Siento algún ruido en medio de un sueño pesado y poco a poco me voy despertando. En un primer momento no recuerdo en dónde estamos durmiendo, lo que no deja de ser lógico ya que cada día lo hacemos en un sitio distinto, y aunque se trate solamente de conducir un coche, el organismo se agota y solemos dormir profundamente y despertarnos como si nos hubieran dado una paliza. Recupero mi consciencia y me acuerdo de Trömso, un puente, bastante tráfico...¡Ah, estamos en un camping de allí cerca, ya recuerdo! Y también, que ayer hizo un día desastroso que no me dejó admirar en su plenitud la belleza de estos parajes.
Me levanto con cierta esperanza y abro la contraventana. Un chorro de luz entra por ella. Ha salido el sol, un sol radiante, que ilumina unas cumbres (que hasta hoy no había visto) con las que juguetean algunas nubes de tenue algodón, muy blancas, como girones de niebla arrancados de las inmensas rocas allá en lo alto.
Salgo a la puerta y veo actividad en el camping. La gente se ha levantado temprano; en estas latitudes, cuando se está en pleno verano y además hace un día así, cada minuto es precioso.
Me peleo con Quim para convencerle de que lo del buen día no es una treta para no dejarle dormir, y al fin accede a comprobarlo. De inmediato se contagia del entusiasmo generalizado y se viste, aunque eso sí, no muy deprisa, ya que entusiasmo a esas horas, lo que se entiende por entusiasmo, no lo tendría ni con Kim Bassinger a la puerta, esperándole.
Pero vamos cogiendo ritmo y empezamos a pensar en nuestro café-despertador.
Abandonamos el camping y nos dirigimos a lo que parece ser un centro urbano y comercial pequeño pero importante.
Comprar comida, cambiar dinero, coger gas oil y...en marcha de nuevo.
No resisto la tentación de tomar mi máquina y hacer una foto de una cumbre emergiendo de un halo de niebla. Saltando por entre las rocas, una cascada que sale de algún glaciar, oculto a nuestra vista, cae hacia el valle. Pierdo unos minutos contemplando todo aquello y respirando ese aire mágico que tienen las mañanas como ésta.
Foto elbalcon de maria blogspot |
Según transcurre la mañana, incluso los girones de nubes bajas comienzan a desaparecer, dejando que nos asombremos de lo que estamos presenciando, según avanza nuestro coche por la ruta.
Montañas inmensas que bajan abrupta y verticalmente desde alturas de más de kilómetro y medio hasta el nivel del mar, grandiosas cumbres totalmente rocosas que, semejando ser monstruos enormes, semitapados por los retazos de tupidos bosques, quisieran emerger y avanzar sobre la superficie azul oscuro de las frías y quietas aguas de los fiordos...
Montañas que parecen atormentadas por una galopante erosión que hace que sus rocas se desmoronen a ojos vista, y que dan la impresión de ser la foto de un derrumbamiento, de un alud gigantesco de piedras y arena.
Bosques de hayas, robles, arces. Aquí veremos pocos pinos o abetos; en la costa atlántica parecen predominar más estas otras especies, dejando las coníferas para el interior y más al sur. Son árboles de poca altura, pero que dan un bosque denso, en el que se adivina que existe una naturaleza prácticamente virgen. En Suecia se notaba que la masa arbórea era más artificial, creada por la mano del hombre, y de hecho se veían áreas recién taladas pero ya repobladas de inmediato.
Y en medio de este grandioso escenario la tenue presencia humana. Pequeñas viviendas, siempre unifamiliares, nunca demasiado agrupadas, pero ocupando solo una pequeña porción de todo el paisaje que nuestra vista recoge. Como un colosal nacimiento, con sus pequeñas casitas de colores. Nos parece como si esta exigua huella humana fuese solo un mero e insignificante accidente en aquella inmensidad.
El noruego es, quizás, el ser humano más respetuoso con su entorno, y Noruega uno de los estados que más tiene en cuenta el factor ecológico. Y ahora comprendo porqué es imposible vivir aquí sin temer, amar y respetar a la Naturaleza, verdadera dueña y señora de todo lo que vamos viendo.
La carretera se interna hacia el interior, ascendiendo por zonas de montaña, en las que el mapa señala cierres fijos invernales, supongo que por hielo y nieve tan permanentes y en tal cantidad que es imposible mantenerla abierta. Veo en el plano que hay otra ruta costera, pero nosotros hemos escogido ésta por ser mas directa en nuestro rumbo hacia el mediodía, en dirección a nuestro próximo punto de interés: Narvik.
Estamos haciendo el recorrido hacia el interior de un fiordo, para sortear este obstáculo natural, cuando vemos que se nos facilita el paso con un moderno y hermoso puente colgante. Dos estructuras en "U" sostienen, mediante dieciséis cables, ocho a un lado y ocho en el otro, la calzada de asfalto. Ésta es estrecha, sin arcén y con tan solo un minúsculo paso para los peatones. Esto me da que pensar, ya que uno no se gasta miles de millones en hacer un puente -hoy en día- sin tener en cuenta la futura capacidad. Pero recapacito y me doy cuenta de que en esta geografía, en este país, ya están en el futuro. La población no va a aumentar significativamente, y las condiciones que imprime la meteorología gran parte del año, restan rentabilidad a este tipo de inversiones en infraestructura. De hecho, a pesar de ser el país adecuado para construir inmensos y faraónicos puentes, con los que ahorrar hasta cientos de kilómetros en un recorrido, esta gente prefiere ser práctica, y solucionar el tema con un sencillo ferry, o con alternativas como la del tráfico aéreo.
De hecho, me parece muy significativo el que, poco más adelante, cuando nos encontramos que en sustitución del trazado antiguo de la carretera -que sorteaba una inestable ladera montañosa al borde del mar- se han excavado varios y largos túneles, y que para pasar por ellos -piénsese que es un paso obligado, sin alternativas- hay que pagar peaje en una taquilla atendida por una hermosa noruega.
Foto Wikipedia. Narvik. |
Pocos kilómetros después del puente, llegamos a las afueras de Narvik, otra de las más importantes ciudades de esta parte de Noruega, notable en su historia más reciente por una cruenta batalla naval, terrestre y aérea que se desarrolló aquí durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes pretendieron dominar esta estratégica parte de Europa.
Quizás influyera el magnífico día que disfrutamos, pero el caso es que esta ciudad nos parece por su ambiente, por su aspecto, incluso por el paisaje que la rodea, una urbe situada mucho más al sur de lo que realmente está.
El sol es radiante, la temperatura permite caminar por sus animadas calles en mangas de camisa. Por eso nos choca leer en unos indicadores que se exhiben en un céntrico parque, que estás a solo 2.420 Km. del Polo Norte. Vamos, que si estuvieras en el hemisferio sur estarías caminando por el interior de la Antártida... Sin embargo, esta temperatura no tiene nada de anormal. Sus guías turísticas presumen incluso de que en invierno la temperatura media es de solo 4 grados bajo cero. Ello es debido a la templada Corriente del Golfo que sirve de gigantesco radiador de calor para estas costas, como ya expliqué.
Aparte de la distancia al Polo, otras distancias que aparecen indicadas son: Oslo, 1.453 Km., Hamburgo 2.007 y París, ¡2.979 Km! Pensar que hasta París hay casi tres mil kilómetros,¡y lo lejos que está París de Ferrol! Allí constatamos Quim y yo, mirando con cara de consternación aquellos indicadores, lo mucho que todavía nos queda por conducir en los próximos días.
Narvik no era más que unas cuantas granjas aisladas cuando, en 1898, una compañía estatal conjunta de Suecia y Noruega inició la construcción de un ferrocarril que trasladaría mineral de hierro desde Kiruna, en la Laponia sueca, hasta este puerto del Atlántico, libre en invierno de los hielos. El ferrocarril fue inaugurado en 1902, y desde entonces, en que recibió el título de ciudad, Narvik no ha dejado de crecer convirtiéndose hoy en día en una pujante urbe, con una industria manufacturera y de alta tecnología, y en la que existe el único Colegio de Ingeniería del norte de Noruega.
Precisamente esa importancia estratégica fue la causa de que Hitler, al proyectar su invasión de Noruega, eligiera a Narvik como un objetivo prioritario.
Es así que, el 9 de Abril de 1940, bajo una espesa ventisca, diez destructores alemanes entran el puerto de Narvik, hundiendo a dos navios de guerra noruegos. La ciudad es tomada, y los alemanes pasan a controlar el más vital recurso de la industria de guerra: el mineral de hierro.
Varios días más tarde, una escuadra inglesa llega al fiordo noruego y aniquila la flota alemana durante un tremendo combate naval. El 28 de mayo tropas aliadas (noruegos, ingleses, franceses y polacos) entran en Narvik y la recuperan en solo unas horas.
La noticia da la vuelta al mundo, ya que es la primera gran derrota de la "máquina de guerra" alemana y, además, la demostración de que Hitler no es invencible, tal como se creía en aquel momento. "¡Mirad Narvik!", gritaba la propaganda aliada, para levantar la baja moral que en aquellos días tenían sus tropas.
Sin embargo, la situación en el frente del Oeste es aterradora, y sostener aquel agujero es imposible. Dos semanas más tarde, las tropas que defienden Narvik reciben la orden de abandonarla. La ciudad es recobrada por los alemanes que ya no se irán en cinco largos años.
Todo ésto se relata con profusión de medios y de recuerdos en el Museo de la Guerra que visitamos con gran interés Quim y yo en aquella soleada mañana de agosto.
El Museo ha reunido desde piezas de gran tamaño, como un tanque -que está expuesto a la entrada, en plena calle- y varios torpedos de los que se usaron en la batalla, hasta multitud de armas de todos los ejércitos que allí pelearon. Incluso está representado un nido de ametralladoras que, a finales de los años cincuenta, fue encontrado por un cazador en plena montaña, tal como quedó casi quince años atrás, con los cadáveres de los hombres que allí aguantaron, quién sabe cuanto tiempo, hasta morir posiblemente de hambre y de frío, clavados en su puesto.
En uno de los folletos del Museo, al final de las amenas páginas en las que explica todo lo relacionado con la batalla de Narvik, emociona leer las siguientes frases:"Esperamos que todo ésto sirva para que la II Guerra Mundial no pueda ser olvidada". Pero creo que la memoria humana es, lamentablemente, muy flaca.
Foto: ihistorie.no |
Foto:theatlantic.com. Puerto de Narvik tras el primer ataque aliado. |
Fantasmagórica imagen de un barco de guerra alemán. |
Soldados alemanes. |
Combates en el inhóspito territorio del norte de Noruega, por el dominio de la línea férrea de las minas de hierro de Kiruna. |
Soldados noruegos. |
La línea de ferrocarril que transportaba el hierro desde Kiruna a Narvik. |
Que tal Cärlos,
ResponderEliminarPues seguramente viajar por lugares similares sea una forma de darse cuenta de los burros y guarros que podemos llegar a ser, supongo que vivir en un entorno como ese te forja una manera de ser muy particular.
Me estaba preguntando que cosa era la que mas echabais de menos, cierto plato, vuestras respectivas camas...
Me ha gustado mucho este repaso historico sobre la 2ª Guerra Mundial. Desgraciadamente seguimos sin aprender la lección, solo hay que ver como esta el panorama...
Un saludo!
Las camas no desde luego, dormimos estupendamente, tanto si lo hacíamos en una cabaña de madera, como en nuestra propia tienda, ya que llevamos una colchoneta de espuma, de diez centímetros y eso es más que suficiente.
ResponderEliminarPero hubo una cosa que eché de menos constantemente, y de qué manera...una taza de cafe a media mñana y otra por la tarde. El café, por esas latitudes, es intragable. Te lo dan hecho de varias horas, recalentado...un desastre. El no poder entrar en un bar y pedir "un cortadito, por favor", fue un suplicio.