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21 de julio de 2015

La verdadera final que ganaron Mick y Julian

         


 ¿Qué se sentirá cuando, inesperadamente, ves la terrible aleta y percibes a un metro de tí la inmensa boca del tiburón, llena de dientes no menos inmensos que amenazan con clavarse en tu carne?
            ¿Qué se sentirá cuando esperas con absoluta certeza que, de un segundo a otro, una sierra implacable te deje sin una pierna, o sin un brazo, por donde se te escapará tu sangre en pocos minutos matándote sin que te dé tiempo ni tan siquiera a que alguien llegue en tu auxilio?.
             O, en el mejor de los casos y si tienes suerte -sin duda alguna-, con un trozo desgajado de tu cuerpo se escaparán tus sueños, tus ilusiones, tus alegrías, tu forma de vida, y te convertirás en un inválido, tú que eres un atleta de categoría mundial.
             Porque lo sabes, sabes que esa máquina de matar, de destrozar carne y huesos, que casi nunca falla, te ha elegido a tí en ese instante, y que estás a punto de ser tú mismo una de esas víctimas que tanta lástima nos dan cuando leemos la noticia de un ataque.
             Dicen que la posibilidad de morir entre los dientes de un tiburón es de 3.7 millones, pero eso que intenten explicárselo bien a Mick. Y también dicen que el hombre no es capaz de enfrentarse a un tiburón blanco, lo cual me lo creo perfectamente sin que me lo expliquen.
             Pero Mick es perro viejo, y mucho más valiente que cobarde, y su instinto de guerrero, que tantas y tantas veces hemos visto en las luchas por las olas, esta vez le valió posiblemente su vida. Fue a puñetazos, a patadas, porque Mick no se iba a dejar comer así como así.
            Y Julian lo mismo; otros, casi todos nosotros, hubiéramos salido como un tiro en dirección opuesta hacia el abrigo de la embarcación protectora, pero Julian no se lo pensó: su amigo estaba siendo atacado y en peligro de muerte y necesitaba ayuda. Quizás solo serían otros dos puños contra los dientes y las mandíbulas, pero así es como debe reaccionar un ser humano cuando un amigo está en peligro, aunque un minuto antes haya sido tu mayor rival.
            Mick nunca olvidará este día, que duda cabe, pero no solo por la imagen del tiburón, sino sobre todo por las brazadas de su rival (y amigo) Julian, que nadando como un loco iba en su ayuda.

14 de julio de 2015

Senderismo por nuestros paisajes


          Esta comarca está rebosante de parajes de gran belleza que podemos disfrutar recorriendo la multitud de senderos que la cruzan en todas direcciones. Si te gusta hacer un poco de ejercicio, adaptado en todo momento a tus capacidades físicas, puedes elegir mil variantes.
           Y esos paseos los vas a hacer deleitándote con escenarios como éste que te pongo hoy, y que dejarán una huella en tu ánimo tan saludable como el propio ejercicio físico.
           Este paisaje, por ejemplo, te espera mucho más cerca de tu casa de lo que te imaginas.

4 de julio de 2015

HOY SÍ ME SENTÉ EN EL ORIGINAL


Éste sí es el famoso banco
Por una verdadera casualidad, a los pocos días de publicar “El banco más... romántico”, me coincidió pasar por cerca de los acantilados de Loiba y, lógicamente, tuve la tentación de visitar el famoso “banco mejor del mundo” y los paisajes prodigiosos que desde él se divisan. Tuve suerte y no encontré casi turistas. Y cuando me quedé solo totalmente, quise hacerme una foto, pero de espaldas a la cámara, mirando el paisaje, como es natural.

Es un tramo de costa de increíble belleza.
              El escenario es prodigioso, hay que reconocerlo, pero se suele enfocar la vista hacia cabo Ortegal y los Aguillons, con su puesta de sol, todo lo cual es muy fotogénico, que duda cabe, pero en cambio no se aprecia demasiado, creo yo, el otro paisaje que se ve especialmente a nuestra izquierda, y que parece sacado de una película de “Parque Jurásico”.
              Son los famosos acantilados, que levantan sus paredes sobre playas salvajes a más no poder, hermosísimas y supongo que casi vírgenes. Se diría que, de un momento a otro, vas a divisar un tiranossauro rex u otro animal por el estilo, corriendo por la arena impoluta que, cada día, el océano lava dos veces.

           
                En resumen, al igual que la Playa de As Catedrais, éste es un lugar con un atractivo muy singular y que merece la pena el meterse por unas pistas infames, para llegar a él. Aunque la alternativa a llegar en coche es un paseo de dos kilómetros desde la carretera general, y creo que, sin prisa, es la mejor opción para experimentar las sensaciones que tan sorprendente paisaje este lugar te ofrece.

El  bosque por el que atraviesas para llegar también contribuye a dar esta sensación de paisaje del terciario