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25 de septiembre de 2013

Darryl y el atún de la ensaladilla. Mi segunda tabla

        
     Creo que fue en la primavera de 1973 cuando, una tarde en la que surfeábamos el Orzán, como hacíamos casi todos los días, al subir la escalera de acceso al paseo nos encontramos con un muchacho con aspecto de extranjero nórdico: pelo rubio largo, barba, mandíbula prominente, complexión fuerte, estatura superior a la nuestra. No sabía hablar español, pero intentó decirnos algo con gestos. Su expresión era muy amistosa, y con un poco de nuestro inglés escolar conseguimos comunicarnos con él.
            Darryl –así nos dijo que se llamaba- era un surfista sudafricano que después de salir desde Inglaterra en un yate con rumbo sur, en compañía de un colega, habían sufrido una avería en el piloto automático que los obligó a recalar en A Coruña. Su plan era descansar una semana en nuestra ciudad mientras su amigo se volvía al puerto de origen para comprar la pieza.
            Nos dijo que traía una tabla de surf en su barco y que deseaba surfear con nosotros. Recuerdo mi emoción en aquel momento: ¡No me podía creer lo que estaba oyendo, era casi irreal! ¿Un surfer de Sudáfrica quería compartir sesiones con nosotros en nuestras olas, durante varios días? Era como si una noche de marcha te encuentras, yo que sé, con Julia Roberts, y te sugiere amablemente pasar la noche en tu casa porque no tiene donde quedarse. Algo así. ¿Estaba soñando…? Aquello no podía ser cierto.
            Pero lo era. Al día siguiente se presentó con su tabla en el Orzán de nuevo, y cogió olas con nosotros. La emoción nos podía. Los siguientes días lo citamos para llevarlo a nuestras otras playas, a que conociera toda la gama de olas de que disfrutábamos.
            El primer sitio adonde fuimos fue Barrañán. Era un día pequeño, con una ola babosa. Nosotros quisimos que se echase al agua pero –con los años lo entendí- aquella ola no le motivó lo suficiente y no se metió. Aunque nos dijo que podíamos probar su tabla. Creo recordar que no nos atrevimos, ya que su anchura era minúscula y su shape demasiado innovador, para unos lerdos como nosotros.


Guardo fotos de aquel baño en Barrañán

            Pero después de darnos un baño nos volvimos viendo playas. Y lo llevamos a una que ya conocíamos pero cuyas olas siempre nos habían parecido muy radicales para nuestras posibilidades. Cuando llegamos, yo le dije: “En esta playa nunca nos hemos echado. Se llama Sabón”.
            Darryl contempló las olas, como de metro y medio, con paredes verticales, lisas y muy rápidas. Al cabo de unos segundos de contemplación, se volvió hacia nosotros y, con una gran sonrisa y unas frases entusiastas en inglés, nos dejo claro que aquellas eran las olas en las que quería surfear.      
            Yo volví la vista hacia aquellas olas que habíamos despreciado (pero que también nos infundían secretos temores) y me di cuenta de que tendríamos que romper aquel tabú que significaba Sabón.
            Otro día, nos invitó a cenar en su yate a algunos de nosotros. Yo llevé a mi novia, en plan cenita formal. Nos recibió con alegría y nos enseñó el barco. Llegó la hora de cenar y sacó un par de tarteras con comida recién cocida y humeante, de olores a los que no estábamos muy acostumbrados. Empecé escogiendo unos vegetales que, sin saber qué eran, me los metí en la boca y los tuve que masticar bastante, ya que tenían una cáscara muy dura y desagradable. Cuando iba por el tercero más o menos, Darryl, partiéndose de risa me enseñó que, antes, había que sacarle la cáscara. Después supe que eran alcachofas, de las que solo se come lo de dentro. Yo me lo estaba comiendo todo, con gran esfuerzo. Fue una cena vegetariana de lo más espantoso. ¿Cómo podía Darryl hacer surf y sobrevivir con aquella dieta? En cambio, del postre recuerdo que estaba muy rico.
            Durante la sobremesa nos contó que se había casado, y que trabajaba como descargador en un mercado de frutas en Durban, pero que llegó un momento en el que se dio cuenta de que su vida iba por un rumbo equivocado, y deseaba dejar todo eso atrás, incluido su mujer. Con un par de colegas se marchó a las islas Mauricio, en donde estuvo un par de meses, y en donde fabricó la tabla que ahora tenía. Incluso nos proyectó películas en las que se le veía surfeando en unas olas estupendas. ¡Qué envidia nos daba!
            Su proyecto era atravesar el Atlántico, cruzar al Pacífico por el Canal de Panamá, e irse a recorrer los Mares del Sur, así, tal como suena. ¡Y de qué manera nos sonaba a nosotros!
            Pero los días pasaban y su amigo tardaba en volver, la semana se convirtió en tres meses, y ya nos temíamos que lo había abandonado pero, al fin, creo que un buen día apareció. Aunque yo nunca lo conocí ¿Existiría de verdad? Es una pregunta que me hice muchas veces.
            Un día Rufino –uno de los miembros del grupo de surfistas, que estaba intentando fabricar tablas- me contó que le había preguntado a Darryl cómo se hacían las tablas de surf. Él le hizo un plano del soporte en el que se colocaba la tabla, ese tan típico hoy en día en los talleres, dos horquillas metidas en sendos botes viejos de pintura llenos de cemento. Y le dijo el nombre de una resina de poliéster que nos intrigó mucho, ya que él le concedió gran importancia. Era paraffin resin. Fácilmente dedujimos la traducción, resina parafinada. Pero no entendíamos que significaba realmente. Conocíamos la parafina, la cera que se le daba a las tablas, y también la resina de poliéster, el gel que se aplicaba a las tablas exteriormente y que luego se cristalizaba. Rufino, que conocía muchos de esos productos, sin embargo no identificaba aquella resina “parafinada”.
            Pero al cabo de varios días, y aunque no recuerdo como lo averiguó, Rufino llegó muy contento y nos contó que la resina parafinada era un gel que, tras secar, cristalizaba de tal forma que se podía lijar sin ningún problema, al contrario de la que usábamos, que nunca llegaba a secar totalmente y con la que era casi imposible usar la lija porque se embozaba constantemente. Para Rufino, en sus intentos de fabricación de tablas, fue un avance tecnológico importantísimo.   
            Recuerdo muchas anécdotas de Darryl. Era un vegetariano convencido. Una vez lo invitamos a comer y cuando nos sirvieron ensaladilla rusa preguntó si aquello tenía carne. Yo pensé enseguida en las pequeñas migas de atún que lleva la ensaladilla. Pero le dije que no, que lo que llevaba él lo podía comer. No me dijo nada, pero aún me acuerdo de Darryl sacándole a la ensaladilla los pedacitos de atún, pacientemente, uno a uno.
            Pero un día llegó a la playa y nos dijo que se marchaba. Creo que había cambiado de planes en cuanto a viajar a los Mares del Sur, al menos de momento. Nunca nos contó que era lo que había pasado con su amigo. Pero cuando se marchó, me ofreció venderme su tabla, porque necesitaba dinero. Y yo le regateé, pero al revés, yo le ofrecía más dinero del que él quería aceptar, y no nos poníamos de acuerdo. Aunque al final le hice una buena oferta y nos dimos un abrazo.
            Un personaje muy curioso, aquel sudafricano.


Unos años después, en Doniños, con la tabla de Darryl
Girar, con esta tabla, no era fácil

      Esta foto está tomada precisamente después de comernos la ensaladilla del relato. Darryl fue quizás, aparte de mis padres, una de las primeras personas que conocí que amase y respetase la Naturaleza de la manera que hoy en día tantos de nosotros intentamos hacer. Él fue un precursor. 
      Aquí se perciben esos sentimientos, en este caso hacia un humilde animal. Ahora, al cabo de los años, empiezo a darme cuenta del vínculo entre esta escena de la foto y el episodio del atún en la ensaladilla.  

Fotos del autor.

6 comentarios:

  1. Buenos días Carlos, sigo tu blog desde que supe que existia, aunque no soy muy partidario de la tecnologia internetiana.
    Tú y los que como tú haciais surf a mediados-finales de los ochenta en la zona de Ferrol (los Barros/Novos/Amables/Lugildes/Milines//Montalvos/Coutos/ect...) erais el espejo en el cual nos reflejabamos los que comenzabamos en el increible mundo del surf, yo entre ellos.
    Sirva esta entrada para agradecerte, aunque tarde, todo lo que me enseñaste y el magnifico trato que siempre me dispensaste tanto tú como tu mujer Laly (horas muertas en tu tienda que pasaban como pasan cinco minutos, charlas, consejos, ect...).
    Por todo esto te estoy muy agradecido aunque nunca te lo haya dicho en persona.
    La tabla que muestras en las fotos me dejo una cicatriz en el pecho un dia de orillera en Doniños y me enseño a surfear, no se como llego a mis manos o a mis pies, pero me trae grandes recuerdos y te agradezco que me hayas hecho recordar los buenos momentos que vivi con ella.
    Un saludo y un abrazo muy fuerte.

    Escudero

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    1. ¡Hola Luis! Me alegro de saber de tí, aunque nos vimos no hace mucho. La verdad es que la red tiene cosas malas, pero también ha permitido reecontrarse con antiguos compañeros, a mí me ha pasado con el facebook. Y estas historias que os cuento en el blog, sin él no saldrían a la luz la mayoría de ellas.
      Nosotros, Laly y yo, somos los que os tenemos que agradecer la agradable compañía que nos proporcionabais en muchas tardes aburridas. Respecto a la cicatriz, bueno, las de guerra siempre son más gloriosas, ja, ja.
      Otro saludo y también un fuerta abrazo, Luis. Y sígueme leyendo, por favor. A mí me encanta, porque para eso escribo, lógicamente.

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  2. Que tal Carlos!
    Preciosa y entrañable historia. Creo que en ciertos temas seguimos estando a años luz de otra gente, me refiero a temas de medio ambien y demas, nos queda mucho que aprender.
    ¿Es efecto de la foto o esa tabla tiene un grosor considerable?
    Saludos!

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    1. Gracias por tus elogios, Fran. Pues sí, creo que también. Sobre todo cuando paseo por la playa y veo cosas que, si alguien no las hubieses tirado conscientemente al mar, no estarían ahí. Somos una sociedad con virtudes, pero con graves defectos que hay que corregir. Cuando lanza algo al medio ambiente puede hacerlo por beneficiarse económicamente (un petrolero que limpia sentinas) y para eso no hay nacionalidades. Y la ley los debe perseguir implacablemente. Pero lo que es absurdo es tirar algo al mar gratuitamente, cuando muchas veces, con solo un poquito de conciencia ambiental, puedes moverte diez metros al bidón de la basura para depositarlo allí.
      Te contesto lo de la tabla. Sí, efectivamente, era muy gruesa porque era muy estrecha, y con cantos muy afilados. Era para correr olas muy rápidas, con pocos giros. Surf de aquella época, vamos.
      Un abrazo

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  3. Bueno...ya tenemos la historia de Darryl más pormenorizada. Para la revista del Pantín de 1990 ya me escribiste un buen resumen, que aún conservo...ahora solo resta que el tal Darryl aparezca por Galicia cualquier día con un tablón...si Chris Masuak -el guitarrista de Radio Birdman- lo hizo, por qué no Darryl?...o los australianos Gulley -bueno, ya solo el superviviente- que pasó por Tapia hace poco...
    En fin, que ya meto Cazador de Mejillones en "Favoritos".
    Por cierto, está muy bien escribir, pero lo que no podemos hacer nunca es dejar de surfear...!!!
    Un abrazo

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    1. La historia de Darryl (como las de otros "extranjeros que pasaron por Galicia en aquellos años) son fundamentales para explicar algo de nuestros comienzos. Y, a veces, los detalles son importantes, ya sabes. Los hermanos Gulley son un buen ejemplo de ello, por lo que influyeron no solo en Tapia sino en un entorno más amplio.
      Me alegro y te agradezco tu inclusión en "favoritos", ya que ahora tendremos más vías de contacto que la de vernos en el pico, que tampoco está mal, porque -cómo bien dices, mientras el cuerpo nos aguante...
      Un abrazote

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