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29 de septiembre de 2014

NORDKAPP.17 (1ª parte) Moscú está demasiado cerca.


          De nuevo, pasado Mo i Rana, la carretera se aleja de la costa, aunque el paisaje ya es mucho más civilizado. Bosques, campos de cultivo, numerosos pueblos, jalonan nuestro recorrido.
          A eso de las ocho de la tarde nos detenemos en un camping pequeño pero con unas instalaciones muy completas. Alquilamos una cabaña, frente a la que hay un bungalow que hace de cocina, televisión y comedor. Y lo mas agradable es que está a nuestra completa disposición. Somos los únicos usuarios aquella noche.
         Mientras que Quim -excelente cocinero- prepara algo para cenar, enciendo la televisión. Está comenzando un noticiario y de pronto, lo que veo, me deja petrificado. El locutor se está refiriendo  -creo entender-  a una noticia de última hora por la que algo está sucediendo en la Unión Soviética, concretamente en Moscú. Naturalmente no entiendo ni una palabra, pero detrás de la figura del locutor aparecen unos dibujos que representan unos tanques con el Kremlin al fondo. No cabe duda. En Moscú se lucha en las calles. ¿Qué es lo que ha sucedido, se ha acabado brusca y violentamente la "Perestroika"? Si es asi, si el ejército -como era previsible- se ha echado a la calle en un golpe de estado, ¿qué va a hacer a continuación?. ¿Será aquello la cerilla de un gran fuego?.
         Llamo a Quim para que vea la televisión y ambos permanecemos un buen rato tratando de deducir algo de lo que va apareciendo en la pantalla, aunque de momento la emisora no dispone de imágenes, y de la información hablada apenas entresacamos algo.


          Decidimos telefonear a España, ya que allí, en el camping, en donde no hay nadie -su propietario, que nos alquiló la cabaña, se ha ido a su casa, al otro lado de la carretera- no podemos averiguar nada.
          Cenamos rápidamente y cogemos el coche para llegar hasta el pueblo. Pronto vemos una cabina telefónica y enseguida estamos hablando con mi mujer, en Canarias, a diez mil kilómetros de distancia, aunque es indudable que en aquel momento me conforta ya solo el oír su voz. Nos explica lo que ha pasado, la detención de Gorbachov en Crimea y el creciente liderazgo de Yeltsin al frente de la oposición popular al golpe.


          Con el ánimo conturbado y haciendo mil y una especulaciones, Quim y yo volvemos al camping. Quim, como siempre, tiene sueño y se va a la cama. Yo, también como siempre, decido pasear un rato aprovechando la buena temperatura y, además,  porque tengo ganas de meditar un poco.
          El terreno en donde están las cabañas domina la carretera y tomo asiento en un banco de madera a ver las estrellas y las luces de los escasos coches que pasan. Por cierto, eso es, caigo en la cuenta de que pasan muy pocos coches. Me extraña, ya que ésta es la única carretera entre el norte y el sur del país, de un enorme país, por lo que acordándome del tráfico de las nuestras, sobre todo de las principales, me choca enormemente que a veces transcurran quince minutos sin que, por el tramo que alcanzo a divisar desde allí, pase algún vehículo.
          Pienso en lo que sucede a relativamente poca distancia de donde nos encontramos, y que Noruega está en un área geográfica estratégicamente muy importante. De decidir un hipotético ataque contra la OTAN, quizás Noruega sea un objetivo de primer orden. ¡Y nosotros aquí!.
          Me acuerdo mucho de los míos, de mi mujer, de mis hijos, de mi madre. Quizás ahora, desde la perspectiva real de lo que pasó, sea un poco tremendista el pensar como yo lo hacía aquella noche, pero lo cierto es que en aquella soledad, sin saber a ciencia cierta lo que sucedía, ni mucho menos lo que podía suceder en los próximos días e incluso en las próximas horas, sentía una enorme tristeza por estar lejos de los míos. Quizás yo exageraba un poco nuestra situación desde un punto de vista racional, pero mi imaginación volaba y yo no la podía frenar, y pensaba que sería bien triste que nos sorprendiese allí una guerra, y me viese separado de mi familia. Quizás me encontraba un poco deprimido, pero todo aquello podía suceder, y de todos modos era lo que se me venía a la cabeza en aquellos momentos.
          Contemplaba las sombras de la silenciosa carretera, fugazmente rotas por las luces de algún coche, de vez en cuando. Se me ocurría pensar, ¿a dónde irá ese conductor? ¿Estará huyendo a alguna parte...?
          Como veía que darle más vueltas al asunto no me resolvería nada y empezaba a tener sueño, y confiando en que mis temores fueran infundados, me levanté y caminé despacio por la húmeda hierba hasta la entrada de la cabaña, me metí en la cama y me dormí profundamente.
Nos levantamos, a la mañana siguiente, un poco más optimistas. Hacía sol y el mundo seguía allí. Sin embargo, justo cuando estábamos recogiendo, comenzó a pasar por la carretera un convoy de unos veinte camiones del ejército noruego. A esa hora de la mañana ya veíamos las cosas con algo de más optimismo por lo que, después de sentir un ligero escalofrío de inconsciente inquietud por aquel despliegue militar, pasamos a reírnos de nuestros propios temores. Pero lo cierto es que nos picó la curiosidad, por lo que a los pocos minutos estábamos de nuevo en la carretera, tratando de alcanzar a los camiones, que también iban en dirección sur, por ver si averiguábamos hacia dónde se dirigían.
        Al poco rato alcanzamos el convoy. Comprobamos que los camiones iban totalmente vacíos, por lo que decidimos adelantarlos y continuar nuestro camino. En la próxima ciudad compraríamos la prensa inglesa para tratar de enterarnos de cómo iban las cosas por Rusia.
       Así que, a media mañana, entramos en Trondheim.

Una calle de Trondheim, animada por innumerables puestos callejeros. Hermosa, alegre e interesante ciudad noruega.
           Esta es ya una de las ciudades típicas de la Noruega del sur. Aquí se conserva el edificio más grande de Escandinavia construido en madera. Bella como todas, y con un cierto aire latino en sus animadas calles, en donde se veía mucha gente, un ambiente muy comercial, con numerosas tiendas y puestos callejeros de artesanía hippie.
           El buen tiempo veraniego hace que los noruegos se echen a la calle a disfrutar del sol y del aire libre, que tanto ama la gente del norte.

Una preciosa y típica casa de madera en Trondheim
          Después de recorrer unas cuantas calles y palpar su agradable ambiente, decidimos continuar.
A partir de aquí dejamos definitivamente la ruta de la costa. La carretera que nos llevará a Oslo se interna por el interior, ascendiendo a una zona montañosa por la que atraviesa, hasta descender  posteriormente  a otra ciudad que se  ha hecho famosa últimamente en el mundo entero, por ser la organizadora de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994: Lillehammer.
          Efectivamente, cuando atravesamos toda esta área, a pesar de que aún faltan más de dos años para el evento, ya se ven multitud de aspectos propagandísticos relacionados con la Olimpiada.
          Es una zona preciosa, aunque me recuerda más a la típica ciudad austríaca o suiza, por su ambiente de esquí, incluso por su paisaje. Allí las pistas están muy cerca de los núcleos urbanos y a poca altura, ya que estos noruegos, en época invernal, deben de tener nieve hasta en el  pasillo de sus casas.
          La carretera pasa muy cerca del final de numerosas pistas, que reconocemos por las instalaciones de telesquís o de telesillas, y que ahora no son más que un ancho pasillo de hierba en las laderas más inclinadas de las colinas.
         También observamos los sistemas de iluminación que permiten esquiar con la escasa o ninguna luz que hay en invierno que, por estas latitudes, es gran parte del día.
        Ya rodamos por una ancha carretera, incluso con algunos tramos de autovía, los primeros que vemos desde hace diez días, en medio de un denso tráfico. Estamos ya muy cerca de Oslo, la otra gran capital escandinava.

7 de septiembre de 2014

DELFINES Y PARDELAS


        Estoy flotando, sentado sobre mi tabla, en una paciente espera.
El sol ya se acerca al horizonte, su luz amarillenta nos envuelve, pero aun no es demasiado tarde para surfear las últimas olas de este anochecer de agosto. Hay mucha gente en el agua, pero sorprendentemente nadie tiene prisa por coger más olas que los demás, será quizás porque ya estamos cansados y, sobre todo, satisfechos.
De pronto, debajo de la cresta de una ola que se acerca veo una sombra oscura que se mueve, oscilante, avanzando incluso más rápido que la propia ola. Mi tranquilidad se rompe y el temor instintivo a lo desconocido hace que me eche sobre la tabla y trate de remar para apartarme, aun cuando no se de qué huyo. Al momento, y cuando la ola va a llegar a mi  altura, una cabeza enorme, lisa y brillante como el acero, rompe la superficie del agua y durante unas centésimas de segundo un ojillo redondo y minúsculo cruza una mirada conmigo mientras avanza, saltando y adelantándose a la onda a pesar de la rapidez con que ésta se mueve. Un instante después otra enorme cabeza como la anterior surge a su vez un poco más allá, y repite con exactitud milimétrica lo que ya hizo la primera. Y no más de unos segundos más tarde ambas moles desaparecen de la superficie con la misma agilidad y el mismo misterioso cuidado con que se presentaron, sin hacer ningún daño con sus enormes corpachones a los sorprendidos surfistas y sin demostrar ningún temor por nuestra masiva presencia en el agua. Y un grito unánime sale de muchas bocas: “¡¡Delfines!!”
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¿Qué surfista no ha vivido el emocionante momento de cruzarse con un delfín en el pico?
          Aparte de los cientos de relatos y reportajes que todos hemos leído acerca de anécdotas con delfines, a todos alguna vez ellos nos han sorprendido acercándose al pico en el que cogíamos olas y han imitado, con su poderoso estilo, el hecho de jugar a aprovechar la fuerza de la ola para lanzarse hacia la orilla.
Dicen los expertos en biología marina, que estos mamíferos simplemente tratan de atrapar presas para alimentarse.
Pero cuando los expertos no saben explicar las razones del comportamiento de los animales, lo suelen achacar al instinto reproductor o búsqueda de alimento.
¿Pero no hay algo más, a veces?
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En la final femenina del Pantín Classic, otros dos delfines llegaron curioseando hasta el mismo sitio en el que una australiana y una brasileña se afanaban en coger las mejores olas de que eran capaces para ganar aquella final. Pues bien, tal como se puede ver perfectamente en una foto, los dos mamíferos marinos cogieron la prioridad de una de las mejores olas que entraron y, envueltos en la onda, imitaron a aquellas dos mujeres, surfeándola hacia la playa. Por cierto, escogieron la derecha, que era la mejor ¿Buscaban alimento? Pues qué casualidad hacerlo justo en el sitio en donde se disputaba aquella reñida final, cuyo galardón por cierto se fue para Brasil.
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Siendo yo muy joven, en 1971, ocurrió en nuestras costas uno de los episodios más curiosos que se relatan en todo el mundo respecto a los delfines. Uno de estos mamíferos marinos, al que pronto los pescadores bautizaron como “Nina”, apareció un buen día por la cala de Lorbé, del Municipio de Oleiros (A Coruña), cerca de las islas de la Marola y el Marolete, un refugio de aguas tranquilas en donde se crían los mejores mejillones de Galicia, desde hace muchos años.

Nina, con un amigo. Foto de Alberto Martí
Nina empezó a ser tan conocida que pronto salió fotografiada en el periódico, y protagonizó multitud de anécdotas con las personas que asombradas de la actitud amistosa y cordial de aquel bicho, se acercaban por Lorbé a visitarla. Fue lugar de peregrinación durante más de dos meses. Yo mismo, subido en una minúscula balsa neumática, alcancé a tocar su recio lomo cuando inesperadamente surgió de las profundidades junto a mi balsa, supongo que para saludarme.
Nina despertó el interés de dos grandes expertos de aquella época, Félix Rodríguez de la Fuente y Jacques Cousteau, que visitaron, en aquel verano del 71, a Nina, en Lorbé.
Pero Nina fue muy ingenua. Creyó ciegamente en la aparente bondad del ser humano. En el fondo, es evidente, no nos conocía en todas nuestras facetas. Unos meses después, en diciembre de ese mismo año, apareció muerta. Alguien la mató a palos aprovechándose de la confianza que Nina había llegado a tener en esos seres tan expresivos y que parecían quererla mucho. Decían algunos que los pescadores se quejaban de que era muy golosa, y se alimentaba del mejor pescado que nadaba en aquellas aguas.
Casi cuarenta años después otro delfín repitió la visita a Lorbé. Esta vez era un macho, y el nombre que se le puso, Gaspar. Pasó también en la ensenada una temporadita de vacaciones.
           Es posible que la abundancia de mejillones fuera también el motivo fundamental de lo a gusto que parecían encontrarse estos animales en Lorbé. Gracias a que los pescadores de 2009 no eran los de 1971, Gaspar pudo terminar sus vacaciones en Lorbé felizmente, antes de decidir que le apetecía cambiar de aires.
Gaspar 
Y ya que hablamos de este tipo de costumbres vacacionales de algunos animales, no puedo  dejar sin mencionar a una pardela cenicienta que, cada verano durante quince años, estuvo pasando una “temporadita” en el Hotel Porto Cobo de Santa Cruz, también en Oleiros.
Pero la pardela no se conformaba con algún rincón en el tejado. El primer día que entró por un ventanal se fue directamente al mostrador de recepción, y el encargado, aunque absolutamente sorprendido como es lógico, le hizo un sitio debajo del mostrador.
Cada mañana echaba a volar y no regresaba hasta el anochecer. Se dejaba acariciar y dicen que escuchaba atentamente las historias que, algunos huéspedes, se empeñaban en contarle.
Hasta que un verano ya no volvió. Fue un poco triste, porque algunos nos dimos cuenta de que estas historias tan entrañables siempre tienen un final nostálgico, como tuvieron un principio ilusionante.

La pardela cenicienta.