Suecia.
Palabra mágica para el viajero, que describe una tierra seductora para casi
todos los latinos. Casi, porque hay gente que conoce a fondo Suecia y el clima
sueco y desmitifica un poco lo que este país significa en el Sur de Europa.
Realmente
y desde un punto de vista político-económico, los suecos no son ciudadanos
europeos, ya que Suecia no está dentro de la CEE. Y es que no quieren estarlo, ¿para qué?
Ellos representan el sueño dorado de muchos ciudadanos de la Comunidad Europea.
Es
curioso. Un estado que hace varios cientos de años era tan solo un pequeño
reino, casi metido en las tierras del hielo eterno y del que a nivel popular
poco se sabía. Una nación que se miraba entonces a sí misma en el espejo,
tratando de parecerse a los grandes reinos de la Europa meridional, que
representaban lo más adelantado de la época... España, por ejemplo. Mientras
nosotros conquistábamos el mundo, Suecia se contentaba con disputar con algún
vecino (los polacos, casi siempre) el dominio del Mar Báltico.
Sus
ansias expansionistas siguen siendo las mismas, es decir, ninguna. Se limitaron
a emigrar, en el siglo pasado, al Nuevo Mundo a donde llevaron su cultura, sus
costumbres, su raza y muchas otras cosas. Aunque a primera vista no lo
percibamos, es quizás la nación europea que más ha influido en el genuino
estilo de vida americano.
Y los que
se quedaron en la vieja Europa se han dedicado a su vez a construir un gran
país, muy metido en sí mismo, pero que ha logrado en esta segunda mitad del
siglo veinte constituirse en una de las naciones de más alto nivel de vida, con
una prestigiosa industria admirada por su eficiencia, y con un modelo de
ciudadano cultísimo y civilizado, en lo que este adjetivo tiene de sublime, y
al que han tratado de emular muchos otros ciudadanos de otras naciones.
Políticamente
instauraron una de las primeras monarquías constitucionales del mundo, con lo
que ello representa de tradición y de progreso al mismo tiempo.
Su
conocida neutralidad en los dos grandes conflictos mundiales del siglo veinte,
ha sido uno de los principales motivos de su engrandecimiento económico.
-----------------------
Cuando apagamos
las inquietudes iniciales del policía, y comprueba fehacientemente que en
nuestro maletero no llevamos ningún artículo líquido-orgiástico (quede claro
que lo que realmente le preocupa a la aduana sueca no es el tema moral, sino el
económico), abandonamos el recinto portuario y tratamos de localizar el camping
más próximo.
Rodando
por una carretera local, dentro de un área que parece residencial, yo miro a mi
alrededor con el mismo sentimiento que, imagino, tendría un astronauta al
llegar a un planeta extraño. Los países nórdicos, la sociedad nórdica,
ejercieron siempre en mí una fascinación especial y una inmensa curiosidad que
ahora, al fin, veo satisfecha.
En la
recepción del camping repetimos los ya habituales intentos de pagar con dinero
"artificial". Pero los jóvenes recepcionistas -eso sí, muy
amablemente- nos rechazan este tipo de pago. Ni tarjetas, ni cheques de viaje en
dólares, ni lavar platos. O moneda sueca, o...a dormir en la calle.
Sin embargo, su raro -para nosotros- concepto de la amabilidad y honradez les
hace sugerirnos que podemos dormir allí esta noche, si mañana vamos a la ciudad
próxima a cambiar dinero y volvemos al camping a pagar. Aunque al día siguiente
es domingo, nos dicen que funciona una oficina de cambio de divisas. Y en eso
quedamos.
Ese
atardecer, mientras montamos la tienda y hacemos la cena, nos vamos a enfrentar
por primera vez a los famosos mosquitos árticos. Aún estamos lejos del que se
supone es su habitat natural -ya lo comprobaríamos en la Laponia finlandesa-, pero
posiblemente la gran humedad que tiene este camping propicia que ya notemos su
presencia.
Colocando
la tela de plástico de la tienda, de pronto noto un picotazo en la cabeza, por
debajo de mi pelo. Como no sé de qué se trata no le doy ninguna importancia.
Pero cuando ya van varios pinchazos, lo comento con Quim, que también se da
estentóreos manotazos en la cabeza, como si quisiera castigarse por malo. No
tardamos en percatarnos de qué se trata, por lo que abreviamos nuestra estancia
al aire libre y nos vamos a descansar.
Al otro
día, y después de resolver nuestras deudas con la dirección del camping,
emprendemos de nuevo la ruta, hoy ya con un destino importante: Estocolmo, la
"Venecia del Norte".
En una
rápida incursión a la vecina Malmö para obtener coronas suecas, nos apercibimos
de cómo son los domingos por la mañana en estas tierras, cuyos habitantes los
sábados por la tarde están muy preocupados por incrementar sus provisiones de
bebidas alcohólicas.
Las
calles, en un día gris y algo oscuro, están literalmente vacías. Hay abundancia
de casas unifamiliares con su correspondiente jardín, muchos parques, etc.
Ahí
por vez primera percibo algo que después, a lo largo de nuestro viaje por
Suecia y Noruega, observaré en multitud de ocasiones, y es lo mucho que ha
heredado la sociedad norteamericana de la nórdica. Es un hecho perfectamente
constatable en infinidad de aspectos y que a mí me hizo cavilar, ya que se
supone que no ha habido tantos emigrantes escandinavos en América como para
influir de tal forma en las costumbres nacionales y, sin embargo, a veces nos
parecía estar en un típico pueblo del centro de Estados Unidos. La tradición
que acabamos de mencionar, de emborracharse pacíficamente los fines de semana y
dormir la mona el domingo, es un pequeño ejemplo de lo expuesto.

De otra
faceta de su desarrollada cultura, el amor y respeto por los animales, tenemos
asimismo una muestra enseguida. La carretera local por la que se llega al
camping discurre por una zona de recreo bastante natural, prados, bosques y la
orilla del mar cerca. En una de éstas, divisamos una curiosa señal de tráfico:
en el dibujo esquemático se ve una mamá pata, seguida por varios patitos, que
atraviesan la calzada despreocupadamente. La señal es de precaución:
preferencia de paso a los patos que caminen por la carretera.
Efectivamente, al poco vemos una muestra viva del motivo de la señal de
precaución. Numerosos patos y sus retoños pasean reposadamente por los prados
cercanos a la vía asfaltada.
Está
claro que estos suecos son aún más diferentes de nosotros de lo que yo pensaba. En
otros sitios que yo me sé, esa señal serviría para advertir a los
automovilistas de que, en breve, tendrían la excitante posibilidad de cazar
patos en la calzada.
Pronto
estamos de nuevo en ruta, por primera vez sin rodar por autopista, prácticamente
desde que salimos de Madrid. En Escandinavia hay varios cientos de kilómetros
de autopista ó autovía y soy testigo de que se están construyendo más, en
especial en el área meridional, en dónde la densidad del tráfico de vehículos
es más alta. Sin embargo, este tipo de vías no son muy rentables en estas
latitudes, por varias causas. Primero, la densidad de población es bajísima,
siéndolo también como consecuencia la densidad del tráfico de vehículos.
Segundo, el coche sirve aquí principalmente para desplazamientos cortos, ya que
durante gran parte del año la climatología es tan adversa que impediría contar
con este medio de transporte para los viajes, tal como nosotros lo hacemos en la Europa templada. Y, además,
el sentido práctico de los suecos les ha hecho adoptar, no sé si dentro o no de
la legalidad, con una curiosa costumbre cuando circulan por sus carreteras.
Estas son
del tipo que nosotros llamamos redia o nacional, es decir, de gran anchura y
con generoso arcén.
Cuando te
acercas por detrás al automóvil que te precede éste, automáticamente, se separa
al arcén con lo que te facilita totalmente el paso, aun cuando vengan otros
vehículos de frente que también, si es necesario, se separan a su derecha para
facilitar la maniobra. Todo perfectamente sincronizado y sin que nadie proteste
o pretenda imponer su relativo derecho a circular sin alterar su trayectoria.
Esto hace que circular por una carretera sueca sea como hacerlo por una autovía
ya que nunca, insisto, nunca te encontrarás a un automovilista que no se separe
lo suficiente para que tú no tengas que alterar tu ritmo. Vamos, para hacerse
una idea, como si fuéramos el Presidente Fraga y su escolta.
Esta
costumbre ó norma me recordó la circulación por las carreteras portuguesas, en
donde se hace algo muy parecido. Pero sospecho que allí es porque, si no te
separas cuando viene un coche de frente y adelantando, corre peligro tu
integridad. Los extremos se tocan.
El
paisaje sueco es hermoso pero monótono. Hay siempre tres cosas: prados enormes,
bosques tupidísimos (me río yo de las plantaciones de eucaliptos de Galicia) y
lagos paradisíacos. Curiosamente,
de nuestro viaje hasta Estocolmo no recuerdo prácticamente ningún pueblo, solo
granjas muy bonitas. Y luego constantemente aquellos rollos blancos, de
plástico, distribuidos regularmente por los inmensos prados, que tardamos
bastante en descubrir que era hierba seca recolectada y empacada para el
invierno.
(Nota: En aquellos años aún no habían llegado
a nuestros prados gallegos esos rollos blancos ó negros de empacar hierba, que
hoy son tan habituales)
Cuando
llevábamos ya varias horas de viaje, nos encontramos con una cola de vehículos
que nos obligó a detenernos. Mientras esperábamos pacientemente a que se
activara el tráfico, nos adelantó por nuestro arcén un extrañísimo coche,
viejo, pintarrajeado con calaveras y con unos tremendos cuernos sobre el capó,
conducido por una representación de la más selecta juventud sueca, cueros
negros, apliques metálicos, y toda la típica parafernalia "heavy".
Perdimos
rápidamente de vista el coche, que siguió su camino por el arcén, firme en su
propósito de adelantar la cola en plan gorrón. Pero cuando se reanudó la
marcha, a los pocos kilómetros los volvimos a ver parados en un lado de la
carretera, con cara de circunstancias, mientras que unos mastodónticos policías
suecos apuntaban algo en un bloc...
Que tal Carlos!
ResponderEliminarAhora que estaba leyendo lo de como actuan para dejarte adelantar me estaba acordando de nuestros vecinos portugueses, lo de ellos es un poco mas brusco...jeje Bueno, no voy a hacer muchas coñas que la verdad a ese pais lo estan destruyendo poco a poco, es mas, hay una sensación de tristeza en el ambiente terrible, pero bueno...
Esos prados amarillos me encantan, aunque supongo que cuando se convierten en la dominante habitual del paisaje acabas por no prestarles atención. Me estaba preguntando una cosas, ¿con esa experiencia que te ha dado el viajar por esos años, no tienes la sensación de que estamos a la cola de muchas cosas en comparación con el resto de Europa?
Pues nada Carlos, un saludo y buen finde!
Cuando atravesé Suecia de norte a sur me pareció muy bonito pero pronto, muy monótono: se puede resumir en bosques y prados, al menos la franja costera del Báltico. Noruega es la que sorprende, ya lo leerás. Suiza, que también es un país muy bonito y por la que pasamos días después, me pareció que no se podía ni comparar con el paisaje nórdico.
EliminarEn cuanto a lo de la sensación que dices, la verdad es que ya cuando hice este viaje (hace 22 años) reconocía que me encontraba con muchas cosas mejores, pero que nosotros tenemos también cosas de las que enorgullecernos. Nuestro paisaje, por ejemplo, te puedo asegurar que es uno de los valores más singulares de nuestro país. Y en cuanto a la sociedad, hemos avanzado mucho. Yo empecé a viajar con 17 años, y me maravillaban muchas de las cosas que veía fuera, cosas que nosotros no eramos capaces de lograr: limpieza, educación, respeto, urbanismo, infraestructuras...Siempre me apasionó viajar y pude hacerlo, por unas u otras razones, y contactar con otras culturas y vivir experiencias que me ayudaron mucho a adquirir unos conceptos mucho más universales del mundo que me rodea.
A los españoles nos educaban como si fuéramos el ombligo del mundo, y eso te daba risa cuando salías fuera. Pero, bueno, de todo eso habría mucho que contar.
Saludos y a disfrutar de las olas.