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30 de octubre de 2013

Llega otro invierno


            El sábado pasado recorrí un antiguo barrio de Barcelona, el Born, que fue su núcleo primitivo y principal entre los siglos XIII y XV. Cuando, a mediados de los sesenta, llegué por primera vez a esta ciudad éste era un barrio prohibido, totalmente marginal y habitado por gentes marginales. Internarse en sus callejuelas en la oscuridad de la noche, entrañaba un gran riesgo.
            Pero hoy en día ha resucitado. Además de sus tesoros artísticos, entre los que destaca la grandiosa basílica gótica de Santa María del Mar, cuya construcción se describe en “La Catedral del Mar”, el barrio de La Ribera barcelonesa ha cobrado vida gracias al turismo y a las innumerables tabernas que atraen a miles de personas, tanto turistas extranjeros como a los propios barceloneses, que disfrutan de ese típico ambiente entrañable de los barrios antiguos restaurados con esmero.


            En un momento del paseo me encontré con una escena que no esperaba ver allí, un surfista que venía de disfrutar de las olas, quizás de la cercana Barceloneta, y que descargaba su tabla del coche. Porque ya empieza la temporada de surf en esta ciudad, en la que cada vez hay más afición por este deporte. Aunque la temperatura ahora es casi veraniega, pronto el Mediterráneo empezará a despertar y les dará a los surfers catalanes muestras de su poderío invernal.
            Y al día siguiente, volé rumbo a Galicia. Cuando despegó el avión sobrevolamos durante unos minutos la costa del Garraf, y vi romper allá abajo unas pequeñas olas. Luego tomó rumbo oeste y durante bastante rato disfruté viendo por la ventanilla curiosas formaciones geológicas que de otra forma nunca llegas a observar, y que desde diez kilómetros de altura vislumbras perfectamente que lo que parecían caprichos de la naturaleza realmente obedecen a leyes que tienen una lógica. Llamativa es, por ejemplo, la montaña “serrada” de Monserrat, de la que en seguida entiendes el porqué de su nombre.
            Un par de horas después estaba en mi hogar, ya muy cerca del océano, que esa tarde se había sublevado repentina e impetuosamente, tal como los certeros pronósticos meteorológicos ya me lo habían anunciado con exactitud, días atrás. Por eso ya sabía lo que me iba a encontrar cuando al atardecer, Lali y yo, nos acercamos a presenciar ese espectáculo que nunca te aburre ni defrauda: el mar recordándonos el poder de las fuerzas naturales, cuando deciden demostrarnos de qué son capaces.


            Para ello escogimos hacer un recorrido típico, primero acercarnos a San Xurxo para ver el pico; allí siempre me imagino que estoy esperando en el agua, allá afuera, a que llegue una serie que, ó la coja ó me machaque. Cuando recreo en mi mente la escena, llego a sentir como se me eriza la piel, y recuerdo con pavor ese momento terrible en el que ves acercarse, amenazadoramente, la serie gigantesca e inesperada que te va a enviar al fondo sin piedad.
            Luego continuamos hasta La Fragata para ver aún más de cerca las olas de siete u ocho metros que rompían en las aguas de la playa de Esmelle.


            Después, cayendo ya el sol en el mar como si se hubiese desprendido de las últimas nubes del frente, desgajadas por el ventarrón, arribamos a esa playa tan solitaria que a veces me hace evocar románticos sueños en las melancólicas tardes de invierno, cuando alcanzo a presentir -más que a divisar-, en la penumbra del atardecer, al mago Merlín que ha llegado desde el cercano valle de Esmelle cabalgando entre la bruma.




            Caminamos por la arena hasta la mitad de la playa, aunque algo alejados de la orilla por temor a la furia de los gigantes que allá, muy lejos, rompían tremendos, y esperamos a la última luz para hacer algunas fotos, cuando el faro de A Frouxeira ya destellaba alumbrando a algún navegante que, perdido entre las olas, y sin saber dónde refugiarse, pelearía con el temporal con el corazón en un puño. Y esto, a su vez, a mí me hacía recordar las viejas historias de pescadores, a los que antaño sorprendían las bruscas subidas del mar como la de hoy,  y que con demasiada frecuencia terminaban en tragedia.


    Cuando volvimos, ya la noche era cerrada, y un repentino chubasco nos obligó a terminar el paseo corriendo por la arena para refugiarnos en el coche. Entonces me di cuenta de que, efectivamente, ya había llegado otro invierno. 
    

24 de octubre de 2013

NORDKAPP.6. ESTOCOLMO, ESTOCOLMO.

Muelle turístico de Estocolmo. Aquí se situaba el primitivo puerto. Al fondo, al lado de donde se amarra el velero de tres palos, está colocado el "Vasa"en su ubicación actual en tierra, precisamente muy cerca de donde terminó su corta y única navegación.
                                                                 
     Si tan solo pudiera decir una cosa de la capital de Suecia, describirla muy brevemente, diría que me parece la más bella e impresionante capital europea.
     Cuando llegas a su centro urbano y entras en sus áreas comerciales, cuando paseas por los canales que rodean el Palacio Real, cuando contemplas como navegan majestuosamente los blancos y enormes "ferrys" hacia el mar Báltico, cuando visitas sus interesantísimos museos, cuando atraviesas sus barrios residenciales, cuando viajas en sus transportes colectivos, cuando hablas con sus habitantes, en fin, en todo momento, te das cuenta de que estás en la capital de uno de los países más adelantados del mundo, en una ciudad que es el exponente máximo de una cultura refinadísima, sinónimo de gran organización, y con la conciencia colectiva de ser la sociedad que mejor adornada está de estas cualidades, y de que forman parte de una comunidad con un grado de desarrollo y de bienestar realmente perfectos.

El Ayuntamiento de Estocolmo.

Al fondo, el Ayuntamiento.
 Pero no hay nada en este mundo que pueda ostentar el calificativo de perfecto...
  Un día se presentó en el camping, rodando despacio por el acceso a la zona en donde nosotros nos encontrábamos, un taxi, un enorme, blanco y modernísimo taxi. Estos vehículos están dotados de una serie de adelantos, como emisora de radio, teléfono, televisión para el cliente, etc. Era, como no, un Volvo último modelo, ya que los suecos usan este coche en un 80%.
     Su conductor, al ver nuestra matrícula, se detuvo y se apeó. Se trataba de un hombre de unos cincuenta y tantos años muy bien llevados, con el aspecto que cabía esperar de un sueco de pura raza escandinava, alto, rubio, fuerte.
     Pero, al dirigirse a nosotros, nos habló en un perfecto español, con acento andaluz... ¡era de Sevilla!
     "Vivo aquí desde la guerra civil española", nos contó. "Ciertamente es un país modelo en muchos aspectos, en especial en lo referente a previsión social, riqueza, trabajo, etc. Pero, creedme, yo sigo echando mucho de menos mi país. Ahora veis Suecia en verano, es agradable y bonito, pero esperad a que llegue el invierno... Aquí se pasa mucho, mucho frío. Si pudiera, yo me iría a trabajar a España, es mi sueño. Ya sé que allí las cosas no van del todo bien (y eso que aún no se habían celebrado las Olimpiadas y la Expo), pero aquí tampoco es lo que era. Suecia, hace quince años, por ejemplo, era un paraíso. Pero caímos en una crisis, se cambió de Gobierno pensando que eso lo solucionaría y seguimos igual, más o menos. Y la gente, además, que es muy fría, tanto como el clima".
    El taxista paró de hablar y nos miró con aire pícaro: "En fin, a lo que venía, ¿no tenéis una botellita de coñac?".
                       
Quim y Carlos, nuestro amigo suizo con el que al fin nos encotramos. Saliendo a la mar, al fondo, el ferry que va a Finlandia pasa por el lugar exacto en donde naufragó el "Vasa".
                       

     Una de las razones de visitar Estocolmo fue –como ya conté en un capítulo anterior- por vernos allí con un viejo amigo de Quim, Carlos, un suizo casado con una sueca.
    Contactamos con él por teléfono y al cabo de una hora nos vimos en una de las principales terrazas del centro, en donde nos recibió con gran alegría.
   Como visita importante y principal nos aconsejó la del Museo Vasa, así como la del Museo costumbrista, el Skansen, además de otros aspectos importantes de la ciudad, algunos muy personales, como el famosísimo Restaurante de la Opera, del que su suegro fue un reconocido maître cuyo prestigio se refleja en el hecho de tener, en uno de sus comedores, su busto en bronce.
     El Skansen es un recinto al aire libre, enclavado en una colina, en el que aparte de un zoo con muchos de los animales de la fauna escandinava, renos, alces, osos, zorros, focas, etc. se recrean aspectos de la Suecia tradicional, sobre todo del siglo XIX.
     Me llamó profundamente la atención observar como los estilos arquitectónicos, costumbres, etc. del campesino sueco se han reflejado en los de los colonos y campesinos norteamericanos. 
    Como ya comenté, la sociedad escandinava ha sido una de las más influyentes en el estilo de vida USA. Constantemente se notan detalles que te recuerdan aspectos similares de los Estados Unidos. Por ejemplo, ese gusto por las cosas grandes, desde los helados gigantescos hasta los enormes monumentos pasando por los coches ostentosos, el acendrado patriotismo y el amor por su bandera, que se refleja en mostrarla izada en todas las viviendas. Y, por supuesto, el empleo de la madera como materia prima y principal en la construcción de sus casas, sobre todo en las zonas rurales, en las que las cabañas de troncos te sitúan quizás en Canadá, quizás en Montana o, simplemente, en el ambiente de una película de vaqueros.
     Cabría esperar del estilo anglosajón, en un principio, como el principal dictador de modos y maneras de la nueva nación americana, pero hay que pensar, por lo que hemos observado, que fue Escandinavia y sus emigrantes los que aportaron los aspectos más tradicionales y característicos del modo de ser del norteamericano.
                                               
                                                          LA CATÁSTROFE DEL "VASA"

Plano del Museo "Vasa". Fue hallado en 1956; izado a la superficie en 1961; durante 17 años se hicieron tareas de restauración y conservación, rociándolo con una solución de polietilenglicol y agua, desde unas boquillas en el techo de la cubierta provisional. Y, por fin, en 1990 fue definitivamente inaugurado el museo, construido en una "flexible carpa de cobre", que se ubicó sobre y alrededor del navío.
     Sin embargo, fue la visita al Museo del "Vasa" la que sin duda dejó en mí una huella más imborrable, diría incluso, de todo nuestro viaje.
     El "Vasa" fue un barco de guerra que en 1.625 ordenó construir el Rey Gustavo II Adolfo de Suecia, para imponer su dominio en aguas del Báltico, que en aquellos años se disputaban los reinos de Suecia y Polonia. Realmente, su rivalidad nacía de estar ambos países encuadrados en los diferentes bloques que se enfrentaban por aquellos años en toda Europa: los católicos, con los que estaba Polonia, y los protestantes, a los que apoyaba Suecia.

Cuando el "Vasa" fue rescatado 333 años después, se había convertido en una máquina del tiempo cuyo reloj se paró a las cinco de la tarde del 10 de agosto de 1628. A bordo se encontraron los cofres de los marineros con sus provisiones, ropas y pequeños recuerdos personales. Los toneles de la carne yacían en la bodega, la mesa del Almirante estaba de pie en el camarote, también se encontró la hermosa vajilla de estaño de la oficialidad...

    "Después de Dios, el bienestar de la nación depende de su Armada", decía el rey sueco.  
     Por lo tanto y para cumplir el deseo real, se talaron más de 1.000 robles y, bajo la dirección de un maestro de construcción naval holandés, se comenzó a trabajar en un muelle de Estocolmo, a pocos metros de donde hoy en día está instalado el museo que visitamos.
     Dos años más tarde se bota el casco al agua dándole el nombre de la dinastía reinante en aquellos años en Suecia, la dinastía Vasa. Se continúan los trabajos de arbolarlo y colocar el armamento, un total de 64 cañones de bronce. Los palos tienen más de 50 metros de altura, la popa se levanta del agua 19 metros, siendo la anchura máxima de solo once metros. Los trabajos de ornamentar el casco del buque son verdaderamente laboriosos, si se observa el resultado final. Las esculturas y adornos que ostentaba el buque tenían como finalidad la de impresionar al enemigo. Su construcción despierta recelos en los enemigos de Suecia, que ven en él una terrible amenaza.
Una cabeza de león rugiendo fue el primer hallazgo que se sacó del "Vasa". Estaba negra por los siglos pasados en el fondo del mar, pero aún tenía vestigios de un marrón dorado en la melena y de rojo en las fauces
El "Vasa" mide de longitud total, incluido el bauprés, 69 metros. La anchura máxima es de 11,7. Desde la quilla al extremo del palo mayor hay 52,5 metros y la del cuerpo de popa, 19,3. Su calado, en cambio, era tan solo de 4,8 m. Desplazaba 1.210 toneladas; la superficie de sus velas medía 1.275 metros cuadrados, en un total de 10 unidades. Estaba armado con 64 cañones y su tripulación era de 145 hombres, más 300 soldados que, afortunadamente, no estaban a bordo en esta primera y última navegación.








Una de las cubiertas de artillería. Al fondo la proa
     Por fin, el 10 de agosto de 1628, el buque larga amarras y, majestuosamente, comienza a moverse hacia la rada exterior del puerto. El tiempo es bueno y el viento débil. En los primeros metros ha de ser arrastrado con ayuda de anclas. A bordo hay un centenar largo de tripulantes, y también mujeres y niños. Su maniobra es seguida desde tierra por multitud de curiosos. Sopla un ligero sudoeste, que le incide de costado, y el capitán ordena largar cuatro de las diez velas. Se dispara una salva de los cañones y el gran navío, lenta y tranquilamente, comienza la que se vaticina será una larga y gloriosa página de la historia naval.
     De pronto, una milla más allá, aún a la vista de los entusiastas ciudadanos que han acudido a ver el principal motivo de orgullo sueco de la época, las velas del "Vasa" reciben algo más de viento, originándose una escora que inclina el casco a sotavento, aunque se rehace y continúa, hasta que unos cientos de metros más adelante otro golpe de viento causa una nueva escora, que esta vez ya es definitiva, puesto que el agua penetra a raudales por las troneras de la fila de cañones que están más cerca de la línea de flotación, inundándose las bodegas y provocando su hundimiento en pocos minutos.
     El "Vasa" había navegado exactamente 1.300 metros, cuando concluyó su servicio a la corona real sueca, al irse al fondo de la bahía de Estocolmo ante el estupor y angustia de los miles de personas que contemplaban la escena. Unos cincuenta tripulantes se fueron con él al negro fondo de estas frías e inhóspitas aguas.
Mil robles se utilizaron para construirlo. Por necesidades de la flota de guerra, fueron protegidos por ley: "Quién corte un roble, será condenado por primera vez a 40 marcos de multa; la segunda, a ochenta; la tercera, a perder la vida"

     El patrón Matsson reveló que, días antes, probando la estabilidad del buque, ordenó a treinta hombres que corrieran de un lado para el otro de la cubierta, estando aquel junto al muelle. A las tres vueltas tuvieron que dejarlo, ya que el "Vasa" amenazaba con escorarse. Presente en las pruebas, el Almirante Fleming comentó escuetamente: "¡Si estuviera aquí su majestad!".
     Quizás la primera causa hay que buscarla en la inestabilidad propia de este tipo de buques, con numerosos cañones y mucha obra muerta. Pero resulta que además el Rey había ordenado reducir el lastre, formado por piedras, para establecer otra fila de cañones adicional que se enclavaban demasiado cerca de la superficie del agua.
     Todo ello fue una mezcla explosiva. En aquella época, los constructores de buques no efectuaban cálculos de estabilidad, y los planos se copiaban de los anteriores barcos. Si éstos habían navegado, navegarían los siguientes también, salvo que alguien hiciese modificaciones importantes, sin pararse mucho a pensar en las consecuencias que aquellas tendrían en las cualidades marineras de la nave.
     Y si el temor del Almirante a contrariar a su Rey era demasiado, y se calló lo que pudo ver en las pruebas de estabilidad, pues peor todavía.
 Macabros hallazgos como éste dan testimonio palpable de lo instantáneo y violento que fue el trágico hundimiento.

     Años después se trató de rescatar los cañones, elemento muy importante, consiguiéndose sacar la mayoría con ayuda de una campana de buzo, avance tecnológico importante para la época.
     Y así pasaron trescientos años. Hasta que en 1953, un investigador empezó a buscar el sitio exacto en donde yacía el pecio. A pesar de ser una zona por la que navegan todos los días cientos de barcos, la oscuridad típica de estas aguas no dejaba ver su emplazamiento. Ésta es una dificultad, en estos casos, propia de los mares nórdicos.
Demasiado velamen, mucha obra muerta, demasiados cañones...el capricho de un rey.

     Pero a la vez, también el Báltico ofrece una ventaja en ese aspecto, y es la ausencia de un molusco bivalvo que habita en aguas más saladas y que se come literalmente la madera de los navíos hundidos, por lo que estos -en este mar- pueden ser hallados casi intactos cientos, incluso miles de años después.
     Por fin, y después de que una cuestación popular permitiese, con la ayuda final de la corona sueca, rescatar del fondo de la bahía el "Vasa", éste fue llevado a tierra, restaurado y colocado en una zona cercana, en la que posteriormente se construyó -alrededor de él- el edificio que lo iba a albergar en el futuro.
     Como detalle curioso de su reflotación se puede contar que, la primera señal que se tuvo de que había sido localizado, fue un trozo de madera extraído mediante un pequeño artefacto con el que se estuvo sondando la zona durante varios años. Para elevar el pecio, hubo que hacer unos laboriosos túneles submarinos por debajo del casco, por los que se pasaron los cables que lo levantarían y sacarían a la luz, exactamente 333 años después de la tragedia.

Casco del "Vasa". Obérvese la desmedida obra muerta que posee y que fue la causa de su estrepitoso fracaso como navío. Esta reproducción a escala muestra su  castillo de popa y sus esculturas con los que se cree que fueron sus colores originales. Todos estos adornos intentaban denotar pompa y ostentación, para impresionar al enemigo. ¡Cómo han cambiado las técnicas de la guerra! ¿O, quizás, no tanto? 



18 de octubre de 2013

NORDKAPP.5 . SUECIA

                                 
                
      Suecia. Palabra mágica para el viajero, que describe una tierra seductora para casi todos los latinos. Casi, porque hay gente que conoce a fondo Suecia y el clima sueco y desmitifica un poco lo que este país significa en el Sur de Europa.
     Realmente y desde un punto de vista político-económico, los suecos no son ciudadanos europeos, ya que Suecia no está dentro de la CEE. Y es que no quieren estarlo, ¿para qué? Ellos representan el sueño dorado de muchos ciudadanos de la Comunidad Europea.
     Es curioso. Un estado que hace varios cientos de años era tan solo un pequeño reino, casi metido en las tierras del hielo eterno y del que a nivel popular poco se sabía. Una nación que se miraba entonces a sí misma en el espejo, tratando de parecerse a los grandes reinos de la Europa meridional, que representaban lo más adelantado de la época... España, por ejemplo. Mientras nosotros conquistábamos el mundo, Suecia se contentaba con disputar con algún vecino (los polacos, casi siempre) el dominio del Mar Báltico.
     Sus ansias expansionistas siguen siendo las mismas, es decir, ninguna. Se limitaron a emigrar, en el siglo pasado, al Nuevo Mundo a donde llevaron su cultura, sus costumbres, su raza y muchas otras cosas. Aunque a primera vista no lo percibamos, es quizás la nación europea que más ha influido en el genuino estilo de vida americano.
     Y los que se quedaron en la vieja Europa se han dedicado a su vez a construir un gran país, muy metido en sí mismo, pero que ha logrado en esta segunda mitad del siglo veinte constituirse en una de las naciones de más alto nivel de vida, con una prestigiosa industria admirada por su eficiencia, y con un modelo de ciudadano cultísimo y civilizado, en lo que este adjetivo tiene de sublime, y al que han tratado de emular muchos otros ciudadanos de otras naciones.
     Políticamente instauraron una de las primeras monarquías constitucionales del mundo, con lo que ello representa de tradición y de progreso al mismo tiempo.
     Su conocida neutralidad en los dos grandes conflictos mundiales del siglo veinte, ha sido uno de los principales motivos de su engrandecimiento económico.
                                                                -----------------------
     Cuando apagamos las inquietudes iniciales del policía, y comprueba fehacientemente que en nuestro maletero no llevamos ningún artículo líquido-orgiástico (quede claro que lo que realmente le preocupa a la aduana sueca no es el tema moral, sino el económico), abandonamos el recinto portuario y tratamos de localizar el camping más próximo.
     Rodando por una carretera local, dentro de un área que parece residencial, yo miro a mi alrededor con el mismo sentimiento que, imagino, tendría un astronauta al llegar a un planeta extraño. Los países nórdicos, la sociedad nórdica, ejercieron siempre en mí una fascinación especial y una inmensa curiosidad que ahora, al fin, veo satisfecha.
     En la recepción del camping repetimos los ya habituales intentos de pagar con dinero "artificial". Pero los jóvenes recepcionistas -eso sí, muy amablemente- nos rechazan este tipo de pago. Ni tarjetas, ni cheques de viaje en dólares, ni lavar platos. O moneda sueca, o...a dormir en la calle. Sin embargo, su raro -para nosotros- concepto de la amabilidad y honradez les hace sugerirnos que podemos dormir allí esta noche, si mañana vamos a la ciudad próxima a cambiar dinero y volvemos al camping a pagar. Aunque al día siguiente es domingo, nos dicen que funciona una oficina de cambio de divisas. Y en eso quedamos.  
     Ese atardecer, mientras montamos la tienda y hacemos la cena, nos vamos a enfrentar por primera vez a los famosos mosquitos árticos. Aún estamos lejos del que se supone es su habitat natural -ya lo comprobaríamos en la Laponia finlandesa-, pero posiblemente la gran humedad que tiene este camping propicia que ya notemos su presencia.
     Colocando la tela de plástico de la tienda, de pronto noto un picotazo en la cabeza, por debajo de mi pelo. Como no sé de qué se trata no le doy ninguna importancia. Pero cuando ya van varios pinchazos, lo comento con Quim, que también se da estentóreos manotazos en la cabeza, como si quisiera castigarse por malo. No tardamos en percatarnos de qué se trata, por lo que abreviamos nuestra estancia al aire libre y nos vamos a descansar.
     Al otro día, y después de resolver nuestras deudas con la dirección del camping, emprendemos de nuevo la ruta, hoy ya con un destino importante: Estocolmo, la "Venecia del Norte".
     En una rápida incursión a la vecina Malmö para obtener coronas suecas, nos apercibimos de cómo son los domingos por la mañana en estas tierras, cuyos habitantes los sábados por la tarde están muy preocupados por incrementar sus provisiones de bebidas alcohólicas.
     Las calles, en un día gris y algo oscuro, están literalmente vacías. Hay abundancia de casas unifamiliares con su correspondiente jardín, muchos parques, etc. 
Ahí por vez primera percibo algo que después, a lo largo de nuestro viaje por Suecia y Noruega, observaré en multitud de ocasiones, y es lo mucho que ha heredado la sociedad norteamericana de la nórdica. Es un hecho perfectamente constatable en infinidad de aspectos y que a mí me hizo cavilar, ya que se supone que no ha habido tantos emigrantes escandinavos en América como para influir de tal forma en las costumbres nacionales y, sin embargo, a veces nos parecía estar en un típico pueblo del centro de Estados Unidos. La tradición que acabamos de mencionar, de emborracharse pacíficamente los fines de semana y dormir la mona el domingo, es un pequeño ejemplo de lo expuesto.
    De otra faceta de su desarrollada cultura, el amor y respeto por los animales, tenemos asimismo una muestra enseguida. La carretera local por la que se llega al camping discurre por una zona de recreo bastante natural, prados, bosques y la orilla del mar cerca. En una de éstas, divisamos una curiosa señal de tráfico: en el dibujo esquemático se ve una mamá pata, seguida por varios patitos, que atraviesan la calzada despreocupadamente. La señal es de precaución: preferencia de paso a los patos que caminen por la carretera.
     Efectivamente, al poco vemos una muestra viva del motivo de la señal de precaución. Numerosos patos y sus retoños pasean reposadamente por los prados cercanos a la vía asfaltada.
     Está claro que estos suecos son aún más diferentes de nosotros de lo que yo pensaba. En otros sitios que yo me sé, esa señal serviría para advertir a los automovilistas de que, en breve, tendrían la excitante posibilidad de cazar patos en la calzada.
    
    

                                                   
     Pronto estamos de nuevo en ruta, por primera vez sin rodar por autopista, prácticamente desde que salimos de Madrid. En Escandinavia hay varios cientos de kilómetros de autopista ó autovía y soy testigo de que se están construyendo más, en especial en el área meridional, en dónde la densidad del tráfico de vehículos es más alta. Sin embargo, este tipo de vías no son muy rentables en estas latitudes, por varias causas. Primero, la densidad de población es bajísima, siéndolo también como consecuencia la densidad del tráfico de vehículos. Segundo, el coche sirve aquí principalmente para desplazamientos cortos, ya que durante gran parte del año la climatología es tan adversa que impediría contar con este medio de transporte para los viajes, tal como nosotros lo hacemos en la Europa templada. Y, además, el sentido práctico de los suecos les ha hecho adoptar, no sé si dentro o no de la legalidad, con una curiosa costumbre cuando circulan por sus carreteras.
     Estas son del tipo que nosotros llamamos redia o nacional, es decir, de gran anchura y con generoso arcén.
     Cuando te acercas por detrás al automóvil que te precede éste, automáticamente, se separa al arcén con lo que te facilita totalmente el paso, aun cuando vengan otros vehículos de frente que también, si es necesario, se separan a su derecha para facilitar la maniobra. Todo perfectamente sincronizado y sin que nadie proteste o pretenda imponer su relativo derecho a circular sin alterar su trayectoria. Esto hace que circular por una carretera sueca sea como hacerlo por una autovía ya que nunca, insisto, nunca te encontrarás a un automovilista que no se separe lo suficiente para que tú no tengas que alterar tu ritmo. Vamos, para hacerse una idea, como si fuéramos el Presidente Fraga y su escolta.
     Esta costumbre ó norma me recordó la circulación por las carreteras portuguesas, en donde se hace algo muy parecido. Pero sospecho que allí es porque, si no te separas cuando viene un coche de frente y adelantando, corre peligro tu integridad. Los extremos se tocan.
     El paisaje sueco es hermoso pero monótono. Hay siempre tres cosas: prados enormes, bosques tupidísimos (me río yo de las plantaciones de eucaliptos de Galicia) y lagos paradisíacos. Curiosamente, de nuestro viaje hasta Estocolmo no recuerdo prácticamente ningún pueblo, solo granjas muy bonitas. Y luego constantemente aquellos rollos blancos, de plástico, distribuidos regularmente por los inmensos prados, que tardamos bastante en descubrir que era hierba seca recolectada y empacada para el invierno.
     (Nota: En aquellos años aún no habían llegado a nuestros prados gallegos esos rollos blancos ó negros de empacar hierba, que hoy son tan habituales)

     Cuando llevábamos ya varias horas de viaje, nos encontramos con una cola de vehículos que nos obligó a detenernos. Mientras esperábamos pacientemente a que se activara el tráfico, nos adelantó por nuestro arcén un extrañísimo coche, viejo, pintarrajeado con calaveras y con unos tremendos cuernos sobre el capó, conducido por una representación de la más selecta juventud sueca, cueros negros, apliques metálicos, y toda la típica parafernalia "heavy".
     Perdimos rápidamente de vista el coche, que siguió su camino por el arcén, firme en su propósito de adelantar la cola en plan gorrón. Pero cuando se reanudó la marcha, a los pocos kilómetros los volvimos a ver parados en un lado de la carretera, con cara de circunstancias, mientras que unos mastodónticos policías suecos apuntaban algo en un bloc...    

                                                       

          







10 de octubre de 2013

NORDKAPP.4 En busca de un ferry.

      Afrontamos una de las etapas más monótonas: paisajes llanos, autopistas atestadas de coches, cielo gris. Ya cae la tarde y nos acercamos a Hamburgo, ciudad que en este momento preferimos pasar de largo. Aparece una indicación de un camping cercano, y allá vamos.
     Otro baño reparador, una cena de sartén en los fogones que la instalación pone para uso de los campistas, y a dormir.
     Me llama la atención, al caer el relativo silencio, el sordo rumor de fondo del tráfico, a pesar de estar en una zona alejada de la autopista. En gran parte de Alemania tienes que convivir sin remedio con la polución sonora que causan sus autopistas por las que los vehículos pueden ir más rápido que en otros paises europeos, pero también con mucho más ruido, que solo atenúan las barreras de insonorización que, en zonas pobladas, tratan de proteger del atronador rugido de la multitud de coches circulando a 140,150 Km./hora, o más aún. Porque esa es otra de las singularidades de este país, la alta velocidad a la que se circula por las autopistas.    
     De nuevo, por la mañana, nos lanzamos en medio de la multitud de vehículos que sin embargo van siendo menos abundantes a medida que pasamos de Hamburgo, la gran capital del norte de Alemania.
     Enfilamos hacia Lübeck y, más allá, ya en el Báltico, la isla de Fehmarn, en lo que parece ser la ruta más directa hacia Copenhague.
     Llegamos al fin a Puttgarden, estación marítima de la que parte un ferry hacia Dinamarca. El tiempo apremia, ya que vamos a intentar dormir en Suecia, y antes queremos ver un poco de la capital danesa.



     Al llegar a la entrada del área de espera para embarcar contemplamos enormes colas de vehículos, originadas sin duda por la época de vacaciones en la que estamos, por lo que apresuradamente nos ponemos en una de ellas, no sin preocupación, ya que por las prisas no hemos podido cambiar dinero en marcos y solo llevamos tarjeta de crédito Visa y cheques de viaje en dólares USA. Nos da la sensación de estar intentando obtener unas entradas para el cine con tarjeta de crédito y, como dificultad añadida, tratar de explicar el asunto en un idioma que desconocemos. Además, como remate a lo apurado de la situación, con un montón de coches detrás de nosotros que parece que quieren escapar de una Alemania invadida por los rusos o algo así.
     Sin embargo, según nos vamos acercando al fatídico momento en que nos tememos que un alemán muy cabreado nos va a poner de vuelta y media por hacerle perder su precioso tiempo, nos sobreponemos a nuestros temores y razonamos que todo se arreglará, que allí no nos vamos a quedar. Y así resulta. Quim hace un despliegue espectacular de conocimiento del inglés (lengua que afortunadamente domina el taquillero alemán) y logra que nos venda los billetes pagando en cheques de viaje, no sin habernos rechazado previamente la Visa.
     Nos ponemos en una nueva cola, esta vez ya para embarcar dentro de pocos minutos, y festejamos el éxito con una hermosa y enorme salchicha alemana, regándola con la correspondiente cerveza. Hasta nos permitimos el lujo de telefonear a Canarias, aunque con gran sorpresa por nuestra parte la llamada es sumamente barata, apenas cuatrocientas pesetas por tres minutos de conversación, acostumbrados como estamos al coste en España del teléfono público.
     Al fin, nuestro Mitsu rueda por el estacionamiento hasta que se encuentra frente a la boca cuadrada de la proa del ferry, por la que entramos, yendo a estacionar en donde un tripulante nos señala. Después vamos a cubierta, a disfrutar relajadamente de la que es nuestra primera navegación por el Mar Báltico.
     La tranquila travesía nos permite contemplar con más detenimiento el ambiente, el paisaje que nos rodea. Las áreas de tierra firme apenas se elevan, en altitud, unos pocos metros del nivel del mar. No hay ni colinas, ni casi elevaciones por pequeñas que estas sean. El paisaje es, pues, monótonamente horizontal hasta donde abarcas con la vista. El color dominante, claro está, es el verde, prados de una tonalidad luminosamente clara y bosques de otro verde más oscuro. Alrededor, el mar es de un azul muy marino, muy oscuro, que también contrasta con el del cielo, un azul muy claro, casi blanquecino.
     Tras una hora escasa, vemos el puerto danés en el que desembarcaremos y hacia el que nuestro buque se encamina con rapidez. Nos llama la atención la brevedad de las maniobras de atraque, que nos ponen en tierra, coche incluido, en pocos minutos.
     Al fin podemos considerar que estamos en Nortilandia, aunque Dinamarca sea realmente una tierra de transición entre Alemania y Escandinavia. De hecho el paisaje no cambia, aunque eso sí, se hace como más rural, más bucólico, más sosegado. Las carreteras están mucho menos transitadas y en general te invade una cierta sensación de tranquilidad. Bonito país, Dinamarca.

Arde una pradera. Aquí también hay incendios en verano.


     Luce el sol, lo que contribuye a alegrarnos el espíritu y a disfrutar de lo que vamos viendo, aunque todo siga teniendo la habitual monotonía de las tierras bajas y húmedas de esta parte del mundo.
     Nuestro próximo objetivo es Copenhague, en donde volveremos a coger otro ferry, no sin dar un vistazo a la que se considera una de las capitales más interesantes de Europa; como me diría años más tarde un español afincado allí, una ciudad nórdica con ambiente mediterráneo. Horas más tarde comprobaríamos la exactitud de esta descripción.
     Hoy es sábado y se nota una casi total ausencia de tránsito rodado por sus grandes avenidas. Nos dirigimos, por ir a alguna parte, hacia la zona del Palacio Real.


Copenhague. Palacio Real.

     Aparcamos en una calle adyacente, no sin antes estudiar qué posibilidades puede haber en una sociedad como ésta, de que le roben el coche a unos humildes turistas como nosotros. Aun opinando que aquí no parece ser un grave problema el robo de coches, procuramos dejarlo cerca de un puesto de la guardia real, que vigila una de las entradas a la plaza en donde se halla el Palacio.


Bicicletas para Copenhague.

     Y echamos a andar sin un rumbo fijo puesto que, imprevisores de nosotros, no tenemos un plano de la ciudad. Este defecto lo subsanaríamos posteriormente en otras visitas, ya que nos damos cuenta de su importancia.
     Al cabo de un rato de caminar por calles solitarias -a pesar de estar en el centro y hallarnos en un área comercial importante-, desembocamos de pronto en lo que parece ser una mezcla de canal y atracadero de barcos de mediano porte. A ambas márgenes hay sendos paseos con edificios antiguos primorosamente conservados. Para nuestra sorpresa se diría que todos los habitantes de Copenhague están allí reunidos, disfrutando del soleado y suave atardecer veraniego, bebiendo cerveza y saboreando bocadillos de salchicha en los puestos callejeros que hay a lo largo de todo el paseo, oyendo y bailando con la alegre música que varias orquestinas tocan en sitios estratégicos; o tumbados al sol en las cubiertas de los numerosos barcos, casi todos veleros antiguos, que allí permanecen amarrados. Diríase, efectivamente, que de pronto nos habíamos trasladado al paseo de moda de una localidad turística del mediterráneo, en plena época de vacaciones y a una hora punta.

Quim, disfrutando de la alegría de los daneses en esta tarde dominguera.
Un domingo en Copenhague. Animación en el puerto, en una zona en la que están amarrados numerosos veleros, ya veteranos.
     Al caer la tarde estamos de nuevo en el siguiente ferry, navegando hacia lo que consideramos el primer destino realmente exótico de nuestro viaje, Suecia.

     La navegación va a ser muy corta, a pesar de lo cual vemos como se abre el supermercado del barco, que al instante se llena de apresurados clientes en busca de lo que parecen ser montones de cajas de cerveza y otras bebidas más fuertes. Enseguida nos percatamos de las razones, por un lado el precio de éstas en Suecia y por otro, ¡que hoy es sábado!


  
   Al cabo de tan solo media hora nuestro coche se acerca, dentro de una disciplinada fila, hacia un puesto de aduanas sueco. Ya no estamos en la CEE, aquí nos van a controlar lo que llevamos. A los pocos minutos se nos acerca un policía con uniforme azul y gorra al estilo legionario español, que nos pregunta en excelente inglés: "¿Llevan alcohol, coñac, whisky, cerveza...?"

Nota: Este viaje se realizó en Agosto de 1991. La Comunidad Económica Europea (CEE), vigente en ese momento, fue transformada en la Comunidad Europea en el Tratado de Maastricht en Febrero de 1992, y después en la Unión Europea (1 de Noviembre de 1993). Suecia entró en la UE en 1995.
                                             
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