¿Qué se sentirá cuando, inesperadamente, ves la terrible aleta y percibes a un metro de tí la inmensa boca del tiburón, llena de dientes no menos inmensos que amenazan con clavarse en tu carne?
¿Qué se sentirá cuando esperas con absoluta certeza que, de un segundo a otro, una sierra implacable te deje sin una pierna, o sin un brazo, por donde se te escapará tu sangre en pocos minutos matándote sin que te dé tiempo ni tan siquiera a que alguien llegue en tu auxilio?.
O, en el mejor de los casos y si tienes suerte -sin duda alguna-, con un trozo desgajado de tu cuerpo se escaparán tus sueños, tus ilusiones, tus alegrías, tu forma de vida, y te convertirás en un inválido, tú que eres un atleta de categoría mundial.
Porque lo sabes, sabes que esa máquina de matar, de destrozar carne y huesos, que casi nunca falla, te ha elegido a tí en ese instante, y que estás a punto de ser tú mismo una de esas víctimas que tanta lástima nos dan cuando leemos la noticia de un ataque.
Dicen que la posibilidad de morir entre los dientes de un tiburón es de 3.7 millones, pero eso que intenten explicárselo bien a Mick. Y también dicen que el hombre no es capaz de enfrentarse a un tiburón blanco, lo cual me lo creo perfectamente sin que me lo expliquen.
Pero Mick es perro viejo, y mucho más valiente que cobarde, y su instinto de guerrero, que tantas y tantas veces hemos visto en las luchas por las olas, esta vez le valió posiblemente su vida. Fue a puñetazos, a patadas, porque Mick no se iba a dejar comer así como así.
Y Julian lo mismo; otros, casi todos nosotros, hubiéramos salido como un tiro en dirección opuesta hacia el abrigo de la embarcación protectora, pero Julian no se lo pensó: su amigo estaba siendo atacado y en peligro de muerte y necesitaba ayuda. Quizás solo serían otros dos puños contra los dientes y las mandíbulas, pero así es como debe reaccionar un ser humano cuando un amigo está en peligro, aunque un minuto antes haya sido tu mayor rival.
Mick nunca olvidará este día, que duda cabe, pero no solo por la imagen del tiburón, sino sobre todo por las brazadas de su rival (y amigo) Julian, que nadando como un loco iba en su ayuda.