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11 de febrero de 2015

NORDKAPP.19. Por fin, Berlín

   
    Cuando retomamos la autopista hacia Berlín, encontramos numerosos tramos en reparación del pavimento, colocación de vallas metálicas, señalización, etc.
          También, a medida que nos acercamos a la que será la nueva capital de la Alemania reunificada, el tráfico se hace más denso, mezclándose el de la ex-RDA con el que viene del Oeste.
          Vemos (¡al fin!) estaciones de servicio y áreas para descanso del viajero, aunque no muy bien dotadas. De vez en cuando observamos unas altas torres de vigilancia, suponemos que de carácter militar o policial, que ahora están vacías.
          Berlín ya está cerca, y pasamos por la antigua aduana oriental; es impresionante por su extensión y capacidad. Numerosos andenes para inspección simultánea de gran número de vehículos, instalaciones policiales, etc.; es fantástico ver tal despliegue, y verlo tal como está ahora, todo totalmente desmantelado y abandonado.
          Al poco llegamos a la aduana occidental, que contrasta por su pequeñez con la que acabamos de cruzar. Se ven trozos de muro altísimo y bien alambrado aún, que aislaba a partir de aquí el trazado de la autopista de acceso al Berlín Oeste, por atravesar la zona oriental .
          Entramos por fin en esta interesantísima ciudad, que por la premura del tiempo no podremos visitar. Solamente nos hemos fijado una importante cita: la puerta de Brandenburgo.
          Seguimos los perfectamente visibles indicadores de las calles, con nuestro mapa en la mano. Como ya es habitual en estos casos, yo "mapeo" y Quim conduce.

Intentando encontrar aparcamiento. No hace muchos meses, este lugar, estaba absolutamente desierto, nadie se atrevía a acercarse, ya que el muro pasaba justo por delante del monumento.
         Al fin, al fondo de una inmensa avenida, allí está: majestuosa, solemne y tremendamente histórica, con la cuadriga romana coronándola. Miles de personas pasean por sus inmediaciones, contrastando con la imagen que teníamos de ella hasta ahora, en la que se la podía ver desierta y rodeada por un sector del muro.
         Caminamos hacia el imponente monumento, después de conseguir un aparcamiento para el "Mitsu", desde lo que era el sector Oeste. En ambos laterales de la avenida hay multitud de puestos de venta ambulante. Nos acercamos a curiosear para ver de qué mercancías se trata, y nos llevamos una gran sorpresa.
         En ellos se exponen toda clase de efectos militares de los ejércitos ruso y alemán oriental. Desde uniformes varios a simples insignias de los diferentes cuerpos o armas, botas, cinturones, cascos, gorras...

Un cinto del uniforme militar de los soldados de la RDA, expuesto en el mercadillo para quien se quisiera llevar un recuerdo.
         Sabemos que el ejército de la extinta Alemania Democrática ha desaparecido, pero siento una mezcla de vergüenza ajena y una deprimente sensación, al ver como aquellos vendedores -en su mayoría turcos o marroquíes- frivolizan casi hasta la burla más descarnada todo lo que simbolizaba el tan temido poderío de estos ejércitos, que tanto respeto infundían e infunden en el resto del mundo. Un hecho que sería considerado un delito gravísimo meses atrás, se producía allí tranquilamente, sin más, como queriendo simbolizar la venganza por todo el mal que hicieron los que portaban aquellos símbolos y vestían aquellos uniformes.
         Sospecho que en mí influyen atavismos como el respeto a las instituciones, sean las que sean, y por eso me escandaliza un poco lo que veo allí.
         Pero el odio que se palpa en el transfondo de aquel mercadillo tiene unos orígenes bien fundamentados, de eso no me cabe la menor duda.
         Lo que es innegable es el oportunismo comercial de aquellos vendedores, al pensar que este lugar sería un destino preferente de los turistas que visitan Berlín en estos tiempos.
         Pasamos por encima de la ubicación exacta del muro -recién desaparecido-, en la explanada sobre la que se asienta la Puerta de Brandenburgo, y podemos ver aún las huellas recientes en el suelo del sitio en el que se levantó aquel otro monumento, aunque éste destinado a encrespar los odios, el dolor, la separación de seres queridos, la ausencia de libertad...

Hasta entonces, nunca había visto un monje budista como la del centro de la foto. Mientras, Quim, observa curioso.
Si nos fijamos en el pavimento, se ve perfectamente la ubicación del muro, ahora derribado. El suelo oscuro en donde estamos es nuevo y pertenecía a la zona del Berlín Oeste. El más claro del fondo nos indica la que era la zona oriental.
         Sobre esa explanada, observo un hecho curioso, que me llama la atención y que contemplo durante un rato. Son varios hombres y mujeres, alemanes, que vestidos a la usanza budista se manifiestan silenciosamente denunciando otra opresión, la ocupación del Tibet por los chinos. Es obvio que no podían haber escogido un lugar más adecuado para sus protestas.
         Caminan tres o cuatro de ellos en círculo alrededor de una mesita plegable, en la que hay folletos explicando sus reivindicaciones, mientras otro miembro permanece dentro de una furgoneta con la puerta trasera abierta, en actitud de meditación,  sentado sobre sus rodillas.
         Me choca en especial el cabello rubio y el aspecto típicamente alemán de las dos mujeres que visten los atuendos orientales. Meses después las volvería a ver en un reportaje de televisión, haciendo la misma denuncia, exactamente en el mismo lugar que ahora.
         Pasamos por debajo del enorme monumento y recuerdo que me llaman la atención unas dependencias anexas, vacías, pero atestadas de desperdicios y basura. Todo aquí respira aún un aire de abandono o de provisionalidad.

¡Qué placer, una buena salchicha y una magnífica cerveza dorada y fresquita!

         Al otro lado, más puestos de venta y chiringuitos, en los que se nos ocurre -son las doce del mediodía- tomarnos unas tremendas salchichas con cerveza.
Compramos algunas cosas. Quim se hace con un casco de conductor de tanques, con un apéndice que consiste en un cable con un enchufe, que imagino que sirve para conectar a un sistema de audio, ya que el casco lleva auriculares. Quim dice que es estupendo para andar en moto. No sé que hará con el apéndice en forma de coleta, quizás lo termine llevando suelto, al viento, como un atributo más, sin un fin determinado.
        Volvemos sobre nuestros pasos y llegamos a lo que parece ser un monumento al soldado soviético en la Segunda Guerra. Una enorme estatua en bronce, que representa a un soldado de infantería, corona un bloque de granito de quince metros de altura. El área que ocupa está vallada provisionalmente y vigilada por policías alemanes.

Monumento al Soldado Soviético. Veánse las medidas de seguridad
que tratan e evitar que algún coche bomba lo destruya, aparte de la
intensa vigilancia policial que observamos. Y es que, en aquellos
días el ejército soviético aun no era muy bien visto en Alemania. 

         Me causa confusión el ver que, en el bloque de granito, está escrita una leyenda en ruso y debajo la indicación de ese triste periodo histórico, 1941-1945. La confusión es porque estamos en lo que antes era zona occidental.
         A un lado del monumento, también sobre un bloque granítico, de unos dos metros de altura, hay un carro de combate. A Quim se le ocurre una idea que me alarma. "¿Y si me hago una foto subido al tanque, con el casco puesto, se enfadarán esos polis?". Le contesto que me temo que sí. Aunque quizás, si se lo pide civilizadamente... Quim se acerca a los que habíamos visto antes y se lo consulta. Son dos chicarrones con forma y volumen de armario, con las manos a la espalda y que miran a Quim desde sus casi dos metros de altura. Pasan unos minutos mientras mi cuñado, de manera trabajosa pero diplomática, les explica lo sencillo e inofensivo de sus pretensiones. Pero pronto veo que niegan con la cabeza, imagino que no está el horno para bollos. Quim vuelve decepcionado. Sin embargo, y dado que el armatoste de acero está algo apartado de dónde están los policías, se le ocurre que por lo menos podría hacerse una foto al lado del monumento. Lo malo es que tiene que atravesar la valla y entrar en la zona que protegen muy celosamente los gigantescos uniformados.

Quim, mientras se abrocha el casco de tanquista -con enchufe incorporado, con el cable colgando sobre la camisa- que acaba de comprar, mira de reojo a los policías gigantescos que se están acercando a toda velocidad. ¡Menudo peligro tiene este hombre!
        Yo, disimulando, me preparo para hacerle la foto, aunque se me olvida preguntarle, antes de que salte la valla, qué es lo que le voy a contar a su madre (mi suegra) si tengo que volver solo a España.
Quim se coloca rápidamente el aparatoso casco y se arrima al tanque, haciendo ademán de subir a él. Yo tengo tiempo de enfocar y disparar, justo antes de ver como los policías salen como motos en dirección a Quim.
        Éste, al ver como reaccionan sus nuevos amigos, decide que con una foto ya está bien y se sale otra vez a la zona pública, lo que parece detener el ritmo que traían aquellos dos, que se detienen, miran con aire de indignación, y terminan por darse la vuelta. Y yo respiro muy hondo...

Este río era parte de la frontera, en el suelo se puede ver una mancha blanca de cemento que tapó la estructura que impedía atravesar el puente en cualquiera de las dos direcciones. Y a pesar de que puede parecer sencillo cruzar el río a nado, era literalmente imposible, ya que estaba sembrado de artefactos, tanto en superficie como debajo del agua, que no se podían traspasar. Separar la ciudad en dos absolutamente diferentes fue una tarea titánica pero tremendamente eficaz, a la que se dedicaron enormes recursos por parte de las autoridades de la República Democrática Alemana (RDA),