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25 de abril de 2015

NORDKAPP. 20 RUMBO AL SOL PONIENTE.


          Tras nuestra rápida visita a Berlín, a media tarde tomamos la autopista hacia el sur, en dirección Nuremberg, que pasa por Leipzig, ciudad a la que me quiero acercar, aunque solo sea por un par de horas.
          El tráfico es muy intenso, los dos tipos de coches que más se ven son los rapidísimos Mercedes, que nos adelantan como balas, y los lentísimos Travis que vamos adelantando como si estuviesen parados. En las autopistas de este país se circula a gran velocidad, para la que no hay limitación legal en este tipo de vías. La autopista, también perteneciente a la red de la RDA, está sumamente deteriorada, de tal forma que en ciertos tramos nos obliga a circular por debajo de los 90 km. por hora.
         Ya está anocheciendo cuando vemos la desviación a Leipzig. Tomamos la vía y pronto estamos pasando por delante de su aeropuerto. Menuda fijación tenemos nosotros con visitar los aeropuertos. En Berlín, antes de irnos, a Quim le entró el capricho de tomarnos algo en la cafetería del famoso Tempelhof -uno de los dos aeropuertos berlineses-, y allá nos fuimos. Ahora, al ver la indicación del Aeropuerto de Leipzig, nos metemos también hacia allí. Lo cierto es que todos se parecen bastante, pero siempre ves alguna cosa distinta que justifica la visita. Al igual que todas las entidades estatales de la RDA, el aeropuerto está poco modernizado, con una decoración de los sesenta (parece que fue ésta la década gloriosa de la Alemania del Este).
        Al rato seguimos, entrando en la ciudad por una avenida medio a oscuras y con el ambiente callejero típico que ya nos va siendo familiar desde que entramos en la ex-RDA. Llegamos al centro y vemos la Estación del ferrocarril, que nos atrae visitar (Estamos terminando este viaje visitando cosas muy raras).

Estación de Leipzig

           Dentro pasamos un rato muy entretenido, ya que suscita nuestra curiosidad el observar numerosos vestigios del grandiosismo triunfalista del estado comunista. La estación fue construida durante la época de gobierno Nacional-Socialista, y conserva la arquitectura Wagneriana de la época. Se ven multitud de letreros con la simbología y consignas políticas de la RDA que te recuerdan lo que era esto hasta hace once meses, aunque muchos han sido borrados superficialmente, pero no tanto que no los puedas leer todavía. Un local abandonado muestra donde estaba una agencia de viajes estatal, ahora vacía y con todo su interior destrozado.
          Enormes escalinatas y majestuosas puertas adornadas con frisos helénicos han servido para enardecer a un pueblo oprimido por dos sucesivas dictaduras, paradójicamente de signo antagónico, pero no por ello ni menos dictaduras, ni menos opresoras. Por eso no me extraña el escaso entusiasmo que parece haber en conservar y restaurar esta grandiosa estación de ferrocarril.
          Salimos afuera y paseamos un rato por una de las principales avenidas, respirando el ambiente rancio y poco iluminado de estas calles, de sus cafeterías, de sus comercios. Decidimos retomar el camino, ya que queremos estar mañana por la mañana en Suiza y hemos planeado viajar toda la noche, hacia Nuremberg, después rodear Stuttgart y entrar en Suiza cerca Zurich.
         Cenamos en un restaurante de la autopista, en donde sufrimos una vez más el "absentismo " de los alemanes con el inglés, ya que para conseguir un par de huevos fritos con patatas Quim se ve en la necesidad de imitar a una gallina, lo cual atrae innecesariamente la atención de los demás comensales. Mi cuñado es que tiene poco sentido del ridículo, pero yo paso una vergüenza enorme en ese momento. Pero bueno, con el estómago satisfecho las cosas se ven de otra manera y nos sentimos entonados para afrontar una noche de conducción ininterrumpida.
        Quim conduce y lo veo pleno de energía y vitalidad después de los huevos con patatas tan meritoriamente conseguidos, por lo que decido descabezar un reposado y largo sueño. Reclino mi asiento, cojo mi almohada (¿había dicho ya que para este viaje me traje la almohada de mi cama?) y al poco rato siento una suave y deliciosa sensación como de flotar. Y nada más.
        Siento un manotazo (realmente Quim se limita a tocarme en el brazo) y me despierto algo sobresaltado. "Mira el mapa", me dice; "hemos vuelto a pasar otra vez por el mismo sitio. Me parece que me he armado un lío con varias desviaciones y llevo casi media hora dando la vuelta a Stuttgart."
Con el aire de una persona a la que se recurre solo en situaciones difíciles, cojo el mapa y me pongo a la tarea. Primero identificar en dónde estamos, que no resulta fácil. Al final, por un cartel de salida de la autopista, me doy cuenta de que hemos pasado de largo (y ya van dos veces) nuestra desviación al sur, hacia la frontera Suiza, que debe estar a unas tres horas.
        Además, tenemos falta de combustible. Ya amaneciendo, nos detenemos en una estación de servicio, en donde aprovechamos para desayunar.
        Estamos en el centro de Europa y se nota. El tránsito de vehículos es densísimo (¡qué lejos nos encontramos de las vacías, tranquilas y descontaminadas carreteras noruegas!), y de todas las incomodidades que produce, para mí la más notable es la del fragor constante que reina, día y noche, en las áreas cercanas a las autopistas. Imagino que el aire que respiramos tampoco será muy grato a nuestros pulmones pero eso se nota, de momento, mucho menos.
        Las empleadas que atienden la cafetería (bellezas germanas venidas a menos) tampoco son un dechado de amabilidad. También aquí empezamos a echar de menos la tranquila, acogedora cortesía de los camareros escandinavos. Menos mal que a pesar de nuestro cansancio nos tomamos las cosas a risa, y a los gestos insolentes e impacientes de una camarera contestamos nosotros -escudados en el idioma- riéndonos sin rubor de su marchita belleza, agravada por lo temprano de la hora. Quizás seamos un poco crueles, pero a las 7,15 de la mañana, con casi veinticuatro horas seguidas de viaje en el cuerpo, no estamos para matices.
La niebla espesa que flotaba al amanecer ya se ha esfumado cuando salimos de la cafetería, dispuestos a llegar de un tirón hasta Suiza. El sol comienza a brillar y el día promete ser caluroso, como lo será, efectivamente.
         El paisaje se ha transformado. Las inacabables llanuras de pastos y cultivo de cereales, se han transformado en colinas, que al poco son ya montes majestuosos que obligan a la autopista a trazar curvas y discurrir por túneles y puentes constantemente, sorteando valles que recuerdan una postal de navidad, y cumbres rodeadas de oscuros bosques.
         Por fin llegamos a la frontera. Hemos de detenernos para pasar una meticulosa aduana (Suiza, al no ser de la Comunidad Económica Europea, tiene un control estricto de sus límites fronterizos, como nos pasó en Escandinavia). El policía nos pregunta que a dónde vamos. Efectivamente, no debemos de estar de muy buen humor esa mañana (el cansancio del viaje, insisto), porque se me ocurren varias respuestas que, afortunadamente, no llego a materializar. "Holidays" digo, procurando aparecer amable, ya que estoy convencido de que el agente suizo tiene mejores recursos para amargarnos el viaje, que la camarera alemana de la gasolinera.
        Al cabo de un rato de inspeccionar los cuatro datos de nuestros pasaportes, el suizo parece convencerse de que somos inofensivos y nos da luz verde para entrar en su pequeño, agradable e independiente país.
       A menos de una hora está Zurich, en donde nos detenemos para echar un vistazo.


Zurich es una ciudad que se nos antoja pequeña, muy poco agobiante, bastante cara y muy limpia. Aun recuerdo la grata impresión que me causó ver el río que la atraviesa por el mismo centro y que conserva una vistosa vegetación en sus márgenes, alrededor de la cual nadaba una bandada de alegres patos. El agua es cristalina, y en el fondo del río no se ven desperdicios, a pesar de ser una zona totalmente urbana. Ni latas, ni botellas, ni bolsas de plástico. A mí constatar esta perfecta pulcritud me reconforta el ánimo, porque pienso que en mi país puede que llegue un día en el que las personas -y las autoridades- se comporten como en estos sitios. Ya sé que tenemos virtudes que son la envidia de otras nacionalidades, pero con lo fácil que sería el ser celosos de la limpieza de nuestro paisaje... Al fin y al cabo, el carácter es algo mucho más intrínseco con la persona, más difícil de modificar en suma, pero evitar la basura de nuestras calles es cuestión de educación y buenas costumbres, algo mucho más sencillo de adquirir. Bueno, no hay nada perfecto.
        Nuestra estancia es breve, no tenemos muchas ganas de pasear porque estamos derrengados después de la noche de viaje, y porque ya empieza a hacer un fuerte calor que nos acompañará ya a partir de ahora, hasta el  final  del viaje.
        Nuestro paso por Suiza es fugaz, porque apenas nos detenemos. Vamos deleitándonos con el paisaje que podemos ver al paso, pero sin más. La verdad es que son muchos kilómetros ya y la paliza de esta noche ha sido un poco la puntilla.
        A media tarde entramos en Francia después de dejar atrás Ginebra y el  lago Leman.

       Realmente ahora nuestro objetivo  es viajar  lo más rápido posible  para volver  a casa. Los días que tenemos son ya muy escasos, y el ansia viajera está adormecida, supongo que de agotamiento.
Pasamos cerca de un pequeño lago en donde veo gente disfrutando del baño, y se me ocurre la idea de imitarles. Quim está de acuerdo, por lo que aparcamos cerca de la orilla, sobre un precioso prado que hace de playa fluvial.
       Es una laguna muy pequeña, pero parece estar muy limpia. El baño es delicioso y nos entona muchísimo.
       Retomamos la ruta con otro aire. Así, llegamos a un camping en el que nos disponemos a descansar, después de un viaje casi ininterrumpido desde cerca del Mar Báltico, en la Alemania del Este, en donde dormimos por última vez. Un buen trecho el que hemos recorrido.

8 de abril de 2015

NORDKAPP 19 - 4ª parte (FOTOS DEL LIBRO "SUCEDIÓ EN EL MURO")



          Como ya expliqué previamente, fue curioseando en los mercadillos de la recién liberada Puerta de Brandemburgo, en donde encontré este libro ("Sucedió en el muro"), en el que se pueden ver gran cantidad de impactantes fotos relacionadas con el Muro de Berlín, pared de bloques de hormigón y alambradas que durante veintinueve años separó drástica e implacablemente a los alemanes del sector oeste de Berlín de los del este, con las consecuencias lógicas que tuvo especialmente para los berlineses y, sobre todo, para muchas familias, que se vieron cruelmente divididas durante todo este tiempo. Aunque dicho muro, en realidad representaba a otro, mucho más extenso y terrible, al que se denominó "Telón de Acero"
          La fuerza visual de las fotografías se une a los escuetos pero impresionantes relatos de lo acontecido, y que se resume en esas imágenes perfectamente. No es fácil hacerse una idea del empeño que pusieron las autoridades de la República Democrática Alemana, en impedir el libre tránsito de personas de un lado a otro de la frontera, hasta el punto de recurrir a disparar a matar a todo aquel que se atreviese a traspasarla sin contar con una autorización que era extraordinariamente difícil de conseguir.
         Todo comenzó cuando, al finalizar la segunda guerra mundial, se estableció un enfrentamiento soterrado por simples razones de ideología, entre la Unión Soviética ( y todos sus paises satélites) y el mundo occidental, beligerencia incruenta a la que se le dio el nombre de "Guerra Fría", y que estuvo a punto de provocar, en varias ocasiones a lo largo de los casi cincuenta años que duró, una guerra total que hubiera sumido al mundo entero, en el mejor de los casos y por primera vez en la historia, en una nueva era de la noche a la mañana, posiblemente en un cambio de civilización que se parecería muy poco a lo que ahora conocemos, y ello siendo muy optimistas.
         Alemania, al perder la guerra, fue dividida en varios sectores que quedaron bajo el control y administración de las potencias vencedoras. La que le correspondió a la URSS, al poco tiempo se convirtió en la DDR (Deutsche Demokratische Republik), otra república de la mencionada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
         Es curioso el parecido que tiene aquella situación geopolítica de la DDR, con la de la actual Ucrania, país en el que Putin siempre ha pretendido tener un territorio que separase físicamente la Unión Europea y Rusia, y que da origen a la ayuda que, inequívocamente, está prestando a los ucranianos simpatizantes de seguir dentro de la órbita rusa, desde el momento en que surge en este país un importante sector de la población que intenta un acercamiento muy notable a la UE.
        Precisamente fue Mihail Gorbachov (recién nombrado Presidente de la Unión Soviética) el que, en 1989, propició la desaparición de la DDR, como un primer paso hacia el desmantelamiento de la URSS.
       Y ahora diríase que Putin trata de invertir el camino tomado hace veinticinco años por Gorbachov.


El 15 de junio de 1961, ante el comienzo de unos trabajos para la edificación de un muro en la línea divisoria berlinesa, aseguraba el entonces Presidente del Consejo de Estado de la DDR (República Democrática Alemana), Walter Ulbricht: "Nadie tiene la intención de construir un muro, Los obreros de nuestra capital (Berlín) se ocupan principalmente de edificar viviendas, empleando todas sus fuerzas en ello"
Tiempo después, los berlineses occidentales colocarían un cartel frente al Muro que se había comenzado a construir, con estas mismas palabras de Ulbricht.




Pocas semanas después, el 13 de agosto, seis compañías militares muestran, delante de la Puerta de Brandemburgo, el "cerrado frente de defensa", con lo que se interrumpe el libre tránsito de personas de una Alemania a la otra. Un grupo de alemanes enarbola una pancarta que dice: "Alemania sigue siendo Alemania". Se producen momentos de gran tensión. Pero la construcción del Muro ya ha comenzado.






El Muro de Berlín es ya una triste realidad. El objetivo de impedir el paso de personas a través de una línea divisoria tan compleja como la que atraviesa el Berlín de norte a sur es, sin  embargo, tarea muy complicada. Se han de tapiar todas las ventanas y puertas de los edificios que están sobre la "raya", a pesar de lo cual muchos escapan saltando sobre lonas de los bomberos del Berlín Oeste. Para evitarlo, las autoridades orientales obligan a desalojar estos edificios.






Pocos días después del 13 de agosto, a mediados de septiembre, su longitud alcanza ya tres kilómetros. Aun sigue habiendo solo alambradas en gran parte de la línea divisoria, y por ella tratan de pasar muchas personas que ya temen lo peor. E incluso algún centinela no duda en ayudarlos, como éste que separa los alambres de espinos para que pase un niño, pero que es sorprendido por un oficial, momento que recoge esta curiosa fotografía. El centinela es relevado y nunca se supo más de él.

La teórica línea fronteriza atraviesa esta casa por enmedio, y el muro se ha construido tal cual. Al poco tiempo, se derribó la parte que correspondía a la zona oriental.


        Foto de la izquierda: Varios jefes de estado visitan el Muro. Primero es Nikita Khrushchov, el 17 de enero de 1963.
      Esta es una foto en la que se ve algún detalle curioso. En ese momento el Presidente de la DDR es Walter Ulbritch. Pues bien, extrañamente se le ve muy alejado del lider soviético (está fuera del grupo, detrás, en la esquina superior izquierda, señalado con una flecha negra), y con una expresión de cierto enfado ante el protagonismo que asume Khruschov. Por cierto, detrás de éste (a la izda.) se ve al que sería diez años más tarde elegido Presidente de la República, Erik Honecker, que ostentaría el cargo hasta la desaparición de la DDR)




Dos años después, una instantánea de la visita del Premier soviético Alexei Kossygin








Meses más tarde (y poco antes de su muerte) Jonh Kennedy intenta, desde la Puerta de Brandemburgo, dirigir un discurso no solo a los berlineses del Oeste, sino a los del Este que quieran oirle, lo que de todas formas es impedido por la policía comunista, que coloca colgaduras rojas tapando la enorme abertura entre las columnas del monumento. Tan solo un grupo de periodistas puede presenciar el acto, desde el otro lado del muro.







El famosísmo paso fronterizo "Checkpoint Charlie", immortalizado en numerosas películas y novelas. Fue el punto de encuentro de dos imperios, en los peores momentos de la "Guerra Fría"  
En primer término, un soldado americano observa con prismáticos a sus "colegas" comunistas de enfrente.
Algo que, por cierto, nos recuerda a la situación actual de la frontera entre las dos Coreas.



           Durante los 29 años y dos meses que existió el “Muro de Berlín” fueron múltiples las anécdotas que sucedieron por causa de los miles de intentos de escapar de los berlineses del Este. Muchas terminaron felizmente; muchas otras, trágicamente. Entre ambas posibilidades, además, no hubo términos medios.
           Se utilizaron todas las vías posibles, por tierra, o por debajo de ella, escondidos en toda clase de vehículos, también bajo el agua, e incluso por vía aérea.
           Bajo tierra con el inevitable túnel, de los que el mayor fue de 145 metros y doce bajo la superficie, y que proporcionó la mayor huida en masa.
           Por superficie, camuflados en todo tipo de artefactos, a veces en huecos inverosímiles.
O con mucho ingenio, como el de un joven austríaco que encontró en una casa de alquiler de coches del Berlín Occidental uno que era tan bajo que podía pasar por debajo de las barreras de la policía oriental. De esta forma, logró pasar a su novia y a la madre de ésta.
           Por aire, como el joven de la foto que construyó un avión ultraligero y logró volar el 4 de agosto de 1984 desde Checoslovaquia hasta Austria (más de cien kilómetros). Excepto el motor que era el de un "Travis" (popular automóvil de la RDA), el tanque y las ruedas, el resto de las piezas fueron fabricadas por él mismo.
           También en un gigantesco globo de aire caliente, el más grande de Europa en aquella época (28 m. de altura), se fugaron dos familias. Fueron sorprendidos y enfocados por los "Vopos" en pleno vuelo, por lo que debieron elevarse a 2.600 m.
           Un improvisado e ingenioso "funicular" fue el sistema con el que escapó, asimismo, otra familia, desde un edificio oficial colindante con el muro.
           Con un motor auxiliar de bicicleta construyó otro fugitivo un mini submarino con el que, bajo la superficie del Báltico, recorrió 25 kilómetros hasta Dinamarca. Una firma de Alemania Occidental contrató de inmediato al constructor para desarrollar un modelo en serie.

Este autobús intento atravesar por ese hueco, inútilmente, como se puede ver. 




























Otra ingeniosa vía de escape: un improvisado funicular












Este intento de huida acabó trágicamente, tal como se ve en las fotografías.




        Otras fugas, por el contrario, fueron trágicamente abortadas por la policía comunista. En esta secuencia de tres fotos vemos el desarrollo de la huida de un joven de 18 años, que fue tiroteado por los "vopos" al franquear el muro, al pié del cual permaneció desangrándose durante cincuenta minutos. Policías occidentales intentaron socorrerle lanzándole un botiquín de urgencias, pero el joven estaba demasiado débil para moverse. Al fin, es recogido ya moribundo por los policías del este.


         Dentro de lo dramático, también sucedieron cosas a las que se les podría ver su aspecto simpático, para valorar los hechos.
         El muchacho de la bicicleta vivía en el enclave Eiskeller, perteneciente al sector inglés pero dentro del Berlín Oriental. Para pasar a la zona occidental de la ciudad los habitantes del enclave tenían que hacerlo por una estrecha calle, por lo que a este chico un día los "vopos" le bloquearon el paso. Los británicos decidieron hacer valer su derecho de paso escoltándole con un carro blindado, cada día, en su recorrido al colegio.


          Transcurre el mes de noviembre de 1989. En la Alemania del Este corren nuevos vientos, que parecen renovar y purificar la atmósfera política del aparato comunista. Poco tiempo antes ha estado de visita oficial en la RDA el entonces lider soviético, Mihail Gorvachov...
          Los berlineses del Oeste presienten que algo importante, mucho tiempo soñado pero poco esperado, pudiera suceder. Los más temerarios se encaraman al muro, y no pasa nada. El resto, anhelante, les sigue.
          Es difícil de valorar si las cosas han ido muy despacio o muy deprisa, aunque mirándolo con la perspectiva histórica que le corresponde, quizás toda la transformación política haya discurrido demasiado rápido, en un instante fugaz, máxime si lo analizamos ahora, unos años más tarde.
          Los alemanes han podido, de nuevo, reunirse con los otros alemanes y abrazarse con enorme júbilo. Éste es, como correspondía, el primer paso hacia la unificación de Alemania tanto tiempo deseada. La espera y los sufrimientos soportados han sido -quizás- algo así como la penitencia por un pecado cometido hace más de cincuenta años, en una época oscura...
(Nota: este texto está escrito en 1992)