No terminó noviembre sin probar uno de los escenarios previstos. Este es uno de los que más me gustan. Eso sí, el pateo hasta el agua es peor que el de Campelo, aunque más llevadero porque el recorrido es más largo y se hace más suave por lo tanto.
El día fue escogido al azar, pero hubo suerte. Una marejada del NO con fuerza suficiente, que permitía disfrutar relajadamente.
Aunque el número de surfistas es ya una cuestión que te puede aguar la fiesta. Porque, es inevitable, hay que repartir. Y respetar. Cuando uno no está en su casa, tiene que evitar dejarse llevar por excesivas ambiciones y acordarse que, cuando eres tú el local, no te gusta que te intenten acaparar las olas de tu playa. Pero siempre es difícil que predomine una de las mejores cualidades (entre tantas) que puede tener el surf: la solidaridad. Porque también es verdad que los locales a veces pretendemos coger olas como si no hubiese más gente en la playa. Y eso es un problema. Nunca es fácil encontrar el término medio.
El agua estupenda, claro está, aunque se echa de menos llegar a la orilla y que sientas bajo los pies esa arena tan maravillosa que tenemos en Doniños (y en muchas playas más de A Costa das Ondas).