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30 de octubre de 2013

Llega otro invierno


            El sábado pasado recorrí un antiguo barrio de Barcelona, el Born, que fue su núcleo primitivo y principal entre los siglos XIII y XV. Cuando, a mediados de los sesenta, llegué por primera vez a esta ciudad éste era un barrio prohibido, totalmente marginal y habitado por gentes marginales. Internarse en sus callejuelas en la oscuridad de la noche, entrañaba un gran riesgo.
            Pero hoy en día ha resucitado. Además de sus tesoros artísticos, entre los que destaca la grandiosa basílica gótica de Santa María del Mar, cuya construcción se describe en “La Catedral del Mar”, el barrio de La Ribera barcelonesa ha cobrado vida gracias al turismo y a las innumerables tabernas que atraen a miles de personas, tanto turistas extranjeros como a los propios barceloneses, que disfrutan de ese típico ambiente entrañable de los barrios antiguos restaurados con esmero.


            En un momento del paseo me encontré con una escena que no esperaba ver allí, un surfista que venía de disfrutar de las olas, quizás de la cercana Barceloneta, y que descargaba su tabla del coche. Porque ya empieza la temporada de surf en esta ciudad, en la que cada vez hay más afición por este deporte. Aunque la temperatura ahora es casi veraniega, pronto el Mediterráneo empezará a despertar y les dará a los surfers catalanes muestras de su poderío invernal.
            Y al día siguiente, volé rumbo a Galicia. Cuando despegó el avión sobrevolamos durante unos minutos la costa del Garraf, y vi romper allá abajo unas pequeñas olas. Luego tomó rumbo oeste y durante bastante rato disfruté viendo por la ventanilla curiosas formaciones geológicas que de otra forma nunca llegas a observar, y que desde diez kilómetros de altura vislumbras perfectamente que lo que parecían caprichos de la naturaleza realmente obedecen a leyes que tienen una lógica. Llamativa es, por ejemplo, la montaña “serrada” de Monserrat, de la que en seguida entiendes el porqué de su nombre.
            Un par de horas después estaba en mi hogar, ya muy cerca del océano, que esa tarde se había sublevado repentina e impetuosamente, tal como los certeros pronósticos meteorológicos ya me lo habían anunciado con exactitud, días atrás. Por eso ya sabía lo que me iba a encontrar cuando al atardecer, Lali y yo, nos acercamos a presenciar ese espectáculo que nunca te aburre ni defrauda: el mar recordándonos el poder de las fuerzas naturales, cuando deciden demostrarnos de qué son capaces.


            Para ello escogimos hacer un recorrido típico, primero acercarnos a San Xurxo para ver el pico; allí siempre me imagino que estoy esperando en el agua, allá afuera, a que llegue una serie que, ó la coja ó me machaque. Cuando recreo en mi mente la escena, llego a sentir como se me eriza la piel, y recuerdo con pavor ese momento terrible en el que ves acercarse, amenazadoramente, la serie gigantesca e inesperada que te va a enviar al fondo sin piedad.
            Luego continuamos hasta La Fragata para ver aún más de cerca las olas de siete u ocho metros que rompían en las aguas de la playa de Esmelle.


            Después, cayendo ya el sol en el mar como si se hubiese desprendido de las últimas nubes del frente, desgajadas por el ventarrón, arribamos a esa playa tan solitaria que a veces me hace evocar románticos sueños en las melancólicas tardes de invierno, cuando alcanzo a presentir -más que a divisar-, en la penumbra del atardecer, al mago Merlín que ha llegado desde el cercano valle de Esmelle cabalgando entre la bruma.




            Caminamos por la arena hasta la mitad de la playa, aunque algo alejados de la orilla por temor a la furia de los gigantes que allá, muy lejos, rompían tremendos, y esperamos a la última luz para hacer algunas fotos, cuando el faro de A Frouxeira ya destellaba alumbrando a algún navegante que, perdido entre las olas, y sin saber dónde refugiarse, pelearía con el temporal con el corazón en un puño. Y esto, a su vez, a mí me hacía recordar las viejas historias de pescadores, a los que antaño sorprendían las bruscas subidas del mar como la de hoy,  y que con demasiada frecuencia terminaban en tragedia.


    Cuando volvimos, ya la noche era cerrada, y un repentino chubasco nos obligó a terminar el paseo corriendo por la arena para refugiarnos en el coche. Entonces me di cuenta de que, efectivamente, ya había llegado otro invierno. 
    

4 comentarios:

  1. Hola Carlos!
    Pues precisamente ese sabado que andabas por Barcelona se acerco nuestro hijo Alex -que esta en Madrid- para visitar a su novia que estaba pasando unos dias alli por motivos de trabajo, tengo buenos recuerdos de esa ciudad, alli pasamos nuestra luna de miel. No se como estara la cosa ahora, pero hace unos años habia leido que multaban a la gente por surfear en la Barceloneta.
    Por aqui la cosa tambien estuvo movida, yo el lunes despues de pasar la ITV a primera hora de la mañana puse rumbo a la playa, me limite a sacar unas fotos y poco mas, la cosa estaba muy grande y revuelta, si algo he aprendido es a saber donde estan mis limites. Hoy por la tarde estuvimos en La Lanzada hasta que apenas se veia, el agua continua a una temperatura muy agradable, baño entre amigos.
    Tienes razon, el invierno llama a la puerta, por aqui esta noche tuvimos 9º, hay que poner la calefacción...jeje
    Saludos!

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    1. Hay que sacar de cada estación lo que tiene de bueno, y no te voy a ennumerar las ventajas, lo positivo de cada estación. Y para los surfers, curiosamente el invierno parece tener más atractivos que el verano, a pesar de los maretones, el frío, la lluvia y la escasa luz.
      Y de Barcelona qué te voy a decir...es otro mundo, para mí que vengo de Ferrol. Se lo decía a mis amigos con los que estaba allí, que es increíble que ambas ciudades pertenezcan a un mismo país, a un mismo estado, que paguen los mismos impuestos (al menos la misma tasa por contribuyente, claro esta), etc.
      Un abrazo

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  2. No deja de sorprenderme que los comentarios en relación al mar sean tan similares saltando una generación , el surf realmente no debe de tener edad...
    Marco

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  3. La veneración y el respeto por el mar, tampoco la tiene.Algo llevamos en nuestros genes, todos los seres humanos, que nos indica nuestra procedencia. La vida empezó en el mar y eso nunca lo olvidaremos. Cuando alguien llega a él por vez primera siente algo que nunca ha experimentado, ¿qué es?: sin duda que se ha establecido la conexión, que se han despertado los inexplicables recuerdos escondidos en nuestro interior.

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