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24 de enero de 2015

NORDKAPP. 19. LA TRASTIENDA DE UN PARAISO



          Hemos pasado la noche en un camping socialista, que se parece a todos los demás. Sus instalaciones son viejas, pero están decentemente conservadas, y he conocido campings peores. Sus administradores son una familia que pasa las veladas nocturnas en alegre tertulia en el porche de su vivienda, cantando, hablando, tocando una guitarra...
          Está situado a la orilla de un hermoso lago en el que se pueden practicar varios deportes acuáticos.
          Pero lo realmente curioso es el nombre que, en un día no muy lejano de glorioso socialismo y en solidaridad con las naciones oprimidas por el capitalismo colonialista, se les ocurrió ponerle a estas instalaciones:  "Camping Camerún".
          El día anterior, llegando al camping, hemos visto el edificio de un gran hotel muy cerca de aquí. Se nos ocurre que sería una saludable idea irnos hasta él para intentar regalarnos con un buen desayuno de cafetería, lo que en aquel momento se nos antoja sublime, y así lo hacemos.
Por lo que hemos podido percibir, en una visita nocturna a esta pequeña ciudad, Waren es un centro industrial de primer orden; hemos visto numerosos edificios de viviendas típicos de los barrios de obreros, e instalaciones fabriles en la periferia.
El "Querido Lider" de la RDA, Eric Honnecker
                   Ahora, por la mañana, nos percatamos de que éste era -y sigue siendo- también un centro de vacaciones para los obreros de este país (supongo que los más destacados, a los que se les premiaba con una estancia "privilegiada"). El hermoso lago y su entorno hicieron que el gobierno comunista construyese en los años sesenta este hotel en el que ahora estamos, para reunir aquí a la élite de los trabajadores de la R.D.A.
                   Reina en él un cierto aire de decadencia. Si cualquier Hotel que no haya sido remozado desde hace treinta años ofrece ese cierto aspecto trasnochado, en éste, en donde se ven por todas partes los signos -que no han podido todavía ser borrados u ocultados- de su pasado esplendor socialista en símbolos, consignas, banderas, gloria a la revolución, etc., esa decadencia se hace mucho más patente.
                   Los grandes comedores son atendidos por jóvenes camareras, con sus uniformes blanco y negro impecables, hembras rubias, teutonas hijas de la madre patria. En el fondo el Estado de la RDA seguía cultivando aspectos de aquello que tanto combatieron, las maneras, gustos y devociones de los nazis, en lo referente a la raza, a la patria, al estilo y gusto un tanto clásico.
                   Nos sentamos en una de las pocas mesas libres de la enorme sala, llena en aquel momento de la mañana de recién despertados funcionarios en vacaciones, con sus rubicundas familias, y se nos acerca una camarera que muy respetuosamente nos pregunta que deseamos. "Desayunar", es nuestra lacónica y poco comprometida respuesta.
                   Nos sirven un variado desayuno continental y, al terminar, nos preguntan algo que ya estaba yo temiendo: el número de habitación. "De aquí a un calabozo", pienso, a esta gente no la saques de su rutina. Si no estamos alojados aquí dentro, van a creer que intentamos gorronearles el desayuno.
                   Le encomiendo a Quim la tarea de explicarles el asunto. Efectivamente, cuando le decimos a la camarera que no tenemos habitación, su gesto de sorpresa y de confusión no me hacen presagiar nada bueno.
Afortunadamente, la Jefa -a la que llama de inmediato la camarera, que parece estar aun más avergonzada que nosotros-, entiende con esmerada profesionalidad, algo que resulta evidente: aunque no estamos alojados, ello no quiere decir que no queramos pagar nuestro desayuno.
Muy amablemente, con una sonrisa que me devuelve a una plácida digestión de las tostadas con mantequilla, nos extiende una nota para que le paguemos el importe, muy razonable por cierto. Mutuas sonrisas cierran la liquidación de nuestra deuda con el, todavía en cierto modo vigente, aparato del Estado.

Eric Honnecker y Gorbachov a su lado. Pero ya se mascaba la tragedia....para la RDA
Con el depósito repleto de combustible, repuestos de nuestro susto de la víspera, y deseando visitar Berlín, cogemos la misma carretera por la que ayer vinimos sufriendo y volvemos a tomar rumbo oeste, para encontrarnos con la autopista que comunica la capital alemana con el mar Báltico.
          Antes pasamos por un pueblo, en el que nos detenemos un rato para palpar el ambiente que aún se vive en pleno corazón de la Ex-República Democrática Alemana.
           Porque es evidente que un país no se transforma de la noche a la mañana. Y más si el principal condicionante es la economía. Se sabe que los alemanes orientales disponían de dinero ahorrado, ya que les era difícil gastárselo por la falta de artículos de consumo que comprar.
           Por eso, desde el momento en que pudieron trasladarse al Oeste, o mejor, si el Oeste se está trasladando a aquí, con toda su parafernalia de consumismo, no es extraño que comenzaran a comprar todo lo que hasta ahora no podían conseguir.
           Y por ello el primer e inmediato negocio que se implantó fue la venta del artículo más paradigmático del capitalismo: el coche. Pero no un automóvil como el que ellos mismos se fabricaban y consumían, el Watburg o el simbólico Travant, un auténtico cacharro, lento, pequeño, mal equipado, ruidoso y cuyo motor de dos tiempos exhala un abundante humo. No, ellos estaban ya hartos de ese vehículo, que hoy, casi un año después de la reunificación, todavía es mayoritario en estas carreteras.

Un Watburg, que con el trabant copaban el parque automovilístico de la Alemania del Este.
         El alemán del Este suspiraba y suspira por el emblemático Mercedes del Oeste, por lo que han empezado a rodar numerosas unidades de este modelo por el rebacheado asfalto oriental, la mayor parte de ellas de segunda mano, ya que todavía su poder adquisitivo no da para más. Los alemanes del Oeste, cuando se deshacen de sus Mercedes o de sus Audi, se los mandan (pienso que algo despectivamente) a los del Este.
          Es frecuentísimo ver por sus carreteras multitud de negocios de venta de automóviles, bien en solares (si es dentro del casco urbano) o en simples prados (si es en plena ruta). Un acotado provisional, una caseta para formalizar el papeleo, y la exposición de los coches, al aire libre.       Negocios con un aspecto más provisional, solo los he visto en nuestras ferias rurales, como los puestos de rosquillas o de ganado. Algo así.
          Me comenta Quim que de Tenerife salen expediciones de coches, recogidos a clientes que adquieren un nuevo vehículo y que en las islas ya tiene mala salida como segunda mano, que se dirigen a Alemania del Este.
          Paseamos por una pequeña localidad; sus calles adoquinadas y sus casas, viejas y mal pintadas, contrastan notablemente con lo que hemos visto en el resto de Centro Europa, en Holanda, en la propia Alemania.

Otra gran mentira: Kornelia Ender, recordwoman
mundial de natación

             Apenas hay comercios, realmente no hay, y destacan poderosamente los que se están instalando venidos del oeste, por el lujo y presentación de sus instalaciones, en medio de la carroña urbana que les rodea. De noche, con la pobre iluminación de sus calles, ya resulta patética la cosa. Más que patética, lúgubre.
              Desde luego, muy engañada tenían a esta gente, o muy bien sometida, para vivir de esta forma sabiendo que sus compatriotas del otro lado del muro, trabajando igual o quizás menos, disfrutaban de un nivel de vida tan superior al suyo.
              La mayoría de estas fachadas presenciaron, sin duda, el paso del ejército alemán camino de sus primeras batallas en la Segunda Guerra Mundial.
             Son las once de la mañana, y apenas se ve gente por las calles, el pueblo parece estar vacío.
             Como aquí hay poco que ver, y queremos llegar pronto a Berlín, dejamos este ambiente en el que se respira tanta decadencia y entramos en la Autopista, en dirección sur.