"¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!"
¿Será éste temporal, realmente, el último? Porque ya no nos queda nada.
Vuelve, otra vez, la tormenta perfecta. Y ahora lo hace como el último asalto a la fortaleza, cuando ya todo está débil y desprotegido, cuando toca ya desarmar la última y exhausta defensa.
Observo el río de desagüe de la laguna, ya con esa marea desmesuradamente alta, y con esas olas, quiero comprobar como penetra el mar río arriba. Si no hubiese caído el puente hace ya dos meses, sucedería hoy, sin duda.
Pero el viento helado es demasiado incómodo para estar aquí arriba, y me voy.
Llego a la playa en la zona de la caseta. Me asomo al arenal -o lo que queda de él- y el espectáculo es increíble, nunca imaginé que podría ser testigo de lo que allí se ve.
La playa de Doniños, tal como la conocemos, ha desaparecido. Me acerco con cierta imprudencia hasta donde, bruscamente, acaba la plataforma arenosa por la que se desciende, o se descendía, a la playa. A tres metros por debajo de una pared vertical de arena llegan las olas con extrema violencia, ya que nada las detiene hasta ahí. Tan pronto éstas se retiran, dejando ver una negruzca y poco acogedora superficie, a los pocos instantes vuelve a cubrirse todo con una violenta y amenazadora masa de agua que llega a toda velocidad y se estrella en la base de las dunas mordiendo la arena, como queriendo terminar el trabajo emprendido ya hace muchas semanas. Es un sorprendente espectáculo, algo que no hubiese creído que podría suceder. La playa como tal, no existe. Las espumas de dos metros de altura barren la totalidad de la plataforma arenosa, llegando hasta la base de lo que queda de las dunas.
Veo varios cuerpos de delfines que son arrastrados arriba y abajo por el agua. Están destripados y las olas los zarandean.
La pared de las dunas es ahora altísima, ya que la mitad delantera ha sido desgarrada por el oleaje. Las dunas, la poderosa defensa de la naturaleza contra el ataque de la furia oceánica desatada, está siendo vencida después de tantos temporales y tantos días.
Voy hasta la pasarela del primer río, el que accede a la laguna que está detrás de la duna de los surfistas. Millones (sí, millones) de pedazos de plástico añaden más desolación al escenario, entre alfombras de espumas ocres que tiemblan como flanes, sacudidas por el viento. Hay más cadáveres de delfines, que han sido introducidos hasta aquí por olas que, esporádicamente, son capaces de penetrar a través del estrecho pasadizo entre las que fueron orgullosas dunas y ahora son un colgajo sucio y desgarrado, como si un gigante les hubiese pegado un enorme y sangriento mordisco. Las plantas de la vegetación dunar cuelgan, despanzurradas, sin mucha esperanza de supervivencia futura.
De pronto, oigo gritos a mi espalda. He vuelto la espalda al peligro, y resulta que una ola se precipita por el pasadizo hacia mí, a toda velocidad, amenazando con cazarme descuidado. No es agua, realmente, sino una masa de espuma color café con leche, que tiene una apariencia muy rara, cremosa, y que aunque parece moverse con una insólita lentitud, en realidad viene muy deprisa hacia donde yo estoy. Corro, pues, a resguardo y me libro por los pelos. Pasa a toda velocidad la primera cresta y, detrás, toda la masa inmensa de agua que llega hasta casi el final de la laguna, cubriéndolo todo de esa cremosidad color café, hasta que con la misma rapidez con que ha entrado, se retira.
Lo primero que veo, al llegar, es el río cubierto por el agua totalmente, y que la duna que lo delimita casi ha desaparecido. La pasarela de bajada ya ha perdido otros veinte metros de valla.
Al poco rato, entra la ola gigante, la inesperada y peligrosa, la que se ha llevado a mucha gente estos días, y corre por el cauce dando la imagen de un tsunami. Sube rio arriba toda esa masa de agua más de doscientos metros, inundando y sobrepasando lo poco que ya queda del puentecillo que permitía el acceso a las dunas por encima del río. La onda se pierde entre los cañaverales, sin que apenas se frene su colosal empuje.
El río de San Xurxo. Una ola sube hacia los cañaverales anegándolo todo, implacablemente. |
La siguiente parada va a ser Ponzos. Allí el mar está más ordenado, por lo que la visión de las olas de diez metros, rompiendo limpias, a no más de doscientos o trescientos metros de donde estoy, me causa una gran impresión. Sartaña, una playita habitualmente casi sin olas, hoy es un hervidero de espuma.
Ponzos |
Y la playa de Ponzos, al igual que Doniños, no existe, al menos en esta marea alta, con las olas llegando y golpeando sin piedad en lo que queda de las dunas.
Ya anochece cuando termino mi viaje en Santa Comba. Me atrevo a descender por las escaleras que llevan a la isla. Cuando llego al tramo final, que está descalabrado como todas las pasarelas, tengo miedo de que la plataforma de madera falle bajo mis pies. Sería una catástrofe, ya que me precipitaría al infierno espumoso y revuelto que ruge a solo diez metros de mí. Y no sé si sería capaz de salir por algún lado, suponiendo que no me golpeara una ola contra las paredes rocosas.
Tengo miedo y recobro el sentido de la prudencia. Reconozco en ese momento que he sido imprudente y me he arriesgado. Vuelvo sobre mis pasos, escaleras arriba, y justo en ese momento, unas espumas barren la zona en la que me había detenido antes. Me he librado por segundos.
La noche cae, y la cólera del mar no parece haber remitido.
Consulto ahora, de madrugada, la altura de la única boya que sobrevive, la de Cabo Villano, y marca aún 7,97 metros.
La predicción es radicalmente distinta para dentro de cinco días.
¿Será éste, pues, el último “dies irae”?
Río arriba, en San Xurxo |
Impresionante...
ResponderEliminarEfectivamente, ha sido impresionante la visión en directo de como golpeó la costa este temporal.
EliminarHola Carlos!
ResponderEliminarEstaba leyendo (estupenda tu descripción) y casi no me podia creer ese panorama. La verdad que todo esto tiene un punto casi apocaliptico, de hecho al ver la 3ª foto me venia a la cabeza la imagen de Charlton Heston en la escena final de El planeta de los simios, ya sabes, cuando se encuentra enterrada la estatua de la libertad. Como bien dices resulta dificil de asimilar ver que en esa inmensa marea blanca hace apenas unos meses cientos de personas disfrutaban del sol placidamente. Esperemos que sea este realmente el ultimo temporal, los daños han sido cuantiosos, a ver si no se demoran en reparar todos los destrozos. Hoy por aqui brilla un sol la mar de agradable.
Un saludo y hasta la proxima!
La verdad es que, a pesar de que los otros temporales nos han ido acostumbrando, lo del lunes pasado ha superado en impacto visual a todo lo anterior.
EliminarY a ver si por fin podemos sentir el sol en nuestra piel...