Durante un buen rato contemplamos, pasmados, las tonalidades que forma la luz al atravesar la gruesa masa de hielo. Éste tiene un color increíble, desde un blanco brillante hasta el azul verdoso más bello que he visto jamás.
Constantemente oímos pavorosos crujidos, que anuncian movimientos convulsivos de la enorme masa y que nos indican su traslación lenta pero constante sobre el fondo rocoso del cauce, haciendo que imaginemos las tremendas presiones que allí se producen.
He visto fotografías de personas dentro de una gruta de hielo. Realmente hay que conocer muy bien como se comporta esta masa para arriesgarse de tal manera, ya que esas grutas, en cualquier instante, pueden desaparecer dejándote, o ya inmediatamente aplastado, o encerrado de momento mientras vas viendo como se estrecha poco a poco el hueco de hielo en donde estás. Aunque ésto solo me lo imagino, obviamente, pues no ha habido nadie que sobreviviera para contárnoslo.
Foto Travel Journals |
Miro mi reloj y veo que ya llevamos empleada la mitad del tiempo disponible, por lo que la prudencia aconseja iniciar el retorno. No me gustaría pasar la noche en aquella desolación. Quim ya ha empezado a bajar de nuevo hacia la base del glaciar. Yo hago lo mismo, pero se me hace más difícil el descenso, ya que las rocas forman, cada poco, unas terrazas de dos o tres metros de altura que son fáciles de subir, pero para bajarlas, teniendo vértigo como el que yo padezco, no resulta tan sencillo. En una de ellas me asomo y al ver el desnivel, recorro el borde buscando un sitio mejor, pero no lo encuentro. Se hace tarde, y no puedo pensarlo más. Me pongo cara a las rocas y bajo con el cuerpo pegado a la pared, tanteando con mis pies en busca de huecos en la roca. En algún momento no encuentro ninguno y siento un terror visceral, producto del vértigo. Miro de reojo y veo una plataforma de un par de metros de ancho a un metro por debajo de mis pies y decido dar el salto. Cuando restablezco el equilibrio respiro profundamente para que se me pase la angustia que he sufrido. Continúo el descenso, que ahora ya es más fácil. Aun no he llegado a la altura de la base del glaciar, cuando de pronto un estallido gigantesco me paraliza. El ruido viene de la laguna y miro hacia allá. Ante lo que veo, abro bien los ojos para no perderme el espectáculo que, inesperadamente, se desarrolla a mis pies. Un enorme fragmento del hielo en el borde inferior del glaciar, que abarca desde el agua hasta su altura máxima, unos diez metros, se está desplomando majestuosamente sobre el agua, después de romperse con un ruido gigantesco.
Miro con inquietud hacia donde está Quim, ya que pocos minutos antes caminaba muy cerca de la orilla del lago, en donde va estallar en escasos segundos la ola que se forma en cada derrumbe del glaciar. Pero Quim está a unos veinticinco metros de la zona de peligro, y contempla a su vez el colosal espectáculo.
Foto Max Perrini |
Despierto de mi asombro y vuelvo a iniciar mi camino de bajada entre las rocas. Al poco me reúno con Quim y comentamos lo que hemos visto. Me insulto a mí mismo ya que, solo por una absurda imprevisión, me he olvidado de llevar un carrete de fotos de repuesto, y el que tenía se acabó justo antes de que pudiera plasmar el espectacular y casual derrumbe.
Cuando estamos llegando al descenso del torrente, me detengo y contemplo por última vez el paisaje. Veo el río de hielo, las laderas de las montañas, otra cañada que, en dirección opuesta, se pierde quién sabe hacia dónde... Pienso que aquello es como otro mundo, un mundo muy diferente del mío, del que estoy acostumbrado, algo así como si estuviera en un planeta diferente.
Quim me urge a continuar, por lo que vuelvo a caminar sorteando charcos, rocas y barro.
Por el tramo final del camino adelantamos a unos turistas que caminan con dificultades y por los que tendremos que esperar después. Cuando nosotros llegamos al desembarcadero aún quedan unos cinco minutos para la salida.
En el tramo de navegación nos entretenemos en leer un folleto que hemos encontrado en el barco. Describe la historia de los últimos cien años del glaciar, en términos meteorológicos. Redactado en inglés, el folleto explica que en 1900 la lengua glaciar llegaba hasta el propio lago por el que navegamos ahora, es decir, que el torrente no existía y la laguna superior estaba cubierta por el hielo. Sin embargo, y como efecto del calentamiento global terrestre, ya en 1910 el borde del hielo había retrocedido 50 metros más arriba, siendo treinta años más tarde, en 1941, de dos kilómetros el retroceso experimentado, que obviamente continúa. En 1951 se alteró el desahogo del glaciar por un derrumbamiento en la cañada que vimos cerca de la laguna superior, por lo que comenzó a bajar toda el agua por el torrente, inundando todo el valle de acceso al glaciar y causando un desastre en una zona de riqueza agrícola y ganadera, obligando a construir una pequeña represa para contener en parte la salida violenta de las aguas.
Cuando llegamos al coche nos cambiamos los zapatos, totalmente empapados por la caminata por los charcos y el barro.
Arrancamos, y pronto estamos de nuevo en la carretera general, llegando a Mo i Rana.
Hola Carlos,
ResponderEliminarDa la sensación al ver ese hielo que el mundo se ha detenido. Mira por donde yo tambien llevo mal eso de las alturas...jeje
Hasta la próxima!