Oslo y su bahía |
Visitamos un típico centro cívico, en el interior de un gran edificio, con varios niveles, ascensores, cafeterías y toda clase de establecimientos comerciales. Es la tendencia moderna de concentrar una gran diversidad de tiendas en un ambiente interior que te permite recorrerlas cómodamente, aunque la climatología sea totalmente adversa, como sucede en esta ciudad gran parte del año.
Por la tarde decidimos hacer una visita cultural. Nos hicimos con una lista de los museos que se podían visitar y tuvimos que elegir entre un total de ¡veintinueve!. En la lista había algunos que realmente deben de ser muy curiosos, como el de la Resistencia noruega, dedicado al período histórico de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra, o los dedicados al esquí, o al tranvía.
Empezamos por el de Defensa, ubicado en la ciudadela, cerca del puerto, zona militar abierta en muchos de sus edificios totalmente al público. Allí pudimos visitar el museo dedicado al Ejército y un hospital de campaña instalado con todos sus
elementos (incluido el aire acondicionado).
Junto con otro navío igual, pasó casi mil años hundido en la bahía de Oslo, de donde fue rescatado y restaurado para ser exhibido en este museo. |
El buque está colocado igual que el "Vasa" sueco, es decir, primero puesto en tierra, construyendo a continuación un edificio a su alrededor para protegerlo y que sirva de museo.
Se puede visitar su interior,y sorprenderte de como era la vida a bordo de este navío, en el que sus tripulaciones debieron invernar en latitudes árticas y antárticas extremas. La vida se desarrollaba durante largos meses, totalmente a oscuras todo el día o gran parte de él, con temperaturas de 40, 50 ó más grados bajo cero constantemente, rodeados del ambiente absolutamente hostil de los hielos polares.
Interior del buque, la camareta principal. El piano y la gramola les proporcionaban algo de entretenimiento durante los largos inviernos. |
Se conservan sus camarotes, incluso con los utensilios y efectos personales de sus pasajeros. Los individuales, reservados a la oficialidad y miembros científicos de la expedición, eran de menos de dos metros de longitud, por apenas uno de anchura. Tan solo una cama muy estrecha, pegada a una de las paredes y cuya longitud daba el largo del camarote, y un pequeño armario para guardar las armas, esquís, ropa y otras indispensables pertenencias. Estos camarotes rodean la camareta principal, en donde hay una gran mesa que servía de comedor, sala de reuniones, juegos, trabajos y vida social.
Resulta llamativo el hacinamiento y poco espacio de que disponían estos hombres para pasar estos largos inviernos, codo con codo con sus compañeros, y es fácil imaginar los problemas de convivencia que podían surgir, así como el temple de acero y el dominio de sí mismos que debían de tener los que participaban en estas expediciones; aunque me imagino que ya serían escogidos precisamente por esas cualidades personales, entre otras.
Justo enfrente del "Fram" hay otro recinto en el que se exhibe la nave "Kon-Tiki", de Thor Eyerdal, el explorador y científico noruego, con la que cruzó el Pacífico en 1947 para demostrar cómo pudieron ser colonizadas desde el continente americano las islas de Oceanía. También está allí la "Ra II", en la que asimismo Eyerdal y ocho tripulantes atravesaron el Atlántico Sur en 1970, por lo que este famoso noruego también estableció la posibilidad de que las pirámides de los pueblos americanos tuvieran un origen común con las de los egipcios.
Finalmente visitamos otro curioso museo, el de la Tecnología. Quim había oído hablar de él y, entre la abundante variedad de los que podíamos haber visto, escogió muy acertadamente el Tecnológico.
El "Caravelle" y la locomotora con sus vagones de viajeros no me cabían en la foto. |
Se refiere, naturalmente, a todo lo relacionado con la tecnología actual y más reciente, pero es éste un tema demasiado amplio y eso se le nota al Museo de Oslo, que nos dio la impresión de haber sobrepasado la capacidad de sus mantenedores.
El estar un poco destartalado, de una parte, y de otra, el poseer un cúmulo tal de aparatos de todo tipo, lo convierte más bien en un almacén de cacharros muy sofisticados -eso sí- pero un poco sin orden ni concierto. Porque guardar en una de sus inmensas salas, nada menos que un avión Caravelle enterito, además de otros aeroplanos algo más pequeños, una locomotora de vapor con varios vagones, una cápsula espacial "Géminis", una colección de modelos de coches completísima, etc., etc. nos da idea de la desmesurada magnitud de su dotación. De aquí salimos verdaderamente impresionados. En definitiva, que solo para ver los museos de Oslo se necesitaría más de una semana, ¡pero valdría la pena!.
El viento del sur, que nos proporcionó nuestra jornada más calurosa en Escandinavia, trajo abundantes nubes que cubrieron el radiante sol cuando al caer la tarde iniciamos nuestra marcha hacia Helsinborg, ya de nuevo en Suecia, en dónde volveríamos a cruzar a Dinamarca al día siguiente por la tarde.
Llovía copiosamente cuando traspasamos la frontera con Suecia un par de horas más tarde y, ya oscurecido, cumplimos con la rutina diaria: buscar un camping.
Nos decidimos por uno que resultó ser propiedad de un matrimonio de granjeros. La recepción del camping era su propia casa, en donde el matrimonio, ya anciano y que apenas hablaban inglés, amablemente nos pidió que esperáramos por su hijo, que sí lo entendía. Este llegó a los pocos minutos, un hombre de unos treinta años, alto y fuerte, que nos explicó en dónde podíamos encontrar una cabaña libre. Había que adentrarse por un camino hasta llegar a un gran prado, lleno de hierba bastante crecida, alrededor del cual había varias y llamativas cabañas de madera. Estaban colocadas en grupos de cuatro, pintadas de marrón y blanco y, rodeándolo todo, un denso bosque de abetos.
Tan solo otra de las cabañas estaba ocupada, alejada de la elegida por nosotros, por lo que nos dio una impresión de soledad aquel sitio, alejado de la carretera, oscuro, lloviendo, y con aquel bosque más oscuro todavía.
Cuando Quim se metió en cama, comencé mi obligado paseo y me acerqué al bosque, con una linterna en la mano. Me preguntaba cómo sería por dentro un bosque sueco. Me interné unos veinticinco metros en la espesura, hasta que llegué a perder de vista las cabañas. El bosque era muy denso, los pinos pegados unos con otros, y con gran cantidad de matorrales y ramajes caídos obstaculizando el paso. En resumen, una verdadera selva. En aquella oscuridad solitaria, llena de sombras que formaba la luz de mi linterna, me empecé a sentir incómodo. ¿Serían ciertas las leyendas de los "trolls" y de los "gnomos"?
Me pareció que era un buen momento para irse al "sobre", por lo que volví sobre mis pasos. Llegando ya al lindero del bosque mi caminar era, por cierto, más presuroso que cuando penetré en él.
Un reparador sueño, arrebujado en mi saco de dormir, oyendo caer la lluvia sobre la madera de la cabaña, fue la siguiente parte de esta historia.
Hola Carlos,
ResponderEliminarCada vez estoy mas convencido de que seguimos estando a la cola de muchas cosas. Me refiero a temas relacionados con la oferta cultural. Si ya no tenemos muchos museos y los pocos que hay cierran los fines de semana ya me contaras. Desde luego contar con 29 museos debe de ser una gozada. Algo había leído sobre esa forma de construir un museo alrededor de la nave, desde luego algo impensable por estas latitudes. Cuando describes las condiciones de vida a bordo intento imaginar como debía de ser aquella gente, madre mía...
Pues nada, un placer como siempre disfrutar con tus entradas.
Buen fin de semana!
El museo es la gran fuente de cultura popular, y ésta, por ello, se mide por el número de los que hay en una comunidad. Noruega es un pais culto.
EliminarLos barcos que han rescatado del fondo del mar (el Vasa, los drakar) tiene que someterlos a un tratamiento de varios años para conseguir que la madera no se pudra en poco tiempo, al aire libre. Y en el mar de aquellas latitudes no se pudre a pesar de los siglos, dado que no existen unos moluscos (creo que son) que son los que terminan taladrando la madera en mares más cálidos. Eso, al menos, fue lo que nos explicaron para entender porqué la madera no se había desintegrado con el tiempo que permanecieron en las profundidades marinas.