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10 de octubre de 2013

NORDKAPP.4 En busca de un ferry.

      Afrontamos una de las etapas más monótonas: paisajes llanos, autopistas atestadas de coches, cielo gris. Ya cae la tarde y nos acercamos a Hamburgo, ciudad que en este momento preferimos pasar de largo. Aparece una indicación de un camping cercano, y allá vamos.
     Otro baño reparador, una cena de sartén en los fogones que la instalación pone para uso de los campistas, y a dormir.
     Me llama la atención, al caer el relativo silencio, el sordo rumor de fondo del tráfico, a pesar de estar en una zona alejada de la autopista. En gran parte de Alemania tienes que convivir sin remedio con la polución sonora que causan sus autopistas por las que los vehículos pueden ir más rápido que en otros paises europeos, pero también con mucho más ruido, que solo atenúan las barreras de insonorización que, en zonas pobladas, tratan de proteger del atronador rugido de la multitud de coches circulando a 140,150 Km./hora, o más aún. Porque esa es otra de las singularidades de este país, la alta velocidad a la que se circula por las autopistas.    
     De nuevo, por la mañana, nos lanzamos en medio de la multitud de vehículos que sin embargo van siendo menos abundantes a medida que pasamos de Hamburgo, la gran capital del norte de Alemania.
     Enfilamos hacia Lübeck y, más allá, ya en el Báltico, la isla de Fehmarn, en lo que parece ser la ruta más directa hacia Copenhague.
     Llegamos al fin a Puttgarden, estación marítima de la que parte un ferry hacia Dinamarca. El tiempo apremia, ya que vamos a intentar dormir en Suecia, y antes queremos ver un poco de la capital danesa.



     Al llegar a la entrada del área de espera para embarcar contemplamos enormes colas de vehículos, originadas sin duda por la época de vacaciones en la que estamos, por lo que apresuradamente nos ponemos en una de ellas, no sin preocupación, ya que por las prisas no hemos podido cambiar dinero en marcos y solo llevamos tarjeta de crédito Visa y cheques de viaje en dólares USA. Nos da la sensación de estar intentando obtener unas entradas para el cine con tarjeta de crédito y, como dificultad añadida, tratar de explicar el asunto en un idioma que desconocemos. Además, como remate a lo apurado de la situación, con un montón de coches detrás de nosotros que parece que quieren escapar de una Alemania invadida por los rusos o algo así.
     Sin embargo, según nos vamos acercando al fatídico momento en que nos tememos que un alemán muy cabreado nos va a poner de vuelta y media por hacerle perder su precioso tiempo, nos sobreponemos a nuestros temores y razonamos que todo se arreglará, que allí no nos vamos a quedar. Y así resulta. Quim hace un despliegue espectacular de conocimiento del inglés (lengua que afortunadamente domina el taquillero alemán) y logra que nos venda los billetes pagando en cheques de viaje, no sin habernos rechazado previamente la Visa.
     Nos ponemos en una nueva cola, esta vez ya para embarcar dentro de pocos minutos, y festejamos el éxito con una hermosa y enorme salchicha alemana, regándola con la correspondiente cerveza. Hasta nos permitimos el lujo de telefonear a Canarias, aunque con gran sorpresa por nuestra parte la llamada es sumamente barata, apenas cuatrocientas pesetas por tres minutos de conversación, acostumbrados como estamos al coste en España del teléfono público.
     Al fin, nuestro Mitsu rueda por el estacionamiento hasta que se encuentra frente a la boca cuadrada de la proa del ferry, por la que entramos, yendo a estacionar en donde un tripulante nos señala. Después vamos a cubierta, a disfrutar relajadamente de la que es nuestra primera navegación por el Mar Báltico.
     La tranquila travesía nos permite contemplar con más detenimiento el ambiente, el paisaje que nos rodea. Las áreas de tierra firme apenas se elevan, en altitud, unos pocos metros del nivel del mar. No hay ni colinas, ni casi elevaciones por pequeñas que estas sean. El paisaje es, pues, monótonamente horizontal hasta donde abarcas con la vista. El color dominante, claro está, es el verde, prados de una tonalidad luminosamente clara y bosques de otro verde más oscuro. Alrededor, el mar es de un azul muy marino, muy oscuro, que también contrasta con el del cielo, un azul muy claro, casi blanquecino.
     Tras una hora escasa, vemos el puerto danés en el que desembarcaremos y hacia el que nuestro buque se encamina con rapidez. Nos llama la atención la brevedad de las maniobras de atraque, que nos ponen en tierra, coche incluido, en pocos minutos.
     Al fin podemos considerar que estamos en Nortilandia, aunque Dinamarca sea realmente una tierra de transición entre Alemania y Escandinavia. De hecho el paisaje no cambia, aunque eso sí, se hace como más rural, más bucólico, más sosegado. Las carreteras están mucho menos transitadas y en general te invade una cierta sensación de tranquilidad. Bonito país, Dinamarca.

Arde una pradera. Aquí también hay incendios en verano.


     Luce el sol, lo que contribuye a alegrarnos el espíritu y a disfrutar de lo que vamos viendo, aunque todo siga teniendo la habitual monotonía de las tierras bajas y húmedas de esta parte del mundo.
     Nuestro próximo objetivo es Copenhague, en donde volveremos a coger otro ferry, no sin dar un vistazo a la que se considera una de las capitales más interesantes de Europa; como me diría años más tarde un español afincado allí, una ciudad nórdica con ambiente mediterráneo. Horas más tarde comprobaríamos la exactitud de esta descripción.
     Hoy es sábado y se nota una casi total ausencia de tránsito rodado por sus grandes avenidas. Nos dirigimos, por ir a alguna parte, hacia la zona del Palacio Real.


Copenhague. Palacio Real.

     Aparcamos en una calle adyacente, no sin antes estudiar qué posibilidades puede haber en una sociedad como ésta, de que le roben el coche a unos humildes turistas como nosotros. Aun opinando que aquí no parece ser un grave problema el robo de coches, procuramos dejarlo cerca de un puesto de la guardia real, que vigila una de las entradas a la plaza en donde se halla el Palacio.


Bicicletas para Copenhague.

     Y echamos a andar sin un rumbo fijo puesto que, imprevisores de nosotros, no tenemos un plano de la ciudad. Este defecto lo subsanaríamos posteriormente en otras visitas, ya que nos damos cuenta de su importancia.
     Al cabo de un rato de caminar por calles solitarias -a pesar de estar en el centro y hallarnos en un área comercial importante-, desembocamos de pronto en lo que parece ser una mezcla de canal y atracadero de barcos de mediano porte. A ambas márgenes hay sendos paseos con edificios antiguos primorosamente conservados. Para nuestra sorpresa se diría que todos los habitantes de Copenhague están allí reunidos, disfrutando del soleado y suave atardecer veraniego, bebiendo cerveza y saboreando bocadillos de salchicha en los puestos callejeros que hay a lo largo de todo el paseo, oyendo y bailando con la alegre música que varias orquestinas tocan en sitios estratégicos; o tumbados al sol en las cubiertas de los numerosos barcos, casi todos veleros antiguos, que allí permanecen amarrados. Diríase, efectivamente, que de pronto nos habíamos trasladado al paseo de moda de una localidad turística del mediterráneo, en plena época de vacaciones y a una hora punta.

Quim, disfrutando de la alegría de los daneses en esta tarde dominguera.
Un domingo en Copenhague. Animación en el puerto, en una zona en la que están amarrados numerosos veleros, ya veteranos.
     Al caer la tarde estamos de nuevo en el siguiente ferry, navegando hacia lo que consideramos el primer destino realmente exótico de nuestro viaje, Suecia.

     La navegación va a ser muy corta, a pesar de lo cual vemos como se abre el supermercado del barco, que al instante se llena de apresurados clientes en busca de lo que parecen ser montones de cajas de cerveza y otras bebidas más fuertes. Enseguida nos percatamos de las razones, por un lado el precio de éstas en Suecia y por otro, ¡que hoy es sábado!


  
   Al cabo de tan solo media hora nuestro coche se acerca, dentro de una disciplinada fila, hacia un puesto de aduanas sueco. Ya no estamos en la CEE, aquí nos van a controlar lo que llevamos. A los pocos minutos se nos acerca un policía con uniforme azul y gorra al estilo legionario español, que nos pregunta en excelente inglés: "¿Llevan alcohol, coñac, whisky, cerveza...?"

Nota: Este viaje se realizó en Agosto de 1991. La Comunidad Económica Europea (CEE), vigente en ese momento, fue transformada en la Comunidad Europea en el Tratado de Maastricht en Febrero de 1992, y después en la Unión Europea (1 de Noviembre de 1993). Suecia entró en la UE en 1995.
                                             
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2 comentarios:

  1. Hola Carlos!
    Desde luego que un viaje como ese no se olvida. Ahora mientras leia tu relato me asaltaban recuerdos de algun viaje por España a finales de los 80 con algunos amigos, me encanta desempolvar recuerdos...jeje
    Un saludo!

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  2. De los viajes siempre nos quedan anécdotas curiosas y vivencias que seguramente no volveremos a tener, al menos esas concretas. Y, aunque nos de algo de pereza, o pensemos que no somos capaces de hacerlo, para guardarlo sin confiar todo a la memoria es bueno redactar un pequeño diario. Eso es lo que yo hice en aquella ocasión, pero te confieso que fue a gracias a Quim que me insistió en que lo hiciera porque, dijo, "tu redactas bien", y me lió a que cada día pusiera por escrito lo más destacado del día anterior. Y de eso salió el hilo conductor de todos los demás recuerdos. En el fondo es como ir sacando fotos. Por ahí también puedes construir un relato.
    Un abrazo

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