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22 de agosto de 2013

Noticias que me hacen reflexionar


            El juez Aláez, que instruye el caso del accidente de tren en Santiago, ha imputado a “técnicos responsables de la seguridad del tramo Ourense-Santiago”.
Aláez señala en su auto que puede concluirse, en definitiva, con carácter provisional, que ha existido “una omisión de las cautelas elementales por quienes tienen la misión de garantizar la seguridad de la circulación ferroviaria en dicha línea”.
            Todo el que vio un video, que circula por las redes, del viaje en tren desde Ourense a Santiago es fácil que se de cuenta de la monotonía que caracteriza este tramo: túnel más viaducto, una y otra vez, constantemente, durante más de 30 minutos. ¿Cómo se puede esperar que un maquinista nunca se distraiga y se confunda, aunque sea ligeramente por una simple llamada, y quizás no se de cuenta exacta de en qué lugar del recorrido se encuentra? Teniendo en cuenta que va a 210 Km/hora. También se ha dicho en estas semanas numerosas veces que, ¿cómo puede estar solo en manos del maquinista -de un único maquinista- tomar, cada día, siempre con absoluta perfección, las medidas mecánicas adecuadas para pasar de una velocidad de 210 kh/hora a 80, en un punto determinado de la vía, en el que no hay -o no había- alerta o señal alguna? Es fácil argumentar que tendría que ser muy raro el despiste. ¿Pero alguien puede asegurar que es imposible el fallo, viaje tras viaje, al cien por cien, indefinidamente en el tiempo? La lógica y la estadística de probabilidades nos contestarían que no. En este caso concreto, hay riesgos que cualquier persona valoraría como ciertos.
            El juez hace constar en su auto que, tal como sucedió en el caso del petrolero Prestige, el accidente se produce por una serie de causas, de fallos, de responsabilidades asumidas parcialmente, con imprevisiones, con deficiencias, con escaseces, con ahorros en la inversión, al haber dejado quizás un poco a la buena fortuna que ahí, en esa curva -que ya se calificaba como muy peligrosa-, no pasase nunca nada. Y la fortuna puede ser esquiva tan solo una vez en la vida, pero lo suficiente para causar una tragedia espantosa. Y sigue el juez hablando de que (a los técnicos) “no podía pasárseles desapercibido el peligro cierto de desatención, somnolencia, cansancio, rutina, del conductor, que podría materializarse en el descarrilamiento”.
            Y en este punto tengo que recordar dos breves anécdotas. La primera es que, cuando yo era un chiquillo, siempre me llamó la atención un rótulo que se ponía obligatoriamente en los vehículos públicos: “Prohibido hablar con el conductor” ¿Os suena algo en el caso del tren? La segunda: yendo hace años hacia Santiago en un autobús con un equipo deportivo, a las seis de la mañana, iba sentado al lado del conductor. En un momento determinado veo que se le cierran los ojos y el bus comienza a derivar. En ese momento quizás volví a nacer. No lo puedo asegurar. Porque el chófer reaccionó y, abriendo los semicerrados ojos, rectificó en seguida y solo exclamó: ¡Uf! ¿Habría dormido lo suficiente esa noche?


            Se ha recordado el accidente del autobús de las jugadoras lucenses de voleibol. Ahí hubo otra distracción fatal, difícilmente defendible, porque parece que el conductor se despistó y no cogió la previa desviación para Lugo, y siguió recto entrando en la glorieta muy pasado de velocidad. Pero ¿por qué iba tan rápido, incluso para coger el desvío anterior? (108 Km/hora). Este tipo de accidente se ha dado con frecuencia y más en autobuses, cuando después de circular por un tramo a alta velocidad se entra en una desviación, con curva cerrada que obliga a una disminución muy brusca de la velocidad. Causa común y frecuente. ¿Se ha hecho algo al respecto, salvo recomendar prudencia en estos puntos negros?


            Y una información que, casualmente, se produce por la fecha del 5º aniversario, es la referente al accidente de Spanair, en el que otra vez se trata de responsabilizar a los pilotos de los fallos que produjeron el siniestro. Aunque estos ya no se pueden defender.
            El Sepla (Sindicato de pilotos) nos comunica algo muy inquietante, sobre todo para los que, aunque sea de vez en cuando, viajamos en avión: “Los fallos que desencadenaron la tragedia siguen presentes en la aviación” Recuérdese que dichos pilotos olvidaron activar los elementos del ala (flaps y slats) que aumentan la sustentación para aterrizar y despegar. Y falló el sistema de alarma (tows) que tendría que haber avisado a los pilotos de este olvido. Y este sistema no funcionó quizás como fallo colateral inadvertido, ya que por otra avería previa, se habría desconectado el relé del tows y los técnicos de mantenimiento que revisaron la aeronave antes de despegar no repararon en esta sutil pero gravísima consecuencia. O sea, la clásica cadena de fallos.
             En resumen, siempre puede haber fallos humanos, pero el sistema tiene que contemplar, hasta donde sea posible, esta circunstancia inevitable e implementar protección contra el olvido, el descuido, la distracción, el cansancio, la rutina, ya que son características humanas. Las personas que, como conductores o pilotos, se juegan su vida y la de su pasaje, es lógico que pongan bastante cuidado en su misión, pero a veces ni sabiendo que se juega uno la vida es suficiente.   

19 de agosto de 2013

Pétalos en el mar para Juan


Esta mañana, cuando caminaba por la orilla buscando algún pico para coger unas olas, me di cuenta de que, en la línea que marca la marea en la arena, había pétalos de flores que sin duda habían llegado con el oleaje.
Pero no era un milagro, ni esas flores se dan el mar, sino que ayer rendimos un homenaje floral, el definitivo, sobre las olas, a un veterano surfer que se ha ido “na corrente da punta, a deitar no pozo do castro”, tal como nos dejo anotado para que nos lo contaran cuando él ya estuviese descansando allí. Y los pétalos que arrojamos al agua decidieron quedarse en Doniños, tal como también quiso hacer Juan, y volvieron navegando hasta la playa.


Hace tiempo escribí un pequeño texto que era mi particular homenaje a un amigo que me dio, sin proponérselo, unas cuantas lecciones que estoy intentando, cada día, poner en práctica. Siempre recordaré la más importante, la que me decía con frecuencia, como si quisiera estar absolutamente seguro de que había captado su mensaje. “¡Qué bello es vivir!”, exclamaba con entusiasmo, “cada mañana que nos despertamos es un nuevo día que se nos regala, y hay que aprovecharlo”. A lo largo de los casi cuarenta años que lo conocí me lo dijo muchas veces. Y nunca me pareció que se repitiese.
                                               

Este es el texto que le dediqué cuando todavía llorábamos su marcha, estos son mis particulares pétalos que lanzo a navegar por este océano intangible que es la red:

Juan, te has perdido entre las brumas y ya no te diviso en la lejanía. Me han dicho que te has ido a “deitar ó pozo do Castro”, y yo me temo que sea ya para siempre. ¿Por qué nos dejaste sin avisarnos, a tus amigos?
            Porque yo bajaba una y otra vez por la carretera mojada, con el asfalto brillante, mientras la fina lluvia caía eternamente, para charlar contigo. Y no me cansaba de hacerlo porque tú me contabas viejas historias y yo, como un niño, con los ojos bien abiertos, te escuchaba y soñaba
            Ahora estarás con los hombres del Castro, para que ellos te cuenten sus intrépidas historias de caza en los tojales amarillos, en los pinares sombríos, en los bosques profundos.
            Pero, ¿es cierto que ya no querrás ver las olas de Penencia, como cada mañana…? Aunque es verdad que ya hacía tiempo que faltabas de la casita blanca, de ventanas azules.
            Me han dicho que te han visto caminar por la arena mojada, pero no veo tus huellas. Aunque ahora vas a vivir en mil playas, todas distintas y hermosas como nunca viste, con mil horizontes en los que se hundirá, cada tarde, un sol rojizo que no te cansarás de contemplar, como contemplabais las estrellas, ella y tú, tantos y tantos anocheceres, junto a la fuente.
            Y estoy seguro de que, cada amanecer, cabalgarás con “La Gaviota” aquellas olas que se ven romper a lo lejos, muy lejos, y que nadie es capaz de alcanzar. Y todos te respetarán a tu paso y te cederán la ola, admirando tu estilo.
           


Fotos de C. Bremón


13 de agosto de 2013

Una estrella fugaz cruza el cielo


            Todos los años, cuando llegan estos días de agosto, me invade la magia de Las Perseidas, de esas estrellas fugaces cruzando el cielo esplendoroso de una noche de verano. Y me voy, en plena noche, a los espacios abiertos con la ilusión de contemplar esa fugacidad tan extrema, ese segundo mágico en el que, inevitablemente, lanzamos una exclamación de asombro cuando atraviesa nuestra atmósfera esa pequeña mota de polvo, trazando una línea recta tan perfecta como efímera.
            Algún año esta fecha me cogió en Tenerife, y subíamos a Las Cañadas del Teide, a más de dos mil metros de altitud, para observarlas en todo su esplendor en la limpia y despejada atmósfera de estas cumbres canarias. Nos tumbábamos en la tierra seca, protegiéndonos del frío con alguna manta, y apoyábamos la cabeza en un cojín hurtado a última hora en la casa familiar. Y mientras, con la vista perdida en el infinito, nos contábamos chistes para entretener la impaciente espera, y nos maravillábamos admirando ese espectáculo increíble que es el universo. Lo primero de todo era situarnos en la dirección adecuada fijándonos en la Estrella Polar, al final del extremo de la Osa Menor, tratando después de encontrar la constelación de Perseo, para poder anticiparnos un poco a la instantánea caducidad del espectáculo. Y en algún momento nos sorprendíamos al darnos cuenta de que, inconscientemente, habíamos extendido el brazo hacia la inmensidad que se levantaba sobre nosotros, como si pudiéramos tocar alguna estrella con la mano para señalarla con más precisión.
            De pronto alguien gritaba “¡allí, allí va una!”, y todos buscábamos con ansiedad la mágica línea luminosa antes de que desapareciera. Algunos, con gran desencanto, no lo conseguíamos. Pero pronto la ilusión de que la próxima aparecería en cualquier momento nos obligaba a concentrarnos aún más en vigilar el firmamento.
            Porque, al final, lo mejor de esta experiencia era haberle dedicado un largo rato, sin prisas, a la observación de ese maravilloso escenario, sin duda el más impresionante que nos puede ofrecer la Naturaleza, del que tan poco conocemos y que tanta fascinación ejerce sobre nosotros cuando lo examinamos con calma, porque la vida diaria nunca nos permite estar en ese ensimismamiento tanto rato, como cuando llegan estos días de agosto y caen sobre nuestras cabezas las lágrimas de San Lorenzo. Ese, creo yo, es su principal mérito, lograr que descubramos, con nuestros propios ojos, el misterioso, el incomparable, el increíble paisaje del Universo.
            Cuando miramos al horizonte de un océano, tenemos constancia de que, detrás de aquella línea, se esconden otras tierras, paisajes y culturas. Pero no las podemos ver. Sin embargo en el universo no hay horizontes, y si nuestra vista no fuera tan infinitamente débil podríamos divisar la frontera del Universo, tan infinitamente lejana, a casi quince mil millones de años luz.  


    

8 de agosto de 2013

SUP: En busca de aventuras


Explorando
            El hombre, nos lo cuenta la historia de la navegación, siempre ha tenido en el mar el camino para llegar a nuevos y desconocidos mundos.
            Hoy en día, en el que ya conocemos hasta el último rincón del planeta, la exploración y la aventura siguen provocando nuestro interés, porque el espíritu pionero del ser humano sigue plenamente vigente. Para los aventureros extremos, atravesar la Antártida, la isla de Groenlandia, la selva de Panamá o el desierto del Sahara son algunas de las muchas posibles manifestaciones extremas de ese espíritu, y que siguen encerrando gran dificultad y peligro.
            Pero hay muchas otras formas y grados de sentir esa satisfacción íntima que nos recorre cuando llegamos a nuestra meta o cumplimos nuestro objetivo, y mucho más a nuestro alcance. El simple recorrido de un sendero solitario que nos lleve a la cima de un monte puede darnos esa satisfacción de la que hablo. O bien coger una tabla de surf y salir a mar abierto con los ojos puestos en una costa lejana.
            El SUP ha sido el origen de una novedosa práctica, ya que constantemente nos llegan noticias de pequeñas o grandes travesías realizadas sobre estos tablones que, a diferencia del surf tradicional, permiten una postura relativamente cómoda, además de elevada, sobre la plancha, aspecto fundamental para estos largos recorridos. 


Oscar "en donde nacen los vientos" como él mismo relató. Foto:Desafío Galicia
Ahí está, por ejemplo, el Desafío Galicia de Oscar García Alonso, aventura con cierto riesgo y de una magnitud más que respetable. También la Ibiza-Jávea, en la costa alicantina, o atravesar el estrecho de Gibraltar desde Tarifa a Marruecos o, ya en un entorno más familiar y asequible para muchos aficionados, travesías como la Nigrán-Bayona que ya va por su tercera edición. El SUP de travesía se ha convertido pues en otra y popularísima forma de aventura, capaz de llenar de satisfacción a quién la practica.
            Pero, como toda forma de aventura, hay riesgos. En este enlace podéis encontrar consejos para disfrutar con seguridad de una travesía en Stand Up Paddle. http://www.standuplatino.com/2010/06/planificar-travesias-en-sup.html
            Pero estas travesías, que todavía son una novedad para nosotros, en el paraíso del surf, Hawaii, son ya una tradición. Cada año se celebra allí en verano la gran carrera de tablas de surf a remo Molokai-Oahu –en 2013 celebró su 15ª edición- sobre una distancia en mar abierto de 32 millas (50 kilómetros).
            



En 2012 tomó parte Joel Parkinson haciendo pareja (en relevos de 20 minutos) con su preparador físico, Wes Berg, quedando terceros en la general. En esta competición se rema tanto en posición de SUP, como tumbado o de rodillas, en tablas especiales.

En el descanso veraniego del circuito, Parko se marcó otro reto. Foto surf.transworld.net
            El año pasado, también como ejemplo más aún a nuestro alcance, me llamó la atención la pequeña gran aventura de un grupo de surfistas coruñeses, porque tuvieron la misma idea que he acariciado yo muchos años, solo que ellos se atrevieron a hacerla realidad, precisamente porque esa es la diferencia entre los aventureros de verdad y los que, como yo, nos limitamos a soñar pero nunca nos llegamos a atrever. Lo confieso con mucha humildad y tendría que intentarlo algún día.
            Este grupo se lanzó a recorrer la distancia que separa la playa de Doniños de la del Orzán coruñés tumbados sobre sus frágiles tablas de surf. Eso sí, lo hicieron con calma y recreándose en la travesía, que es como tiene que ser. Estoy seguro de que esa relativamente pequeña aventura la recordarán con íntima satisfacción. Y quizás la repitan. Por supuesto.

Foto groupon.es

2 de agosto de 2013

Una inesperada emoción que llegó a mi vida


Fascinación por el mar
 Cuando con 23 años descubrí el surf, es decir, cuando supe que un mortal como yo también podía conseguir una tabla, una plancha, o una surfboard (que de todas esas maneras las denominábamos), y que con ella iba a ser capaz de deslizarme sobre esas olas que me llevaban fascinando toda mi niñez y mi juventud, me invadió una grata sensación, una sensación anímica muy reconfortante y que me es difícil de describir. A veces quise contarlo al hablar de los comienzos, pero nunca llegué a hacerlo. Ahora, con calma, lo intentaré.
            Mis padres fueron unos amantes de la naturaleza, de las excursiones al monte en invierno y de las playas en verano, pero de las salvajes y solitarias. En aquellos años, las pocas playas a las que acudían los escasos amantes de los baños en el mar eran las que tenían poco o ningún oleaje. Por eso, mis padres, buscando la soledad que tanto les gustaba elegían arenales con mar bravo, con olas, en las que poder disfrutar de un total aislamiento, en las que caminar por la arena húmeda y virgen sin huellas humanas, solo las que tú ibas dejando. Sentirse como en una isla desierta…aunque con un poco de imaginación, claro. Cercanas a Coruña, en donde vivíamos, estaban las de Arteixo: Sabón, la Cueva (a esta la llamaban Las Gafas, nunca supe porqué), Valcobo, Barrañán…Todas, playas batidas por un constante y poderoso oleaje. Eso obligaba a mi padre a tomar precauciones a la hora del baño y, aunque todos éramos buenos nadadores, siempre nos inculcó el respeto al mar y la idea de que esas playas no eran para nadar, sino para disfrutar jugando en las olas de la orilla, sin correr riesgos innecesarios.
       
     La de Las Gafas fue quizás la más habitual para nuestras excursiones del verano, posiblemente porque para llegar a ella había que caminar varios kilómetros desde Arteixo, en donde nos dejaba el trolebús de Carballo, y por esta razón siempre estaba desierta.
            Para mí fue una sorpresa cuando cuarenta años más tarde convocaron una prueba de surf, en la que se inscribió mi hija pequeña, en la playa de La Cueva, o de La Salsa, cerca de A Coruña, y al llegar descubrí que se trataba de mi vieja y querida playa de Las Gafas. Y lo que más me sorprendió fue verla llena de gente. ¡Qué cambio se había producido! Aunque las rocas, las pozas escondidas entre ellas para bañarse sin oleaje, las grutas del acantilado, el rincón en donde nos poníamos siempre para protegernos de la brisa, las olas que batían en el mar, todo estaba igual. La naturaleza permanece inmutable. Casi inmutable. Porque esos cuarenta años para la edad geológica de la playa no representan nada. El único cambio éramos nosotros, los seres humanos que ahora abarrotábamos la arena con nuestras toallas y sombrillas.
         

"Nuestra" playa de Las Gafas, siempre el final feliz de un largo camino
   Cuando unos años más tarde de aquellas excursiones familiares empecé a hacer surf, volví a rememorar todas aquellas playas de mi niñez, y de pronto las contemplé de otra manera. Esas peligrosas olas que había visto en ellas podían ser dominadas y cabalgadas, y eso abrió ante mis ojos unas nuevas perspectivas de disfrute del mar que desconocía hasta ese momento, y empecé a memorizar todas esas playas que estaban en mis recuerdos para analizar cuáles de sus olas podían ser surfeables. Resultaba que esas olas temibles se podían tratar de tú a tú, podías salir allí fuera, detrás de los rompientes, para esperarlas y jugar divertidamente con ellas. Y ese descubrimiento fue muy importante para mi concepto sobre lo que representaba el surf. Y mentalmente volvía, una y otra vez, a recorrer todas las playas que había explorado, buscando en mi memoria “esa ola maravillosa” que yo suponía que tenía que estar en alguna parte.

            En uno de los primeros artículos que leí sobre el surf, había una frase que me quedó grabada en la mente para siempre, por la gran verdad que encerraba: “Cuando un surfista llega a una playa con olas, lo primero que va a hacer será, invariablemente, analizar sus posibilidades de surfearlas”    
Las Gafas. Baño del grupo de amigos al atardecer
Las Gafas. Jugando en las olas. Todos, grandes nadadores, pero prudentes.


Las Gafas. El rincón, guarecido de los constantes nordestes del verano
Baño tranquilo en una piscina natural
Atardecer en Las Gafas
Playa de Barrañán

¿La reconocéis? Es Sabón, antes de la era industrial
Sabón, el lado norte
Una curiosa fotografía, la gruta de Valcobo
En aquellos tiempos los pescadores eran los únicos que frecuentaban estos arenales, y siempre en solitario.
TODAS LAS FOTOS SON DE LOS AÑOS SESENTA, REALIZADAS POR MI PADRE CON UNA CÁMARA DE FUELLE DESPLEGABLE DE DOCE FOTOGRAFÍAS. LOS CARRETES TENÍAN QUE DURAR MESES, POR LO QUE REALIZABA, CADA DOMINGO, UNA Ó DOS FOTOS A LO SUMO, Y ESTUDIANDO CON DETENIMIENTO TODOS LOS DETALLES DE LA FOTO ANTES DE DISPARAR.

Fotos: LEOPOLDO BREMÓN LLANOS