Translate

24 de febrero de 2016

Paseando por la noche, por la naturaleza salvaje...y por la historia.

           Sigo con mis paseos seminocturnos, o nocturnos totalmente. Mientras no cambie la hora, mi habitual pereza a salir de casa hasta la media tarde me obliga a terminar caminando a la luz de la luna...cuando hay luna.
           No cabe duda de que entrar en un bosque en plena oscuridad sabiendo que hay animales salvajes de cierta entidad, aunque no me da miedo, sí me obliga a hacerlo con alguna prudencia. Estoy hablando del bosque de Doniños, y de los grupos de javalíes que parecen haber invadido la zona. También hay corzos, de los que he llegado a ver alguno de día, por el interior del bosque. Y zorros, y las típicas ardillitas, bastante huidizas, nada que ver con las del Central Park.
           Pero los javalíes, estos grandes animales, antepasados del cerdo, aunque tienen mucho temor al ser humano son muy peligrosos si se ven acorralados, en especial con crías bajo su protección. Por la noche es cuando salen de sus escondites entre la maleza para buscar alimento y beber de los arroyos, y es fácil verlos recorriendo senderos y caminos no solo en los bosques y en los campos sino incluso llegando a zonas urbanas, cubriendo a veces grandes distancias en sus correrías.
          Lo cierto es que estoy sorprendido de estar encontrando, en las últimas semanas, numerosas huellas de estos animales. En gran parte de los senderos que acostumbro a caminar, generalmente cubiertos de hierba y tierra blanda, hay zonas en las que cuesta trabajo transitar, porque están totalmente escarbadas, como si alguien se dedicase a llevarse los trozos de cesped. Pero los agujeros que se ven son inequívocamente producto de los hábitos de los javalíes que meten, literalmente, el hocico en la tierra, "focellando" en ella para conseguir raices, insectos, semillas, etc.

Estos son los típicos agujeros que los javalíes hacen con sus hocicos,
para buscar comida debajo de la capa de hierba.


                En las fotos que tomé hace un par de días se ve perfectamente la huella del hocico de este animal, con la tierra aun húmeda. Fotos hechas a pocos metros de la caseta de socorrismo de Doniños, aunque luego estas huellas las pude encontrar en todas partes, prácticamente.
                Yo nunca había visto esto en el bosque de Doniños. Supongo que los javalíes cada vez van encontrando menos sembrados que esquilmar, tal como viene siendo su costumbre para cabreo de los agricultores y, por otro lado, la protección de que gozan por parte de la administración y la falta de depredadores, ha dado lugar a una proliferación desmesurada de esta especie en nuestros territorios.

La suerficie de los senderos, a veces, se vuelve intransitable.
        ------------------------
Pero no son los únicos en minar el terreno. También los topos contribuyen
a ello. Nótese la diferencia, los montillones de color claro son originados por estos pequeños roedores.
Y al fondo, un sendero trillado por los javalíes.
           La verdad es que se están convirtiendo en un problema, ya que no solo los sembrados son sus objetivos, sino que están acercándose mucho a las zonas urbanas causando algunos daños, atravesando carreteras y, sobre todo, porque es un animal relativamente peligroso en las circunstancias que más arriba describí.
          Siguiendo el normal instinto de los animales que no son depredadores carnívoros, no hay riesgo con su presencia si no son molestados y, sobre todo, si no se ataca a sus crías. Pero, llegado el caso, un javalí puede convertirse en una fiera con capacidad para llevarse a una persona por delante con su enorme fuerza y terrible fiereza.
                                                        ---------------------------------
              Aun recuerdo con asombro la primera vez que vi un javalí. Bajaba, una mañana de invierno, por la antigua carretera de la playa cuando vi correr lo que yo identifiqué como un perro de gran tamaño, que atravesó la carretera y la zona lagunar de la parte de atrás de las dunas, remontó sin disminuir su agitada carrera las dunas que respaldan la playa, y corrió hasta la orilla, hasta las olas, en las que tras un breve tanteo se sumergió valientemente. En ese momento ya me había percatado de mi error, ya que no era un  perro sino un enorme javalí que parecía huir de algo, viniendo de las colinas cercanas. Pues bien, tras entrar al agua, comenzó a nadar con buen ritmo en dirección a las Gabeiras, hasta que lo perdí de vista. Imagino que a pesar de sus enormes energías y potencia, y que es un gran nadador (yo no lo sabía, pero allí lo comprobé "in situ"), habrá terminado hundiéndose, el pobre bicho, en el fondo del mar.
                                                         ---------------------------------
             En fin, ese anochecer caminé hasta el faro de la península de Lobadiz, señal luminosa que orienta a nuestros pescadores, y pude tomar las últimas fotos con la escasa luz del crepúsculo.
             Al desandar el camino, atravesando las ruinas del castro ubicado en esa península, me pude imaginar por unos instantes como podía ser la vida de aquellas personas, en sus pequeñas cabañas de piedras y paja, en aquella explanada batida por todos los vientos en su superficie y por el inmenso oleaje del Atlántico en sus acantilados. Allí habitaron seres humanos hace dos mil o tres mil años, protegidos de otros habitantes de las comarcas limítrofes -probablemente poco amistosos- por los tres muros de fortificación con que contaban en el istmo de la península, de los que aun se conservan bastante bien el segundo y el tercero, y restos del que fue el primer parapeto, todos con fosos anchos, a través de los que era muy difícil invadir por la fuerza de las armas la zona habitada del poblado. Las demás áreas de éste estaban defendidas de forma natural por los acantilados. Ésta que he descrito es una de las dos razones por las que se vivió muchos siglos en estas aldeas, situadas en penínsulas poco accesibles y por ello bien defendidas. La otra, era por el fácil aprovisionamiento de alimentos provenientes del mar.
             Es lógico pensar que con el avance de la agricultura, se pudieron abandonar estos enclaves poco gratos en cuanto a las inclemencias frecuentes del clima, aunque la defensa -que seguía siendo necesaria- de los nuevos territorios y de los poblados hicieran nacer esas fortificaciones terrestres tan espectaculares, como los castillos y las murallas de las villas y ciudades. En ellas, por necesidad, se fueron agrupando los habitantes de las numerosas aldeas que existían en su entorno geográfico, ya que una elevada cantidad de personas era importante a la hora de construir y proteger esas defensas tan voluminosas pero sin duda siempre necesarias.

Playa de Lobadiz, al caer la noche, con las islas Gabeiras al fondo
Otro ángulo de la playita de Lobadiz, refugio de pescadores.
Faro de Lobadiz, alimentado por energía solar. Una magnífica ayuda para la navegación de los pesqueros en sus jornadas nocturnas de trabajo. Fue construído hace más de veinte años.
               Y luego volví caminando por los senderos del bosque, tratando de encontrarme con alguno de esos animales de costumbres nocturnas, pero seguramente mi presencia los ahuyentó, o es que andaban a otras relaciones sociales más interesantes, y mi paseo terminó sin incidencias al llegar al aparcamiento de Doniños. Aunque, bueno, tengo que aclarar que mi camino por el bosque en la oscuridad lo hice más cómodamente gracias a la linterna de mi móvil. ¡Cómo ha avanzado la tecnología!

16 de febrero de 2016

Luna llena


           Siento placer paseando en estas noches tempranas de invierno, mientras la lluvia y el viento me azotan el rostro.
           La oscuridad ha llegado, solo la luna me deja vislumbrar con su reflejo como sigue latiendo el corazón de la Naturaleza en esos pálidos brillos, sobre las olas que baten finalmente en la playa.
           Sin embargo, el golpear del oleaje hoy ya apenas se siente, solo se adivina, ya que es el viento el que ha tomado el protagonismo de la noche, rugiendo con desesperación. Temo, por momentos, que una ráfaga me va a arrastrar y lanzarme sobre el mar infernal, y que desapareceré tras las espumas, tragado por la inmensidad de la tormenta.
           Pero amo la vida demasiado para ceder a esos cantos de sirena que me atraen al borde del precipicio, y me resguardo, asustado y prudente, tras la arboleda que sufre con resignación el castigo de ese viento terrible, desatado.