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14 de junio de 2014

LOS INVIERNOS DE SANTA CRISTINA - ALGUNAS OTRAS COSAS SOBRE LOS COMIENZOS 1ª parte

Santa Cristina, sobre 1930 (quizás).
En esta vida llega un momento -afortunado- en el que tus recuerdos pueden ser innumerables. Pero la memoria es selectiva, ya que si no sería imposible concretar los más importantes, como es lógico. Por eso el que yo recuerde, en mis vivencias del surf, las muchas tardes de invierno pasadas en la playa de Santa Cristina significa que representan algo muy especial para mí.
Es indudable que, a estas alturas, decir que el surf ha sido algo importante en mi vida es una obviedad. Pero pretender que en mi vida de surfista Santa Cristina ha sido algo importante, quizás ya no lo sea. Ciertamente en esa playa, en esa ola, descubrí cosas importantes del surf, y por ello marcó para mí una etapa importante.
El banco de arena que hacia el final de la playa produce, de vez en cuando y con las condiciones necesarias, unas buenas olas sobre todo para el longboard, está originado por las fuertes corrientes que se forman en la desembocadura de las aguas de la ría del Burgo, que acumulan arena hasta formarlo, a la distancia correcta de la orilla, para que pueda romper esa ola.
La construcción, a mediados de los sesenta, del dique de abrigo, no fue muy buena para esta rompiente, ya que agudizó la falta de oleaje directo, y que obliga a necesitar una buena marejada para que rompa el mínimo necesario para que levante una olita decente.
        Cuando yo empecé a frecuentar esta playa en los primeros setenta ya no era el paraíso que había sido hasta diez o veinte años atrás. Primero, la construcción del dique de abrigo al interrumpir bastante la entrada de oleaje hizo que la arena de la playa empezara a desaparecer lentamente, año tras año. Por otra parte, de ser un paraje bucólico y solitario en las afueras de Coruña, la barra de arena comenzó a sufrir las ansias urbanizadoras sin límites ni regulaciones de ningún tipo. Y por eso el único testimonio de lo que había sido una hermosa y privilegiada playa, con zona de oleaje por un lado, y de aguas tranquilas por el otro, con grandes dunas entre ambos mares, se limitó a fotografías como las que os muestro aquí.

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El primer surfista en activo con que me topé, a poco de haber conseguido tener un tabla -primer logro casi imposible en aquellos años- fue Miguel Camarero. Hoy en día es difícil imaginar, para las actuales generaciones, lo que significaba entonces que te encontrases con alguien que, asombrosamente, también era surfista. De inmediato lo convertías en tu colega más cercano. Además, Miguel, era -y lo sigue siendo, gracias a Dios- un chaval entrañable. Algo más joven que yo, una persona agradable, risueña y sobre todo enamorado del mar, de la vida, y de todas esas cosas bellas que hay ahí fuera y que, muchas veces, nos llegamos a olvidar de que existen. Él me habló de la aventura que acababan de comenzar unos cuantos alumnos y compañeros suyos de la Escuela de Náutica coruñesa, con relación a la práctica de un nuevo deporte llegado de las islas Hawai llamado surf, o surfing. Indudablemente esta Escuela fue el vivero más lógico para todo lo que pasó después. ¿En donde se podría encontrar mejor que en ningún otro sitio chavales lo suficientemente enamorados de todo lo que significase el mar, los océanos...?
Pero lo primero de todo, fue la trascendental venida desde Gijón de Félix Cueto a estudiar Náutica a La Coruña, y al que los surfistas coruñeses le tendríamos que hacer un pequeño pero cariñoso homenaje en forma de monumento, al lado de esos surfistas anónimos que hay sobre la playa del Matadero.
         Porque, aunque seguramente todo hubiese sucedido más o menos, y más tarde o más temprano, de una forma parecida, lo cierto es que fue él, y no otro, el que estuvo allí, en el momento y en el sitio oportuno para que empezase a andar el surf en Galicia norte. El terreno estaba abonado, porque la idea ya existía, y prueba de ello eran Rufino y Tito, que a su vez, y con las mismas inquietudes que teníamos en nuestra pandilla, también habían empezado a dar pasos adelante. Y por lo que, muy pronto, todos fuimos un solo grupo de chavales a los que ni los temores de nuestros padres porque parecía que el surf era un peligroso deporte, ni el dedo que muchos de nuestros amigos se ponían en la sien cuando salía el tema del surf en las conversaciones, fue impedimento para que nuestros objetivos se fueran consiguiendo. Que eran dos, principalmente, conseguir tablas y descubrir olas.

                        (continuará)

Santa Cristina, cuando aún era un paraíso solitario

2 comentarios:

  1. Que tal Carlos!
    Siempre resultan interesantes y amenas estras entradas. Comparando con una imagen actual mas o menos desde el mismo punto de vista que la que aparece en tu texto es evidente como no podia ser de otra forma el paso del tiempo y la mano del hombre. Supongo que contra todo eso es dificil luchar, hay quien se refiere a ello como "progreso", no se, a mi tambien me asaltan entrañables recuerdos de ciertas zonas hoy convertidas en lugares que no me invitan a su visita. De todas formas toda esa zona me sigue pareciendo maravillosa. Un saludo y hasta la proxima!

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  2. Afortunadamente la ola permanece. Bueno, la que yo conocí. Siempre decíamos, sobre todo cuando veíamos estas fotos, que qué olas tan buenas seguramente romperían en esa salida de la ría, por los bancos de arena.
    Pero la playa en sí, solo hay que ver esa foto, y otra de hoy en día. Lo cierto es que ahora esa playa no sepodría construir nada, pero ya llegamos tarde, al menos para Santa Cristina.

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