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10 de mayo de 2015

NORDKAPP.21 Los últimos kilómetros


       Después de un sueño más reparador que en otras ocasiones (nos hacía falta, no cabe la menor duda), dejamos el tranquilo y pequeño camping francés y echamos a rodar nuevamente en dirección sur. Para llegar a casa hay dos itinerarios posibles aunque sospecho que uno es más largo que el otro. El primero es salir de Francia por Perpignan y, pasando por Barcelona, tomar la ruta de Galicia.
           La otra posibilidad es la de seguir la ruta de Poniente por el norte de los Pirineos. La única duda es como estarán las carreteras por cada uno de los dos lados, en especial las francesas, que desconocemos.
           Sin embargo y aún siendo la ruta menos conocida, escogemos ésta última a pesar de no tener referencias de ella y no constar en el mapa que sea totalmente de autopista, aunque luego en la práctica resultará ser al menos de autovía, casi en un 90%.
           Otra de las razones para escoger el camino francés ha sido la de que suponemos que va a hacer mucho menos calor al norte de la cadena montañosa pirenaica. Sin embargo, cuando son las doce de la mañana y paramos a comer algo, el calor roza ya los treinta y tantos grados a la sombra. Por supuesto que nuestro potente acondicionador de aire funciona a la perfección y ello nos permite una conducción más relajada.
          En cuanto nuestra ruta gira de dirección sur a dirección oeste, el sol y el exceso de luz nos molestan bastante. Combatimos uno con el aire acondicionado y el otro con unas buenas gafas de sol.
En el tramo entre Toulouse y Burdeos, con el sol entrando a raudales por el cristal delantero, la conducción es incómoda y agotadora por el esfuerzo de distinguir la carretera a contraluz.
         En algún momento le damos descanso al acondicionador y abrimos las ventanillas. Una oleada de calor penetra por ellas y nos hace cambiar rápidamente de idea. Sabemos que el consumo del combustible es algo mayor, y desearíamos ahorrar gasoil, pero cuando notamos la diferencia pulsamos urgentemente el conmutador azul que produce casi al instante un chorro de aire fresco.
         Es curioso el efecto del aire acondicionado en un coche, cuando viajas por una zona muy calurosa. Te da la impresión de que, al abrir la ventanilla, te seguirá entrando esa bocanada fresca y agradable que sientes, como si estuvieras en primavera o finales del invierno de un día soleado. Y por eso siempre te sorprende el  aire abrasador que te rodea de inmediato.

Foto "viajar.elperiodico.com"
           Por fin el día va declinando, la temperatura se suaviza, y alcanzamos la costa atlántica francesa, que goza de un clima suave.
          Al poco llegamos a la frontera española, en donde un policía aduanero se enrolla con nosotros a propósito de la matrícula del coche, que es de Tenerife. El ha estado trabajando allá y guarda un buen recuerdo de las islas. Nos despide con afabilidad y enseguida estamos en San Sebastián, en donde pretendo sacar dinero para los últimos gastos que nos quedan de este viaje.
         Aprovechando, nos damos un relajante paseo por la playa de Gros, en cuyas olas un montón de surfistas están disfrutando de lo lindo. La tarde es casi fresca y se agradece, después del calor que hemos sufrido.
        Hacemos balance de lo que nos queda y barajamos la posibilidad de continuar sin detenernos hasta llegar a Galicia, en vez de dormir por aquí, tal como habíamos planeado en un principio.
Estamos despejados y con ganas de terminar ya esta paliza kilométrica, y además se produce en nosotros un efecto curioso. Estar ya en Donosti nos da la sensación de estar a un paso de casa, vamos, que se trata de un corto paseo hasta allí, por lo que optamos por seguir. Para lo que queda, lo hacemos y ya está. ¿Qué son setecientos u ochocientos kilómetros para nosotros?. De madrugada ya podremos acostarnos en unas camas de verdad.
       Ya de noche cerrada, en alguna cafetería de carretera de Burgos o León, o por ahí, decidimos parar a tomarnos un bocadillo. Nos plantamos en el mostrador y después de un buen rato de espera nos atiende un camarero. La atención de este profesional resulta ser de lo más lamentable, por lo que después de someternos a sus humillaciones para pedir un par de bocadillos, Quim y yo nos miramos mutuamente y, tras pensar lo mismo, decidimos abandonar la cafetería, los bocadillos y, como no, la mala educación del camarero.
       Sigo reafirmando, después de este incidente, que cuanto más al sur más inaceptable es, en muchos casos -todos no, gracias a Dios-, la atención en este tipo de establecimientos. Soportar esperas desmesuradas y sin motivo, falta de atención, escasas sonrisas o simpatía, son algunos de los inconvenientes que el cansado e indefenso viajero ha de arrostrar en estos sitios.
      Ya en Francia -ayer— sufrimos, con la que parecía ser la propietaria de un bar en donde nos tomamos un refresco, un trato poco gratificante y acogedor. El gesto hosco, ceñudo y que parece estar a un paso del improperio cuando pides algo que se sale mínimamente de lo rutinario, es cosa demasiado habitual en estos establecimientos. Insisto en la diferencia con los nórdicos. En Francia en principio se lo achacamos a ser españoles, pero cuando nos sucede lo mismo en España, tuvimos que elaborar otra teoría al respecto. Pero bueno, quizás es que nosotros estemos un tanto estresados de tanto viaje, y tenemos la sensibilidad a flor de piel.
       La noche transcurre monótona mientras recorremos rutas que cada vez son más familiares, y siendo las cuatro de la mañana estamos ya en la carretera de Rábade a Villalba, a menos de una hora de casa, cuando ¡oh desesperación!, nos topamos con una densa niebla que nos hace reducir la marcha a límites casi de ir a pie.
       Paradójicamente, después de recorrer un área como es la Escandinava, en donde la visibilidad en carretera suele ser un handicap para el conductor, venimos a tropezar a estas alturas con este puré de guisantes que nos frena la tan ansiada llegada a... !casiiitaaaa!.
       Serían -iba muy dormido para saberlo con exactitud- las seis de la mañana cuando aparcamos en el patio de mi casa, en Balón, Ferrol, Galicia. Abro la puerta del coche, y subo tambaleante la escalera de acceso. Solo me he preocupado de coger mi almohada y el neceser de aseo. Quim va tan flotando como yo.
       Aterrizo en ¡mi camiiitaaa! y comienzo un largo y pesado sueño que durará hasta el mediodía...

1 comentario:

  1. Que tal Carlos,
    Bueno, la aventura ha llegado a su fin. Desde luego ha valido la pena la lectura de estos interesantes capítulos. Creo haberte mencionado algo al respecto sobre novelar este viaje, ahora que habéis llegado a destino estaba considerando que incluso de aquí podría salir un buen guión...jeje
    Ya que comentas lo de la hostelería, a veces tengo la sensación de que a medida que cumplo años me vuelvo mas exigente en ciertos aspectos, no se, últimamente tengo la sensación de que en ese sector muchos de sus empleados dejan bastante que desear.Reconozco que en ocasiones tienen que lidiar con cierta clientela difícil, pero de verdad que a veces te encuentras con cada uno detrás de la barra que tiene tela...
    Lo dicho, ha sido un placer la lectura de estos post, gracias por compartirlo.
    Saludos!

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