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14 de abril de 2016

En el aniversario de un pionero

         En estos días pasados se ha cumplido un nuevo aniversario de su marcha en busca de playas y olas lejanas. Por ello me gustaría reproducir lo que en aquella ocasión escribí sobre él y el legado que nos dejó a todos, y en especial a los que lo teníamos en muy alta estima.

                                     
                                                              LA GAVIOTA

Llegué a creerme que nunca llegaría este momento. Y aun ahora me parece irreal. Tal era su optimismo y su alegría de vivir, y que además nos transmitía a todos.
  Ha fallecido un precursor. Uno de esas personas que, antes que nadie, entienden o perciben como van a ser las cosas, por donde hay que caminar en el futuro. Haciendo, pues, como dijo Machado “camino al andar…”.
Juan Abeledo fue un pionero en muchas de las actividades que practicó a lo largo de su vida. Y supo encontrar en la Naturaleza, en la propia existencia, un motivo para dar gracias, cada día, por tener de nuevo ocasión de disfrutar de todo lo que aquella nos ofrece, sin pedir nada a cambio.
De cada vez que me encontraba con él recuerdo una frase que me repetía con la sonrisa en los labios: ¡Qué bonito es vivir! Y me aseguraba sentirse feliz por tener, ese día, otra oportunidad para disfrutar de todas las cosas bellas que nos rodean, que están a nuestro alcance, que tenemos a nuestra disposición sin que nos cuesten nada: una hermosa y fresca mañana, un baño en el mar, coger unas olas con la tabla, dedicarle un rato a la pesca, dar un paseo en bicicleta, una carrera en el bosque, disfrutar de una caminata con tu pareja, trabajar en el pequeño huerto de tu casita en la playa, contemplar con asombro una puesta de sol a pesar de que hayas visto miles en tu vida, pero que te sigue asombrando su belleza...
Era también un magnífico pintor. En una ocasión me llamó la atención una acuarela que tenía en su casa de Doniños y le pregunté quién era el autor, y él me contestó sin darle mucha importancia que también había pintado cuadros, pero que ya lo había dejado. ¿Por qué? le pregunté yo, y me explicó que ahora carecía del tiempo necesario para dedicárselo a la pintura, y las cosas, o se hacen bien, o mejor no tocarlas.
Cuando me contaba sus aventuras en la naturaleza me recordaba mucho a mis padres, que también habían sido unos grandes aficionados a las excursiones a pie -como ellos las llamaban, hoy en día los llamaríamos senderistas-; también ellos fueron precursores en disfrutar de la vida al aire libre, y en mi casa tengo cientos de fotografías que mi padre hacía en sus excursiones, y me siguen asombrando las imágenes de playas desiertas en pleno verano, porque aun no existía la costumbre de gozar de los arenales que llenan nuestra geografía costera, como hacen ahora miles de personas cada domingo. Y por eso me encantaba escuchar a Juan y conversar con él de sus aventuras, como aquella excursión en piragua con unos amigos que lo llevó desde Ferrol al río Mandeo en Betanzos, pasando las noches en las playas que se iban encontrando en su recorrido.
Otra iniciativa personal en la que fue pionero ha sido la de cubrir, de forma totalmente voluntaria y altruista, un puesto de salvamento en Doniños, playa que aun en verano puede ser peligrosa, en especial si la gente no conoce el mar. Gracias a su forma de ser, desprendida y solidaria, se salvaron decenas de vidas a lo largo de los años en los que asumió esta arriesgada tarea, y que comenzó cuando tuvo que sacar del agua a un matrimonio que estaba a punto de perecer entre las olas. Juan se dio cuenta de que, a donde no parecía llegar la responsabilidad de las instituciones, si alcanzaba la suya como ser humano solidario que no podía permanecer impasible ante la desgracia ajena. Incluso, y a pesar de rescatar a tantos bañistas, al principio este tema se trató desde el ayuntamiento un tanto despreocupadamente, aunque con el paso del tiempo Juan consiguió sentar las bases de lo que hoy en día es ya un eficiente servicio de salvamento en nuestros arenales.    

Y por supuesto, el surf, una de las pasiones de su vida. Juan tuvo el mérito singular y extraordinario de aprender un difícil deporte a una edad en la que parece imposible el conseguirlo. Fue con sesenta años, cuando su hijo apareció con una tabla que acababa de comprarse. Cuando la vio, le dijo: “Yo también quiero una igual”. Porque resulta que ésa había sido una de sus secretas ilusiones. Y aun pudo disfrutar de ella durante más de quince años, él, que nunca había creído que llegaría a realizar su sueño de montarse en una verdadera tabla de surf y cabalgar las olas de su amada playa.
Tampoco podemos olvidar la otra gran pasión de su existencia: su querida Matilde, inseparable compañera de aventuras, su alma gemela en estas aficiones y forma de vivir.
Pero también es cierto que no todo fueron días de vino y rosas. Juan pasó en su vida, sobre todo en la laboral, por momentos difíciles, más en una época en la que las cosas no eran fáciles para nadie, en una España en la que además ser como era Juan podía incluso acarrearte problemas. Fue un trabajador incansable y lo fue para sacar adelante a su familia, lo que en aquel entonces era ya toda una proeza. Pero cuando le llegó la jubilación y se pudo dedicar de lleno a sus aficiones, empezó de verdad a disfrutar de la vida, por si antes no lo había hecho ya bastante.
Supo transmitir el gusto por sus aficiones primero a su hijo Juan, magnífico surfista y navegante profesional, y más tarde a su nieto, también, como no, gran deportista de las olas.
En resumen, una vida plena. Juan se convirtió en el ejemplo a seguir para muchos de nosotros, que supimos ver y apreciar los valores que cultivaba, y que nos inspiró una filosofía de vida, por lo que llegamos a profesarle una respetuosa veneración. Para los que lo conocimos era como un “gurú”, aunque la verdad es que él, desde su modestia y discreción nunca pretendió dar lecciones a nadie, en todo caso solo hacernos ver lo bonita que puede ser la vida.
       Aunque sin pretenderlo, Juan nos dejó varias lecciones que, en estos tiempos de crisis de valores, nos enseñan cosas importantes: 1ª Solidaridad a cambio de nada: servir a los demás sin esperar nada a cambio. 2ª Que no hace falta mucho dinero para ser feliz, valorando lo que te rodea que te es dado sin que te cueste nada. La vida, el mundo, la naturaleza, está llena de cosas regaladas. 3ª Nunca es tarde para aprender. Las ganas y el deseo de mejorar contrarrestan las limitaciones por la edad. 4ª Otra muy importante: cuando una diversión la transformamos en una obligación, deja de ser divertida.

Fue un hombre sencillo y discreto. Y, como tal, se nos fue de puntillas, casi sin avisar, sin duda como él deseaba haberse marchado, sin llamar la atención.
Llegó el día, como nos espera a todos, en el que ya no pudo decir, con una enorme sonrisa en la boca, aquello que siempre nos repetía: “¡Otro día maravilloso que se nos regala para disfrutar!”
Pero nos dejó su legado, su admirable ejemplo. Porque, aunque a veces no lo percibamos, todo se acaba en esta vida. Aprendamos de Juan y no la desperdiciemos pues en estupideces y esfuerzos sin sentido. Demos a cada cosa el valor que tiene realmente, y sepamos apreciar todo lo bueno -aunque sea muy simple- que la vida nos va dando, sin pedir un precio por ello.  
En fin, descanse en paz.