio. Quim me mira con un inconsciente sentimiento de respeto ante mi seguridad, y se sube al coche para continuar.

Es tremendo comprobar la poca vida que se nota en estos pueblos, en especial de noche por la escasa iluminación.

            Retomamos la autopista y aumentamos poco a poco la velocidad  de nuestro Mitsubishi (ahorrando gasoil). Aunque un poco más tranquilos, en el fondo no estoy muy seguro de que aquello tenga un arreglo inmediato. Miro constantemente el indicador de combustible, que va prácticamente a cero. A esas alturas, el mejor procedimiento para conocer tus posibilidades de quedarte, o no, tirado en la carretera es llevar la cuenta de los kilómetros recorridos. Nosotros llevamos ya casi los 1.000 desde que se llenó el depósito. Por lo tanto, en cualquier momento notaremos que el coche pierde empuje, de que a pesar de pisar el acelerador el motor no va a responder y...que se parará en medio de aquella desolación, en dónde la gente no te entiende las cosas más elementales.
           El problema, en el fondo, no es tan grave (lo sería si viajásemos en un avión) y quizás incorpore un elemento de aventura a la rutina viajera, pero lo cierto es que en aquel momento no me produce ningún entusiasmo. Y eso que, además, nuestro coche incorpora ya un sistema por el que quedarte sin combustible no supone un grave inconveniente, como sucedía hasta ahora en los motores de gasoil, ya que lleva un dispositivo para bombear y sangrar sin problema el conducto del combustible.
          Transcurren otros veinte kilómetros y seguimos igual. Hay que volver a intentar tomar combustible en algún pueblo. Tengo el cada vez mas firme convencimiento de que como allí la gente no viaja nunca demasiado lejos, ¿para qué poner gasolineras en las autopistas, si siempre llevas combustible tomado en tu sitio de costumbre?
          A lo lejos, veo unas casas y unas banderas ondeando. Tajante, le digo a Quim que salga de la autopista maldita en la desviación que nos lleva a aquel lugar. Cuando llegamos, vemos  que solo se trata de una granja. Decidimos coger una carretera local, totalmente a ciegas, a ver a dónde vamos a parar. De todas formas, prefiero quedarme sin gasoil en ese sitio y no en plena y desierta autopista.
Ya es casi de noche cuando llegamos a otro pueblo y, en un letrero viejo y sucio, veo pintado un surtidor. Mi corazón se acelera.
         En cuanto encontramos un grupo de personas nos paramos a preguntar. ¡Qué optimismo!. Como si no hubiera sido suficiente con lo del bar de carretera.
         Tras no conseguir entendernos, seguimos atravesando aquel pequeño y oscuro poblacho. No hay casi luces y diríase que en él no vive nadie.
         Al llegar a una especie de placita en donde confluyen varias calles, vemos varios chicos que, alegremente conversan entre ellos. Pienso, fugazmente, que los jóvenes son iguales en todas partes. Paramos junto a ellos pensando que, por ser jóvenes precisamente, quizás conozcan el inglés mejor que sus mayores. Y efectivamente, así es. Son dos chicas y un chico. Al principio, al conocer nuestra inquietud, se miran entre ellos, aunque se les nota que quieren ayudarnos. El chico, que parece muy espabilado y simpático, nos dice que cogiendo por una de aquellas carreteras, a unos dieciocho kilómetros, hay un surtidor de combustible.
         Quim y yo nos miramos esperanzados, aunque al mismo tiempo estamos calibrando nuestras posibilidades de ser capaces de llegar hasta allí.
         Como otra cosa no podemos hacer tomamos la nueva ruta, que nos lleva en dirección Este. Le comento a Quim que ahora vamos directos a Polonia. Según el mapa, está a poco más de cien kilómetros.
         La carretera es estrecha, una ruta secundaria que corre por una llanura, entre árboles y campos de cereales, que me recuerda la región leonesa de Tierra de Campos.
         Pienso en qué haríamos si el coche se parase allí mismo, en medio de aquellos campos solitarios, donde no se ven luces de casas y ni siquiera hay un lugar adecuado para aparcar. Nos tendríamos que quedar a pasar la noche en medio de la carretera.
         Reflexionando estoy sobre ésto cuando, sobre unas lomas, veo un resplandor. Según nos acercamos, el resplandor es más intenso, como de unos potentes focos. Doblamos un recodo de la desierta carretera y nos quedamos atónitos. Delante de nosotros, a cien metros, e iluminada como un estadio de fútbol, tenemos a nuestra disposición una de las estaciones de servicio más grandes y lujosas que nos hayamos encontrado en todo nuestro viaje. Es de la cadena alemana (del oeste) "Dea" que, como tantas industrias del otro lado, está montando a toda velocidad nuevas instalaciones en el Este para hacerse con la correspondiente cuota de mercado.
         Ahora estoy seguro de lo que sintió Cristóbal Colón cuando Rodrigo de Triana avistó tierra. Una mezcla de alegría, asombro, satisfacción y enorme relajamiento nos invadió. Un empleado vestido con una inmaculada bata blanca nos señala cual es el surtidor adecuado. Quim hace un giro para aparcar al lado y, en ese momento, el motor se apaga él solo, por falta de combustible...

Este modelo de coche, denominado "Trabant" o Travis", era casi exclusivamente el único que existía en la RDA. Lentos en la autopista, ruidosos, frecuentemente echando humo por el escape...

11 de diciembre de 2014

NORDKAPP.18 (1ª parte) EL OTRO MUNDO DEL ESTE


            A la mañana siguiente se imponía madrugar. Teníamos una dura jornada, ya que pretendíamos llegar a Helsinborg, pasar a Helsingor (el ferry más corto para llegar a Dinamarca) y rápidamente atravesar esta isla hasta el puerto de Gedser, en donde volveríamos a embarcar rumbo a Rostock (Alemania del Este), con objeto de pasar la noche en algún camping de este país.

Plano de la ruta combinada barco-autopista que seguimos para ir de Suecia a Alemania del Este, ex-República Democrática, vía de comunicación recientemente abierta para conectar Escandinavia con Berlín, vía Rostock, desde la apertura a Occidente de hacía tan solo unos meses.

            Era por lo tanto una etapa llena de posibles incidencias, con el enlace a Europa continental vía Dinamarca incluido en el mismo billete, que previamente habíamos comprado en Helsinborg en donde, por cierto, tuvimos que convencer al individuo de la venta de pasajes de que nuestro coche solo medía de altura 194 centímetros y medio, ya que vimos en las tarifas que los coches de 195 centímetros pagaban ciento treinta dólares más. A la ida nos cobraron por la tarifa elevada, cosa de la que nos dimos cuenta ya demasiado tarde, al ver un folleto de la compañía, por lo que en esta ocasión ya íbamos preparados.
            Efectivamente, en principio el citado funcionario de Helsinborg nos expidió un billete más caro de lo que nos correspondía, por lo que le dijimos, sin más explicaciones, que nuestro coche medía 194,5 cm. e hicimos ademán de enseñarle las especificaciones oficiales del vehículo en donde consta esa altura, pero el hombre ya no intentó discutir, sino que se limitó a cambiarnos el billete por otro, ciento treinta dólares más barato. Menos mal que los nórdicos son bastante pragmáticos.
             Nos colocamos en la fila correspondiente, y mirando a nuestro alrededor calculamos que habría varios cientos de vehículos esperando para embarcar. Por ser época de vacaciones la compañía había previsto que salieran dos ferrys simultáneamente, por lo que al poco tiempo ya estábamos dentro de uno de ellos, comenzando la corta travesía hacia Dinamarca.
             Al mediodía ya rodábamos por la autopista danesa camino de Gedser con algo de prisa, intentando llegar a tiempo de coger el barco de las cinco de la tarde, para entrar en Alemania con tiempo suficiente. Por esa razón, a pesar de ir marcándonos la luz de reserva de combustible, no nos detuvimos a repostar, pensando en hacerlo en el continente. Grave error el de nuestra confianza, y que estuvo a punto de crearnos bastantes complicaciones y retrasos.
             Logrado nuestro propósito de embarcar en el ferry de media tarde, nos dispusimos a descansar las dos horas de travesía hasta Rostock.
             En el barco viajaban numerosos turistas de la ex-Alemania comunista, y uno de nuestros entretenimientos -de Quim y mío- fue el de criticar uno por uno a aquellos pobres alemanes. Nos llamaba la atención su forma de vestir, totalmente trasnochada y excesivamente rudimentaria, aunque a muchos se les veía que acababan de comprarse ropa nueva pero que, por lo general, no armonizaba ni con su aspecto ni con otras prendas que llevaban.
             Pensábamos, al verlos, la ilusión con la que aquella gente se lanzaba a conocer los países que, aún estando tan cerca, nunca pudieron visitar -la mayoría de ellos, por no decir todos, no superaban los cuarenta y tantos años de edad-. Eran las clásicas familias de padres jóvenes con varios niños, que volvían de conocer Escandinavia y de disfrutar siendo testigos de un nivel de vida que desconocían.
             Sin embargo, cuando avistamos las costas alemanas y el puerto de Rostock, muchos de ellos se agolparon sobre la barandilla del puente de proa con la alegría pintada en sus jóvenes rostros y la ilusión de volver a su casa, a su patria al fin y al cabo, después de unas tranquilas y felices vacaciones, como aquel verano habían hecho tantas y tantas familias europeas.
             Nosotros habíamos sido testigos de la vuelta a casa de muchas de estas familias, a lo largo de nuestro rodar por las rutas de Europa en los últimos días, pero al ver a aquellos alemanes sabiendo que, para la mayoría de ellos, eran las primeras vacaciones de verdad de su vida y el especialísimo significado que éstas tenían, realmente nos sentimos un tanto conmovidos y nos emocionó ser testigos de un aspecto humano que, a pesar de su importancia, nunca aparecería escrito en la historia oficial.

(Arriba) Impresionante silueta de un ferry. Esperemos que a estos barcos no les suceda lo que al "Vasa" cuya historia relaté en el capítulo de Estocolmo.
(Abajo) Uno de los tremendos ferrys que conectan Escandinavia con la Europa Occidental. Piénsese que cualquier finlandés, sueco o noruego, que desee pasar por vía terrestre hacia el resto de Europa, lo tiene que hacer a través de comunicación marítima por Dinamarca. Al menos mientras no se pueda ir por Finlandia y las Repúblicas Bálticas. (Nota: actualmente esta comunicación ya es posible, por la independencia de estas repúblicas y por el puente que une Suecia con Dinamarca)
             La comunicación marítima con Rostock, desde Dinamarca, se acababa de inaugurar, según pudimos saber. Lentamente el enorme buque fue entrando en el estuario en cuyas riberas se asientan los muelles de la ciudad y unos grandes astilleros.

Quim trata de divisar el puerto de Rostock (Alemania del Este) desde la barandilla del barco, navegando ya por el Báltico.
             Como de costumbre la maniobra de atraque fue rápida, y en pocos minutos estábamos rodando sobre una vieja carretera de descuidado adoquín, que discurría por entre las viejas instalaciones portuarias siguiendo los rótulos que anunciaban: BERLIN.
             Al poco tiempo y sin entrar en la ciudad, enfilamos la autopista de la antigua -y ahora otra vez de nuevo- capital alemana. Ahí empezamos a percibir que nos encontrábamos ya en la Alemania del Este. La reunificación cumplía en aquellos días (agosto de 1991) unos diez meses de existencia (el 3 de octubre de 1990 se estableció la unificación de las dos alemanias), por lo que prácticamente todo estaba como antes. Incluso se notaba más aun el habitualmente lúgubre aspecto urbano de los pueblos y ciudades, por simple contraste con las nuevas dotaciones públicas o privadas que el gobierno se había apresurado a instalar en la ex-Alemania Oriental, puesto que el gobierno federal alemán había comenzado ya la colosal tarea de convertir aquel oxidado país en una prolongación del moderno y avanzado Estado alemán, y cualquier instalación reciente del mobiliario urbano destacaba enormemente.
            Colosal tarea, digo, y creo que me quedo corto.


            Como primer ejemplo que nos saltaba a la vista, la autopista a Berlín por la que viajábamos. Se reducía a las dos calzadas de doble carril, pavimentadas en cemento con notables irregularidades en el piso, separadas por una estrecha franja de hierba.
            Esta vía perteneció a la red de "autobahn" que, antes de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los treinta, construyó Hitler.
            Pero desde entonces, estas autopistas han permanecido prácticamente sin tocar. De esta forma, el Estado alemán tiene ahora que proceder inevitablemente a su total remodelación y modernización. Primero dotarlas de vallas protectoras, cuatro líneas en total, las dos exteriores y las dos centrales, de separación de calzadas; construir los arcenes, inexistentes; dotar a la vía de toda la señalización vertical y horizontal, que estaba reducida a un mínimo patético, por lo escaso de la información y lo deteriorado de su aspecto. Y, por último, y ahí es nada, asfaltar toda la calzada. En resumen, hacer todo eso en miles de kilómetros de autopistas que poseía este Estado comunista. Y, además, teniendo en cuenta el que en Alemania las autopistas no son de peaje.
            Luego, hacer algo similar en las decenas de miles de kilómetros de carreteras de todo orden, también con enormes deficiencias y en un estado de conservación que me recordaban las carreteras españolas de mi infancia.


           Más tarde, hacer todo eso con toda la infraestructura pública de Alemania del Este.
Después, cerrar las industrias totalmente trasnochadas en las que trabajaban miles y miles de ciudadanos, a los que sin embargo tendrán que mantener, a muchos de por vida...
           ¿Sería muy impropio echar gran parte de la culpa de la actual crisis europea, a la reunificación alemana? (La crisis que afectó a Europa a principios de los años 90 del siglo pasado)

21 de noviembre de 2014

NORDKAPP. 17 (2ª PARTE) OSLO

Oslo y su bahía
             Al igual que hicimos en Trondheim, al llegar a Oslo lo primero fue tratar de encontrar prensa británica para seguir la crisis soviética, pero aquí no hizo falta recurrir a nuestros conocimientos del inglés, ya que nos encontramos con la agradable sorpresa de poder comprar "El País" del día anterior.
            Visitamos un típico centro cívico, en el interior de un gran edificio, con varios niveles, ascensores, cafeterías y toda clase de establecimientos comerciales. Es la tendencia moderna de concentrar una gran diversidad de tiendas en un ambiente interior que te permite recorrerlas cómodamente, aunque la climatología sea totalmente adversa, como sucede en esta ciudad gran parte del año.
             Por la tarde decidimos hacer una visita cultural. Nos hicimos con una lista de los museos que se podían visitar y tuvimos que elegir entre un total de ¡veintinueve!. En la lista había algunos que realmente deben de ser muy curiosos, como el de la Resistencia noruega, dedicado al período histórico de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra, o los dedicados al esquí, o al tranvía.
             Empezamos por el de Defensa, ubicado en la ciudadela, cerca del puerto, zona militar abierta en muchos de sus edificios totalmente al público. Allí pudimos visitar el museo dedicado al Ejército y un hospital de campaña instalado con todos sus
elementos (incluido el aire acondicionado).

Junto con otro navío igual, pasó casi mil años hundido en la bahía de Oslo, de donde fue rescatado y restaurado para ser exhibido en este museo.
Más tarde llegamos hasta el área de Bygdoy, en donde se concentran varios e interesantes museos relacionados con la navegación. Allí se conservan los impresionantes "drakars" de los vikingos con más de 1.000 años de antigüedad, rescatados del fondo del fiordo de Oslo y restaurados con verdadero mimo. Otro dedicado al "Fram", buque construido a finales del siglo pasado, en el que Nansen y Amundsen hicieron varias de sus exploraciones polares. Primero fue el viaje al Polo Norte de Nansen de 1893 a 1896, luego diversas exploraciones por las costas del norte de Canadá y posteriormente, la larga expedición de Amundsen al Polo Sur (1902 a 1906).

El buque de exploración polar "FRAM". Navegó en aguas polares, y pasó inviernos aprisionado por los hielos, resistiendo la presión gracias a su técnica constructiva del casco. Llevó a Nansen al Polo Norte entre 1893 y 1896. Más tarde Otto Sverdrup (1898-1902) lo utilizó para explorar extensos territorios del norte de Canadá y, en su tercer periplo, sirvió para llevar la expedición de Roald Amundsen a la Antártida.

             El buque está colocado igual que el "Vasa" sueco, es decir, primero puesto en tierra, construyendo a continuación un edificio a su alrededor para protegerlo y que sirva de museo.
             Se puede visitar su interior,y sorprenderte de como era la vida a bordo de este navío, en el que sus tripulaciones debieron invernar en latitudes árticas y antárticas extremas. La vida se desarrollaba durante largos meses, totalmente a oscuras todo el día o gran parte de él, con temperaturas de 40, 50 ó más grados bajo cero constantemente, rodeados del ambiente absolutamente hostil de los hielos polares.

Interior del buque, la camareta principal. El piano y la gramola les proporcionaban algo de entretenimiento durante los largos inviernos.




             Se conservan sus camarotes, incluso con los utensilios y efectos personales de sus pasajeros. Los individuales, reservados a la oficialidad y miembros científicos de la expedición, eran de menos de dos metros de longitud, por apenas uno de anchura. Tan solo una cama muy estrecha, pegada a una de las paredes y cuya longitud daba el largo del camarote, y un pequeño armario para guardar las armas, esquís, ropa y otras indispensables pertenencias. Estos camarotes rodean la camareta principal, en donde hay una gran mesa que servía de comedor, sala de reuniones, juegos, trabajos y vida social.
             Resulta llamativo el hacinamiento y poco espacio de que disponían estos hombres para pasar estos largos inviernos, codo con codo con sus compañeros, y es fácil imaginar los problemas de convivencia que podían surgir, así como el temple de acero y el dominio de sí mismos que debían de tener los que participaban en estas expediciones; aunque me imagino que ya serían escogidos precisamente por esas cualidades personales, entre otras.



Justo enfrente del "Fram" hay otro recinto en el que se exhibe la nave "Kon-Tiki", de Thor Eyerdal, el explorador y científico noruego, con la que cruzó el Pacífico en 1947 para demostrar cómo pudieron ser colonizadas desde el continente americano las islas de Oceanía. También está allí la "Ra II", en la que asimismo Eyerdal y ocho tripulantes atravesaron el Atlántico Sur en 1970, por lo que este famoso noruego también estableció la posibilidad de que las pirámides de los pueblos americanos tuvieran un origen común con las de los egipcios.
            Finalmente visitamos otro curioso museo, el de la Tecnología. Quim había oído hablar de él y, entre la abundante variedad de los que podíamos haber visto, escogió muy acertadamente el Tecnológico.

El "Caravelle" y la locomotora con sus vagones de viajeros no me cabían en la foto.
            Este es un tipo de Museo que se está imponiendo cada vez más, pero creo que el de Oslo es uno de los pioneros y, por lo que pudimos ver, debe ser uno de los mejor dotados del mundo.
Se refiere, naturalmente, a todo lo relacionado con la tecnología actual y más reciente, pero es éste un tema demasiado amplio y eso se le nota al Museo de Oslo, que nos dio la impresión de haber sobrepasado la capacidad de sus mantenedores.
            El estar un poco destartalado, de una parte, y de otra, el poseer un cúmulo tal de aparatos de todo tipo, lo convierte más bien en un almacén de cacharros muy sofisticados -eso sí- pero un poco sin orden ni concierto. Porque guardar en una de sus inmensas salas, nada menos que un avión Caravelle enterito, además de otros aeroplanos algo más pequeños, una locomotora de vapor con varios vagones, una cápsula espacial "Géminis", una colección de modelos de coches completísima, etc., etc. nos da idea de la desmesurada magnitud de su dotación. De aquí salimos verdaderamente impresionados. En definitiva, que solo para ver los museos de Oslo se necesitaría más de una semana, ¡pero valdría la pena!.
            El viento del sur, que nos proporcionó nuestra jornada más calurosa en Escandinavia, trajo abundantes nubes que cubrieron el radiante sol cuando al caer la tarde iniciamos nuestra marcha hacia Helsinborg, ya de nuevo en Suecia, en dónde volveríamos a cruzar a Dinamarca al día siguiente por la tarde.
             Llovía copiosamente cuando traspasamos la frontera con Suecia un par de horas más tarde y, ya oscurecido, cumplimos con la rutina diaria: buscar un camping.
             Nos decidimos por uno que resultó ser propiedad de un matrimonio de granjeros. La recepción del camping era su propia casa, en donde el matrimonio, ya anciano y que apenas hablaban inglés, amablemente nos pidió que esperáramos por su hijo, que sí lo entendía. Este llegó a los pocos minutos, un hombre de unos treinta años, alto y fuerte, que nos explicó en dónde podíamos encontrar una cabaña libre. Había que adentrarse por un camino hasta llegar a un gran prado, lleno de hierba bastante crecida, alrededor del cual había varias y llamativas cabañas de madera. Estaban colocadas en grupos de cuatro, pintadas de marrón y blanco y, rodeándolo todo, un denso bosque de abetos.
Tan solo otra de las cabañas estaba ocupada, alejada de la elegida por nosotros, por lo que nos dio una impresión de soledad aquel sitio, alejado de la carretera, oscuro, lloviendo, y con aquel  bosque más oscuro todavía.


Cuando Quim se metió en cama, comencé mi obligado paseo y me acerqué al bosque, con una linterna en la mano. Me preguntaba cómo sería por dentro un bosque sueco. Me interné unos veinticinco metros en la espesura, hasta que llegué a perder de vista las cabañas. El bosque era muy denso, los pinos pegados unos con otros, y con gran cantidad de matorrales y ramajes caídos obstaculizando el paso. En resumen, una verdadera selva. En aquella oscuridad solitaria, llena de sombras que formaba la luz de mi linterna, me empecé a sentir incómodo. ¿Serían ciertas las leyendas de los "trolls" y de los "gnomos"?
             Me pareció que era un buen momento para irse al "sobre", por lo que volví sobre mis pasos. Llegando ya al lindero del bosque mi caminar era, por cierto, más presuroso que cuando penetré en él.
             Un reparador sueño, arrebujado en mi saco de dormir, oyendo caer la lluvia sobre la madera de la cabaña, fue la siguiente parte de esta historia.

11 de noviembre de 2014

ONDALONGA 2014

Foto Guias Masmar

Me temía que era muy difícil repetir las condiciones del año pasado. Pero siempre te queda la esperanza de tener suerte y equivocarte. Porque el Ondalonga de diciembre de 2013 fue increíble.
        En esta ocasión sin embargo y a pesar de las dificultades meteorológicas, y que el mar no estaba como el año pasado, el evento salió adelante gracias al entusiasmo de los surfistas y organizadores: a mal tiempo, buena cara. Y al final hubo olas suficientes, efectivamente.


Porque hay que reconocer la dificultad de los organizadores del evento para escoger el día apropiado. De hecho, son varios los factores, repasémolos:
1) Evidentemente el más importante es que en El Pedrido entren olas de suficiente tamaño. El baremo es escoger un día en el que las olas en costa abierta van a llegar cuando menos a los cinco metros. O incluso puede que algo menos.
2) La marea, debe ser subiendo, y que la baja toque entre las nueve de la mañana (muy pronto quizás) y las once.
3) La dirección del mar. Teniendo en cuenta que es casi un milagro que rompan olas de un metro (y a veces dos) en el interior de una ría, pero además que lo hagan en un spot situado a algo más de 15 kilómetros del mar abierto, es cierto que esto sucede porque esta ría (Ares, Sada, Miño, Betanzos) está orientada en la dirección más frecuente y potente de mar en el exterior de la misma: la del noroeste.
4) Algo muy imprevisible (como se vio en esta edición) es el comportamiento del tiempo meteorólogico en ese día concreto. Si has tenido en cuenta previamente los otros factores, ya careces de alternativas en función de la previsión, que es fiable tan solo dos/tres días antes, al menos en lo que se refiere a preverlo para las horas concretas, fuerza del viento, lluvia, nubes, sol, ya que la marea marca inevitablemente el horario.
5) Y si bien no es muy difícil encontrar bastantes días durante el invierno con las mejores condiciones necesarias, hay que tener en cuenta que esto tiene que suceder en un sábado o domingo.
Es por tanto un riesgo y una presión que tienen que asumir los organizadores, a los que desde aquí quiero felicitar, porque han conseguido afianzar esta gran concentración que es Ondalonga, y darle un carácter, una personalidad, un ambiente, únicos e irrepetibles. Tuvieron una gran visión al comenzar hace cinco años, y su fe y tenacidad han tenido su recompensa.

Foto Guias Masmar

Habría quién podría esgrimir como un inconveniente la terrible (por lo larga) remada que nos impone la lejanía del pico, pero eso forma parte del encanto. Hoy en día todos los eventos denominados "populares", más que ser competitivos, son retos personales para todos los participantes: lo importante no es ganar, sino llegar a la meta, a pesar de las dificultades que exige solamente el terminar, en muchas ocasiones, la prueba. Y Ondalonga es perfectamente equiparable a este tipo de eventos. Los iron men, o los marathones, terminarlos es en sí mismo una victoria para cada uno de los corredores que son capaces de finalizarlos. Nadar una travesía como la de Cies hasta la Isla de San Simón, en la ría de Vigo, de 27 kilómetros de recorrido, es también una hazaña en la que todos los que llegan al final se pueden sentir ganadores y profundamente satisfechos. Es la forma de resolver el eterno inconveniente de que, en el deporte, solo es ganador el que llega primero. Aquí todos son ganadores.
Y en el Ondalonga, igualmente, también todos somos ganadores porque esa noche, yo al menos, me fui a la cama con un regusto muy dulce de haber sido capaz de remar seis kilómetros, de coger aquellas olas míticas que siempre veía romper allá a lo lejos, y sobre todo de disfrutar el ambiente magnífico que le proporcionan sus participantes. Sentí una satisfacción tan remuneradora como cuando, en mi juventud, lograba ganar una travesía, o una prueba de natación.
Y por eso tengo que estar agradecido al Ondalonga por dos motivos fundamentales, el primero por haberme dado la oportunidad de surfear esas olas a las que tantas ganas les tenía, y el segundo, el recobrar ese ambiente de surf en amistad y buena compañía en la playa y en el pico, que temí haber perdido para siempre.


1 de noviembre de 2014

Peniche: mi primer WCT en directo

El patrocinio institucional es muy importante para sufragar el campeonato
          Mientras conducía por la autopista portuguesa A3, tratando de que el coche se mantuviese pegado al asfalto a pesar del diluvio que nos caía del cielo, iba pensando en los motivos por los que, para ver una de las dos pruebas del WCT que se disputan en Europa, tuve que elegir entre Hossegor   (Francia) o Peniche (Portugal). No acabo de entender porqué Francia y Portugal son capaces de organizar una de las once pruebas de que consta el tour, y España no. ¿Crisis...? Francia es, efectivamente, un país más rico que España pero en este momento su economía tampoco pasa por un momento brillante, más bien al contrario. ¿Y Portugal?: ha sido uno de los países rescatados por la UE y que, tras Grecia, el que más sacrificios está exigiendo a sus ciudadanos. Pero hay empresas y organizadores que piensan que es rentable la inversión necesaria para un CT.
Será ésta, pues, una pregunta a responder quizás más adelante. Y puede que la respuesta esté en un hombre que conocí personalmente en Peniche: el Presidente de la Cámara Municipal de esa ciudad, Roberto José Correia, un alcalde que me recuerda a Paco Vázquez en su ambición para conseguir privilegios para su ciudad. Por ejemplo: en Octubre del 2012 Viana do Castelo inauguraba su Centro de Alto Rendimiento orientado al Surf. En Abril del 2013, To-Ze Correia, como se conoce popularmente al regidor de Peniche, hacía lo propio con el CAR de Peniche. Este hombre ha sabido ver en el surf, y en la organización de un evento del WCT, un medio para mejorar la economía de esa zona. Y Peniche va camino, si no lo ha hecho ya, de arrebatar a Biarritz la capitalidad europea del surf.

Con To-Ze Correia, quizás el principal impulsor del campeonato, y que considera que el futuro económico de Peniche pasa por la promoción y apoyo al Surf
           A la mañana siguiente de llegar, mi mujer -Laly- y yo, lo primero que hicimos en Peniche fue recorrer sus playas para palpar el ambiente y buscar a los pros practicando free surf, todo un espectáculo que nunca verás en la competición, ya que es en estos baños libres en dónde ellos exhiben su clase extraordinaria sin estar atados por la necesidad de los puntos.
Supertubos, la primera playa a la que fuimos, era un deprimente escenario por las condiciones del mar. A ningún surfista se le habría ocurrido meterse en aquellas olas demasiado grandes y demasiado revueltas por el fuerte viento on-shore y con el agua de color chocolate, debido a la ciclógenesis Margit, la primera de la temporada. Por ello el campeonato estuvo suspendido desde el martes hasta el domingo. Pero una de las virtudes de este spot es que cuando el viento estropea una de sus dos playas, significa casi siempre que funciona la otra. Por eso recorrimos los escasos kilómetros que hay hasta la playa de Baleal, en la que las olas iban desde un metro hasta los tres en su extremo norte, a 4 Km de Peniche, y siempre con el viento off shore. Pasamos por delante del mítico Hotel Soleil (que supongo que vive fundamentalmente de los miles de surfistas que se alojan en él a lo largo del año, puesto que está en el epicentro de este spot surfístico increíble que es Peniche) hasta llegar al pequeño y mítico pueblito de Baleal, y aparcamos en la playa de Lagide, donde una laja de roca forma un pico de gran calidad, lejos de la orilla.

En una magnífica ola, multitud de surfistas pugnan por su oportunidad, aunque parece ser que lo hacen amistosamente...  
Cientos de surfistas inundaban las olas de A Prainha y Lagide, que miran al norte. Pero no estaban allí los surfistas que yo buscaba. Retrocediendo por la carretera que corre paralela a la playa de Baleal, entramos en el primer aparcamiento que va a dar a un par de restaurantes al borde de la arena, casi en el extremo norte de esta inmensa playa.

Zona norte de Baleal, casi al lado del pueblo del mismo nombre. Cuatro kilómetros de playa hasta Peniche. Indudablemente caben muchos surfistas, aunque son centenares cada fin de semana
Y allí, ¡bingo!, estaba ya lo interesante. Varios pros se preparaban para surfear. Entre otros reconocí a Freddy Patacchia, que analizaba las olas que caían, grandes y cerronas. Hacia el mar pasó Gabriel Medina, y del agua salía Julian Wilson, por lo que Laly y yo nos sentamos a contemplar el espectáculo. Laly se preguntaba por donde andaría Kelly Slater, porque estaba decidida a hacerse una foto con él. Y a los pocos minutos veo bajar hacia el agua a un tipo bajito, fuerte y con la cabeza totalmente rapada. ¡Allí estaba el mítico Slater! Fuera entraban de dos a tres metros que daban unos tubazos de los que resultaba muy difícil encontrar la salida, y eran muy pocos los surfistas que desafiaban unas condiciones tan duras. Pronto Kelly estuvo en el agua. A pesar de que había que elegir muy bien, tanto él como Medina cogían olas sin parar, metiéndose en tubos imposibles, de los que pocas veces salían sin ser tragados por la ola. También intentaban aéreos y girazos en las potentes paredes.
Cuando iban  ya unos cuarenta minutos, de pronto vi que Kelly saltaba fuera del agua en un aéreo e iniciaba un 3 sesenta que, todavía en el aire, continuó hasta completar otra media vuelta (540), y cayó sobre la espuma, en donde siguió su giro hasta terminar las dos vueltas, logrando seguir de pie en la ola. La gente, pendiente de lo que hacía el surfista de Florida, prorrumpió en gritos y aplausos. Porque fue asombroso contemplar como este surfista de 42 años había sido capaz de terminar algo así. Y también porque a esa edad aprender nuevas y difíciles maniobras, como ésta, es casi imposible. Ese es su mérito.
Slater salió del agua a los pocos minutos, y Laly vio su oportunidad para acercarse y pedirle que se hiciera la ansiada foto con ella. Kelly, que iba un poco en una nube porque se daba cuenta de la expectación que había creado con aquella ola, cuando Laly le sujetó por el brazo metiéndose además en el agua hasta la rodilla, se volvió hacia ella, sorprendido y le dijo en inglés, ¡Qué haces!, mirando hacia sus zapatos sumergidos en el agua, y entonces Laly, contestándole “¡don't worry!” le indicó que yo estaba enfocándolos a los dos con el teléfono. La verdad es que, por un momento, me temí que le diese un empujón y que ella terminase totalmente en el agua. Pero cuando Slater comprendió de qué se trataba, cambió su expresión y sonriendo se dispuso para la foto.




Kelly provoca la noticia y su figura mítica crea la expectación.
Luego una multitud de curiosos se concentró alrededor de Kelly, y hubo como una pequeña rueda de prensa al lado de su coche, hasta que les pidió que le dejasen vestirse. Unos metros más allá, Medina también se cambiaba después de salir del agua. Pero curiosamente, casi nadie le prestaba atención, rodeado solamente por su familia y acompañantes.


Por contraste, el lider del circuito en este momento no concita tanto la atención de la gente.
Ambos sabían lo que se jugaban en este campeonato. Por eso, no esperaban y no aceptaron con serenidad -ninguno de los dos- la eliminación en la ronda tres, a manos de dos surfistas muy inferiores teóricamente (Bret Simpson a Medina y Aranburu a Slater). Medina se salió dos minutos antes de terminar, dando equivocadamente por eliminado a Simpson, y Kelly fue incapaz de superar las dos puntuaciones que, al empezar la manga, consiguió Aritz. Medina se marchó de inmediato, muy enfadado, sin ni siquiera sacarse el traje de goma. Y Kelly partió su tabla con furia en tres pedazos al entrar en el vestuario. aunque luego hizo declaraciones en las que alababa al surfista vasco. Cosas de la competición.

La inmensa Playa Norte de Nazaret, la de las olas colosales
Hay que tener en cuenta que, en Peniche, lo más que había eran tres metros, y esa ola llega fácilmente al doble..
Solo se puede decir que es todo un espectáculo natural. Me cuesta imaginar cómo será en vivo con más de veinte metros y con surfistas corriendo estas olas.
Una de las tardes libres se nos ocurrió acercarnos hasta Nazaret, solo treinta kilómetros al norte. Pensé que era una oportunidad verlo con cierto tamaño de ola. Por autopista, en apenas 20 minutos llegamos al Farol de Nazaret, una vieja fortaleza en la que está el faro desde el que se puede ver un gran espectáculo de la Naturaleza. Es muy curioso asomarse a la playa de Nazaret, sin apenas olas, y luego girarse y ver la playa norte con olas de cinco o quizás seis metros en alguna serie.                       Siguiendo con la vista la ruta que esas ondas traen desde el horizonte, se ven las crestas avanzar ya desde muy lejos por encima de lo que se adivina que es el famoso cañón submarino. Y cuando llegan a unos trescientos metros de la playa, crecen desmesuradamente, a veces ayudadas por otras ondas que se unen viniendo en diagonal y que hacen crecer aun más la onda principal, hasta conseguir esa cresta tan marcada, y que tanto nos impresiona. Además, hay que tener en cuenta que estamos viendo la ola desde arriba, lo que le quita mucha sensación de tamaño. Oscar García, de COGE3, al que encontramos después de su viaje en bici desde Hossegor, nos contó que ellos habían bajado a la playa, y que ver aquellas olas desde el nivel de la arena daba una sensación terrorífica. Y esto lo decía un surfista al que no le da miedo ir a por olas de cuatro o cinco metros (o más) en A Mariña.
El sábado, aunque ya sabíamos que tampoco continuaría la competición, nos volvimos a acercar hasta Supertubos. El mar seguía grande y revuelto, con tres metros y alguna serie mayor, y las olas estallaban muy rápido empujadas por el viento del suroeste. Pero para mi sorpresa, en el pico de la competición se veía a un solitario surfista que desafiaba aquellas condiciones terribles. Nos acercamos y pronto le vi coger un tubazo increíble de derechas, a su mano. Cogió varias olas más, en condiciones épicas, y poco después salió del agua. Entonces reconocí quién era el valiente surfista: ¡Aritz Aranburu! Rápidamente me acerqué a él y después de saludarlo y desearle suerte, nos hicimos una foto.

Arizt, 24 horas antes de su proeza. Pero, la verdad, después de verlo en el agua no me sorprendió demasiado su victoria sobre Slater.
Yo sentí admiración por la profesionalidad de Aritz que, en vez de buscar las olas más cómodas en Baleal, se la jugaba en Supertubos, en las durísimas condiciones que estaba viendo. E interiormente deseé que este comportamiento tuviese su recompensa.
Y al día siguiente, efectivamente, fue capaz de apear a Slater, en una circunstancia muy especial, cuando más importante era para el americano el continuar, ya que en el heat anterior Medina también se había quedado fuera, y la ocasión era de oro para Kelly, para alcanzar al brasileño. Pero Aritz también tenía sus objetivos y el 11 veces campeón del mundo no tenía porque ser precisamente un obstáculo insalvable.

La zona fundamental del campeonato, la zona de jueces, y debajo la de competidores.
El domingo la afluencia de gente fue algo extraordinario. Creo que el campeonato de Peniche probablemente sea, de todo el Tour, en el que más gente acude a la playa, lo que para mi da idea de la afición al surf que hay en Portugal, porque además ese público entiende de surf. Por eso, por su magnífica organización y sus extraordinarias olas, Supertubos, Peniche y Portugal se merecen disfrutar del que es el penúltimo -y muy decisivo por tanto- evento del WCT cada año.

La ola de Peniche es para surfistas muy experimentados, muy parecida a la de Hossegor, una ola en la que el tubo es la clave para puntuar alto.




Arizt con los expedicionarios de COGE3, Oscar y Javi. No se les notan los cientos de kilómetros encima de la bici.
Prometí que yo me hacía una foto con Kelly Slater, y cumplí.
Parkinson, eliminado. Su rostro reflejaba la decepción.
Y el eliminador de Joel, Adam Melling.

   

15 de octubre de 2014

EMPIEZA EL BAILE



Al mediodía del martes.
Ya se dibuja en los mapas meteorológicos una fuerte borrasca que, muy tempranamente, quizás nos anuncia un nuevo y movido invierno.
  No es sin embargo, tal como siempre nos dejan claro los meteorólogos, que podamos aplicar una regla fija para los próximos meses. El invierno puede ser de cualquier forma de las que puede ser el invierno, valga la redundancia.
Pero hacía ya bastantes meses que no nos impresionaban ese montón de círculos irregulares como los que, en este momento, cubren buena parte del Atlántico Norte y que cuya presión interior suele caer por debajo de la cifra de 980 (milibares). Para ser exactos acabo de ver en la página de AEMET que, ésta que se viene para acá, marca 952 para el miércoles o jueves, aunque se va desinflando poco a poco (o más exactamente, rellenando de aire) al avanzar por encima de las aguas del sur de Groenlandia, más frías que las de la costa este norteamericana, y por ello menos capaces de generar la potencia necesaria para bajar de los 950, al encontrarse con una atmósfera todavía relativamente cálida, sobre todo si lo comparamos con la que habrá por esas latitudes dentro de tres meses.
Aun así generará oleaje duro, con períodos posiblemente alrededor de los 20” y vientos con rachas de hasta 80 Km/hora.


Las nubes típicas que ya anuncian ellas solas la entrada de la borrasca

Primeras horas de la tarde del martes en Doniños.

Y todo eso se lo van a comer los 36 superhombres del Tour que ya esperan, sin duda muy impacientes, a que los 2/3 pies de esta mañana de martes en Supertubos se conviertan en los 12/15 que el Forecast anuncia para el jueves.
Es seguro que todos los competidores tendrán muy avisados a sus caddies, porque terminar con la tabla indemne en una sesión de Supertubos con ese tamaño, en sus orilleras salvajes, se me antoja casi imposible. Aunque supongo que el jueves se determinará una parada del campeonato.
Si las cosas fueran radicalmente bien para Gabriel Medina, y rematadamente mal para Kelly Slater, el brasileño podría cantar victoria con tres meses de antelación a lo que viene siendo normal. Pero, por el bien del Circuito, espero que no sea así. En teoría queda lo más emocionante, el tiempo de utilizar la calculadora y de estudiar las posibilidades que pueden acaecer en la última y más espectacular, en las olas del Pipe de la North Shore.
Echo de menos, por otra parte, la entrañable prueba de O´Neill, que era un poco la antítesis de Fiji o Teahupoo, con olas más humanas (por decirlo de alguna forma) y con los espectadores disfrutando de las maniobras muy cerquita de sus ídolos, y bien abrigaditos, ya que en el Santa Cruz de California en esta época ya empieza a hacer fresquito por las mañanas temprano, o por las tardes con esas puestas de sol tan bonitas que tiene.

O´Neill Cold-water, en Santa Cruz del 2012, último campeonato que se celebró dentro del Tour de la ASP
Aunque el campeonato se sigue celebrando, como invitacional.
Pero el Tour se deshumaniza cada vez más, y don dinero manda mucho, en detrimento de otras cosas que también estimamos los seguidores, aunque en la ASP no le den demasiada importancia. Lástima.
Volviendo a Peniche, en la página de la ASP elucubran, casi hasta el infinito, acerca de las posibilidades de Medina para salir de Portugal como el primer campeón brasileño de la historia del WCT, como de las que tienen sus perseguidores, Slater, Fanning, Parkinson, Florence, Barrow y Bourez. El comentarista se pierde en cálculos que, en algún momento, hacen que uno también se pierda y que decidas dejar de leer, ya que la verdad resumida es que pueden pasar tantas cosas entre esos siete surfistas en estas dos pruebas que faltan, que las posibilidades matemáticas se van a la estratosfera de los números.
Medina parecía últimamente muy seguro, pero sus dos eliminaciones en cuartos en Trestles y Hossegor apuntan a que ha entrado, quizás, en esa fase del ciclo de competición que, cuando es tan largo, el cuerpo pierde ligeramente el máximo de sus facultades, lo que aprovechan los demás para atizarte mordiscos en el cuello difíciles de resistir. Si Medina llega al menos a semis en Supertubos, esto que estoy diciendo no tiene ningún valor y será que este es su año, pero si vuelve a cascar antes de cuartos, me temo que Gabriel disfrutará del turrón, aunque bastante triste por la oportunidad perdida.
Porque el dios Slater volvería a reinar en el universo surf. Y entonces será quizás el momento que elija para dejar este mundo tan estresante de la competición e irse a otros paraísos más tranquilos, pero igualmente bien remunerados. Aunque sabemos que esa lógica no vale con el de Florida, que puede que sea el único surfista del Tour que compite únicamente por puro placer (como en los viejos tiempos, vamos), aunque siga disfrutando mucho también con la victoria.

Supertubos, Peniche.